viernes, 30 de noviembre de 2012

Presentación de la novela "El arca de la memoria" de Paulina Movischoff- María Lyda Canoso



Presentación de la novela “El arca de la memoria” de Paulina Movsichoff

María Lyda Canoso


“El arca de la memoria”, es una novela biográfica que pivotea en torno a la figu-ra de la gran escritora mexicana Rosario Castellanos. Curiosa combinación: una escritora que habla en su novela de otra escritora. No solamente habla de ella sino se mete en su piel, padece sus dolores, vibra con su temblor, con su incertidumbre. Porque Paulina pareciera penetrar en lo profundo del alma de esta gran artista. Con la objetividad que da el extrañamiento, a la manera de los viajeros ingleses que tan bien describieron la pampa, Movsichoff, argentina exiliada en tierra ajena, toma la figura de Rosario como su mentora, su guía espiritual (lo he conversado con ella), como si fuera Rosario la interlocutora de su propia literatura. Mal podría haber sido que Paulina omitiera escribir este libro de naturaleza confesional. Porque Paulina es Rosario, entra en su sistema de escritura y en su manera de percibir el mundo y describe la grandeza de esta mujer escritora que es Rosario Castellanos. 
Para poder hablar del libro tendríamos que definir un poco qué es biografía, bios (vida) graphein (escritura). Se supone que una biografía es la historia de una vida, en este caso, la historia de una vida relevante, un acto de amor, de admiración en esta construcción que hace Paulina, un libro donde el objeto de escritura, la musa inspiradora es la gran escritora, ensayista, poeta y mujer de amplia representatividad de lo mexicano, Rosario Castellanos.
El libro abarca los momentos más íntimos y melancólicos de la vida de esta escritora, constante luchadora por los derechos de la mujer, en especial de la mujer mexicana, que reconoce y reivindica el rol propio y el ascenso en cuanto a la igualdad con el hombre. A la vez que se hace cargo de la deuda que el blanco tiene en toda América con el indígena, escisión especialmente notoria y que es objeto de estudio por parte de esta gran escritora mexicana. Historia cruzada a su vez por la influencia de la Iglesia y las clases dominantes y la mi-rada prejuiciosa que estas instituciones tienen hacia la mujer que quiere emanciparse por ejemplo a través del acceso a la cultura académica. En 1950 Rosario obtiene el grado de maestra en filosofía en la Universidad Autónoma de México. El tema de su tesis: "Sobre cultura femenina", allí se preguntaba por el lugar de la mujer en la cultura: "El mundo que para mí está cerrado tiene un nombre: se llama cultura. Sus habitantes son todos del sexo masculino" manifiesta. Cabe acotar que en 1950, está saliendo "El segundo sexo" de Simone de Beauvoir y ella no lo leyó. En Madrid fue que Rosario realizó cursos de pos-grado.
Mujer que no tiene sosiego en su destino signado por el desplazamiento del deseo. Dos fatalidades en la vida de Rosario: la muerte de su hermano Benjamín, la infidelidad de su amado Ricardo. 
Podría haber una tercera situación que habría de ocasionarle un extremo costo afectivo: su frustración como madre, alejada, por su actividad como profesora visitante en Madison, de su amado hijo. Esos tres temas los analiza Paulina Movsichoff con delicadeza y tratando de compatibilizar lo que trascienden los textos de Rosario con el cruce de datos biográficos y testimonios de cartas. 
Los desasosiegos que atravesarán toda su vida dándole credibilidad, fuerza, a su literatura. Desasosiegos que habrá de desarrollar con total atención Paulina en esta novela (porque en sí es una novela y no me salgo de esta lectura que le hago al libro), donde Paulina con su gran habilidad de novelista habrá de crear espacios y situaciones absolutamente ficcionales que no sólo serán creíbles sino que crearán verdaderas instancias de convencimiento. Habrá en la novela núcleos narrativos que se repetirán como se repiten las obsesiones: la muerte prematura del hermano de Rosario, su infancia desplazada precisamente por esa muerte que habrá de reaparecer una y otra vez, como acarreando la pregunta: ¿por qué el y no yo? Creencia, la suya, que tal quizá hubiera sido el deseo de sus padres ante la muerte del varón en esa sociedad machista de pérdidas más abarcativas, tal como el patrimonio de las tierras que Rosario no pudo heredar porque sobrevino la reforma agraria iniciada por Lázaro Cárdenas.
Rosario es un personaje de gran carnadura, absolutamente creíble, trabajado con suma habilidad y de manera sensible por Paulina Movsichoff, que tan bien conoce todos esos mecanismos del México profundo, verdadero, alejado de los clichés de mejicaneidad que suelen tomarse como preconcepto.

