sábado, 22 de diciembre de 2012

Carta a Paulina Movsichoff-María Esther Lucero Saá



Buenos Aires, 23 de octubre de 1990

Querida Paulina:
  No sé qué pasó que no me llamaste. Yo pensaba no sólo entregarte la antología donde salen publicados algunos de mis poemas, sino seguir conociéndote, pues eres una mujer muy representativa de San Luis y no sólo de San Luis sino de Latinoamérica.
  Hay una frase de Joyce que siempre me acompaña: “esas grandes palabras que nos hacen tan desdichados”. No existen palabras más humildes para expresar la admiración y querría decirte esto con palabras muy simples, muy delicadas. 
  Veo que a través d tu escritura se revela un gran mujer, interesante, talentosísima, que a su debido momento la van a reconocer más aún. 
  Últimamente te vi muy sola, un poco triste. Vivimos en un país muy jodido, con grupos muy jodidos, la política cultural es bastante negativa, injusta, torpe.
  Al leer tu novela Las fábulas del viento sentí que al fin un escritor podía expresar tan apasionadamente lo que yo sentí por mi tierra y seguramente lo que muchos han sentido.
  Sentí representada muy cabalmente a la mujer puntana, con su rebeldía contenida por la cultura, con toda la gama de sentimientos que una mujer o un hombre pueden sentir.
  Ví representada no sólo a la clase dirigente sino los personajes más simples de San Luis. Todos están ahí, vistos por vos desde México, con un vocabulario tan amplio como la amplitud de tu alma y la libertad con que te expresás.
  Sentí también que no sólo estabas viendo a San Luis sino a cualquier pueblo latinoamericano, pueblos que fuiste conociendo a través de tu joven vida.
  Quisiera darte fuerzas, decirte que tu energía va a seguir, que puede ser que estés pasando por un período de soledad, viendo lo mucho que uno siembra y la cosecha no llega. Pero yo sé que vas a recibir mucho pues tu entrega y tu capacidad de trabajo son admirables.
  Vuelvo a esa palabra tan extraña: “Admiración”. Parece que fuera una palabra que nos aleja más que acercarnos. Uno no puede ser una estatua. Pero por ahora no tengo otra palabra. Esas mujeres vivientes como Matilde, que has logrado recrear magníficamente, con atemporalidad, me dicen que tal vez me vuelvas a llamar. Es muy linda la amistad. Más aún cuando se comparten tantas cosas, o la soledad es inmensa y hay muy pocos sabios que sepan comprenderla como vos lo hiciste conmigo. Y eso no se olvida.

                                                   Hasta siempre

                                                               María Esther




María Esther Lucero Saá fue una poeta puntana y prima mía. Nació en 1950 y puso fin a su vida por decisión propia en 1996. Publicó un solo libro de poemas: "A cielo abierto". Aquí esta carta suya que encontré pegada en la página de uno de mis diarios y que me conmovió. Hasta siempre, María Esther.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Presentación de la novela "El arca de la memoria" de Paulina Movischoff- María Lyda Canoso



Presentación de la novela “El arca de la memoria” de Paulina Movsichoff

María Lyda Canoso


“El arca de la memoria”, es una novela biográfica que pivotea en torno a la figu-ra de la gran escritora mexicana Rosario Castellanos. Curiosa combinación: una escritora que habla en su novela de otra escritora. No solamente habla de ella sino se mete en su piel, padece sus dolores, vibra con su temblor, con su incertidumbre. Porque Paulina pareciera penetrar en lo profundo del alma de esta gran artista. Con la objetividad que da el extrañamiento, a la manera de los viajeros ingleses que tan bien describieron la pampa, Movsichoff, argentina exiliada en tierra ajena, toma la figura de Rosario como su mentora, su guía espiritual (lo he conversado con ella), como si fuera Rosario la interlocutora de su propia literatura. Mal podría haber sido que Paulina omitiera escribir este libro de naturaleza confesional. Porque Paulina es Rosario, entra en su sistema de escritura y en su manera de percibir el mundo y describe la grandeza de esta mujer escritora que es Rosario Castellanos. 
Para poder hablar del libro tendríamos que definir un poco qué es biografía, bios (vida) graphein (escritura). Se supone que una biografía es la historia de una vida, en este caso, la historia de una vida relevante, un acto de amor, de admiración en esta construcción que hace Paulina, un libro donde el objeto de escritura, la musa inspiradora es la gran escritora, ensayista, poeta y mujer de amplia representatividad de lo mexicano, Rosario Castellanos.
El libro abarca los momentos más íntimos y melancólicos de la vida de esta escritora, constante luchadora por los derechos de la mujer, en especial de la mujer mexicana, que reconoce y reivindica el rol propio y el ascenso en cuanto a la igualdad con el hombre. A la vez que se hace cargo de la deuda que el blanco tiene en toda América con el indígena, escisión especialmente notoria y que es objeto de estudio por parte de esta gran escritora mexicana. Historia cruzada a su vez por la influencia de la Iglesia y las clases dominantes y la mi-rada prejuiciosa que estas instituciones tienen hacia la mujer que quiere emanciparse por ejemplo a través del acceso a la cultura académica. En 1950 Rosario obtiene el grado de maestra en filosofía en la Universidad Autónoma de México. El tema de su tesis: "Sobre cultura femenina", allí se preguntaba por el lugar de la mujer en la cultura: "El mundo que para mí está cerrado tiene un nombre: se llama cultura. Sus habitantes son todos del sexo masculino" manifiesta. Cabe acotar que en 1950, está saliendo "El segundo sexo" de Simone de Beauvoir y ella no lo leyó. En Madrid fue que Rosario realizó cursos de pos-grado.
Mujer que no tiene sosiego en su destino signado por el desplazamiento del deseo. Dos fatalidades en la vida de Rosario: la muerte de su hermano Benjamín, la infidelidad de su amado Ricardo. 
Podría haber una tercera situación que habría de ocasionarle un extremo costo afectivo: su frustración como madre, alejada, por su actividad como profesora visitante en Madison, de su amado hijo. Esos tres temas los analiza Paulina Movsichoff con delicadeza y tratando de compatibilizar lo que trascienden los textos de Rosario con el cruce de datos biográficos y testimonios de cartas. 
Los desasosiegos que atravesarán toda su vida dándole credibilidad, fuerza, a su literatura. Desasosiegos que habrá de desarrollar con total atención Paulina en esta novela (porque en sí es una novela y no me salgo de esta lectura que le hago al libro), donde Paulina con su gran habilidad de novelista habrá de crear espacios y situaciones absolutamente ficcionales que no sólo serán creíbles sino que crearán verdaderas instancias de convencimiento. Habrá en la novela núcleos narrativos que se repetirán como se repiten las obsesiones: la muerte prematura del hermano de Rosario, su infancia desplazada precisamente por esa muerte que habrá de reaparecer una y otra vez, como acarreando la pregunta: ¿por qué el y no yo? Creencia, la suya, que tal quizá hubiera sido el deseo de sus padres ante la muerte del varón en esa sociedad machista de pérdidas más abarcativas, tal como el patrimonio de las tierras que Rosario no pudo heredar porque sobrevino la reforma agraria iniciada por Lázaro Cárdenas.
Rosario es un personaje de gran carnadura, absolutamente creíble, trabajado con suma habilidad y de manera sensible por Paulina Movsichoff, que tan bien conoce todos esos mecanismos del México profundo, verdadero, alejado de los clichés de mejicaneidad que suelen tomarse como preconcepto.