Pasan por este libro todas las situaciones relevantes de la vida de esta escritora, como así también su amistad con escritores que fueron sus contemporáneos. 
Pero algo quiero subrayar como muy relevante en este libro: Paulina Movsichoff utiliza un idioma construido a la manera mexicana, usando palabras y guiños y dichos y hasta penetra la idiosincrasia de esa cultura de puertas adentro, cuestión que le agrega a este libro enorme atractivo. 
Cuenta los hechos y sucesos sin el ordenamiento cronológico lineal, sino que va y viene construyendo un tiempo de relato convincente, y a veces la reconocemos dentro de este libro a ella como personaje, como si su voluntad la llevara a estar ahí, metida en esa historia, como el náufrago en la vida de Faustine de la novela de Adolfo Bioy Casares: “La Invención de Morel”. Sólo faltaría aquí esa maquinaria fantástica que pudiera fundir las escenas, de tal manera que Paulina pudiera entrar en la conciencia de Rosario Castellanos, su admirada y amada escritora.

Vagabundeo de la raíz- Paulina Movsichoff





Tal vez la génesis de mi novela sobre Rosario sea aquella imagen que aún guardo nítida, en mi “Arca de la memoria”. La de aquella mujer anciana de tez cobriza, de pelo negro y larga tranza atravesando su cabeza, como una corona, Gloria Yanquetruz que, de tarde en tarde, tocaba a la puerta de mi casa provinciana, allá en San Luis. Mamá la convidaba a pasar y se sentaban a conversar bajo la sombra acogedora de la higuera.  “Saluden a Gloria”, decía mamá. Y cuando se iba, nos contaba que ella era una princesa. Ante mi  empecinada incredulidad de que una princesa pidiera limosna (mamá le daba prendas nuestras que ya no usaríamos) ella me contestaba: “Es la hija del Cacique Yanquetruz. Ellos eran dueños de esta tierra y los blancos se la quitamos.”
  Correrían algunos años hasta llegar a la Facultad de Letras, la carrera que elegí. En la cátedra de Literatura Latinoamericana, debí leer El mundo es ancho y ajeno, de Ciro Alegría. Causó en mí una impresión también imborrable. América y sus habitantes originarios me golpearon en toda la crudeza de de su crucifixión. Luego vendrían Arguedas y Los ríos Profundos, Miguel Ángel Asturias y tantos otros que me dieron a comprender que allí, con esos seres despojados y exterminados sin piedad, estaban también mis raíces. Mis corazón no lograría apartarse de esta nueva certeza.
  Los caminos del exilio me llevaron luego a Ecuador y México.  De pronto me vi inmersa en esa América Profunda. Contemplaba con azoro a los indios sigilosos, descalzos, encorvados bajo imposibles cargas adheridas a la espalda por una correa que les atravesaba la frente y continuaba hasta sostener aquellos enigmáticos bultos, En México sucedió lo mismo. Esos hombres y mueres pululaban por todas partes, en las aceras (banquetas, como les dicen allá), en los mercados, sentadas las mujeres con sus críos en cualquier esquina. En cualquier calle de esa ciudad atestada de autos en las cuales los peatones brillaban por su ausencia, porque todos tenían “carro”, ese mágico invento de los nuevos tiempos. Ellos, los dueños, eran extranjeros y desposeídos en su propia tierra. Y desde mi extrañamiento, desde mi propio destierro, sentí que una gran injusticia dominaba el mundo en que vivía, desarraigada, no sabía hasta cuándo, de la tierra que me viera nacer. Comencé entonces mi primera novela, Fuegos encontrados. Transcurre en el siglo XIX cuando comienza la Campaña al “Desierto”, como se la llamó. Casiana, la joven ranquel arrancada de los suyos para servir en casa de los blancos, es uno de los personajes más vivos, creo, en toda mi narrativa. La novela obtuvo el Premio “Juan Rulfo” para Primera Novela, otorgado por el Instituto Nacional de Bellas Artes. Y fue para mí más importante que sacarme el premio Nóbel. En adelante mi nombre estaría unido para siempre al de aquel otro grande entre los humildes, a aquel Juan Rulfo que conocí en el Instituto Nacional Indigenista, donde trabajaba mi entonces marido, el antropólogo Adolfo Colombres. En ese Instituto, algunos años antes, trabajó Rosario llevando el teatro Petul a sus hermanos lacandones. Un día, a través de aquél, llegó a mis manos una novela. Se llamaba Oficio de tinieblas y su autora, Rosario Castellanos era desconocida hasta entonces para mí. “Ella es precursora del boom y pionera del feminismo en México” me informó. Desde entonces no me abandonaría. Me adentré en sus novelas, sus cuentos, sus poemas, sus ensayos unida a ella por esa vibración emotiva que nos despiertan las obras que hablan la lengua de nuestra alma. A nuestro regreso, imantada aún por aquella experiencia y por aquella lectura, escribí, en el Instituto de Literatura Ibeoramericana donde investigaba, mi trabajo: “Rosario Castellanos o las osadías de la lucidez. Un análisis de la mujer en su novela Oficio de tinieblas”.  
  En casi toda su obra ella denuncia la opresión de su pueblo, los lacandones de Chiapas. Vivió con lucidez implacable su doble condición de mujer y mexicana e hizo de esta conciencia, como dice José Emilio Pacheco, la materia misma de su obra, la línea central de su trabajo. Naturalmente no supimos leerla, termina Pacheco. Sin embargo, Rosario no se detiene en los aborígenes. sino que se identifica con las otras mujeres, sean iletradas, indígenas y blancas, solteras, casadas, mostrando en todo momento esas vidas  ceñidas por una serie de elementos que la colocan en un lugar de objeto. Nos deja una clara preocupación de la identidad femenina, del ser mujer en todos los ámbitos de su  creación. Tanto en su obra literaria como en su vida, Castellanos se esforzó por buscar otro modo de ser Lo expresó bellamente en su “Meditación en el umbral”: 

No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoi
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.

Ni concluir las leyes geométricas, contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático de la Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson
debajo de una almohada de soltera.
....
Otro modo de ser humano y libre.

Otro modo de ser.

           
 Por último quiero agregar que tal vez no sea casualidad que esta sala donde la presentamos lleve el nombre de Augusto Raúl Cortazar, uno de los folklorólogos más  reconocidos de nuestro país, de quien tuve el honor de ser su alumna. Con su esposa, la profesora Celina Sabor de Cortazar realicé un curso de postgrado: “La poesía de Quevedo”. Y a la sombra de este poeta quiero nombrar otro de los tópicos que me impresionaron de esta escritora. La de su corazón perennemente enamorado e insatisfecho, amor que la predispuso tal vez a la muerte. Porque en aquellos poemas de ese genio de nuestro idioma, siempre resuena en mí uno de sus sonetos más emblemáticos. El que se titula: “Amor más poderoso que la muerte”, aquel que termina diciendo: “Polvo seré, mas polvo enamorado”. 


Palabras pronunciadas por mí ayer en la presentación de mi novela "El arca de la memoria", que tuvo lugar en la sala Cortazar de la Biblioteca Nacional.