Pasan por este libro todas las situaciones relevantes de la vida de esta escritora, como así también su amistad con escritores que fueron sus contemporáneos. 
Pero algo quiero subrayar como muy relevante en este libro: Paulina Movsichoff utiliza un idioma construido a la manera mexicana, usando palabras y guiños y dichos y hasta penetra la idiosincrasia de esa cultura de puertas adentro, cuestión que le agrega a este libro enorme atractivo. 
Cuenta los hechos y sucesos sin el ordenamiento cronológico lineal, sino que va y viene construyendo un tiempo de relato convincente, y a veces la reconocemos dentro de este libro a ella como personaje, como si su voluntad la llevara a estar ahí, metida en esa historia, como el náufrago en la vida de Faustine de la novela de Adolfo Bioy Casares: “La Invención de Morel”. Sólo faltaría aquí esa maquinaria fantástica que pudiera fundir las escenas, de tal manera que Paulina pudiera entrar en la conciencia de Rosario Castellanos, su admirada y amada escritora.

Vagabundeo de la raíz- Paulina Movsichoff





Tal vez la génesis de mi novela sobre Rosario sea aquella imagen que aún guardo nítida, en mi “Arca de la memoria”. La de aquella mujer anciana de tez cobriza, de pelo negro y larga tranza atravesando su cabeza, como una corona, Gloria Yanquetruz que, de tarde en tarde, tocaba a la puerta de mi casa provinciana, allá en San Luis. Mamá la convidaba a pasar y se sentaban a conversar bajo la sombra acogedora de la higuera.  “Saluden a Gloria”, decía mamá. Y cuando se iba, nos contaba que ella era una princesa. Ante mi  empecinada incredulidad de que una princesa pidiera limosna (mamá le daba prendas nuestras que ya no usaríamos) ella me contestaba: “Es la hija del Cacique Yanquetruz. Ellos eran dueños de esta tierra y los blancos se la quitamos.”
  Correrían algunos años hasta llegar a la Facultad de Letras, la carrera que elegí. En la cátedra de Literatura Latinoamericana, debí leer El mundo es ancho y ajeno, de Ciro Alegría. Causó en mí una impresión también imborrable. América y sus habitantes originarios me golpearon en toda la crudeza de de su crucifixión. Luego vendrían Arguedas y Los ríos Profundos, Miguel Ángel Asturias y tantos otros que me dieron a comprender que allí, con esos seres despojados y exterminados sin piedad, estaban también mis raíces. Mis corazón no lograría apartarse de esta nueva certeza.
  Los caminos del exilio me llevaron luego a Ecuador y México.  De pronto me vi inmersa en esa América Profunda. Contemplaba con azoro a los indios sigilosos, descalzos, encorvados bajo imposibles cargas adheridas a la espalda por una correa que les atravesaba la frente y continuaba hasta sostener aquellos enigmáticos bultos, En México sucedió lo mismo. Esos hombres y mueres pululaban por todas partes, en las aceras (banquetas, como les dicen allá), en los mercados, sentadas las mujeres con sus críos en cualquier esquina. En cualquier calle de esa ciudad atestada de autos en las cuales los peatones brillaban por su ausencia, porque todos tenían “carro”, ese mágico invento de los nuevos tiempos. Ellos, los dueños, eran extranjeros y desposeídos en su propia tierra. Y desde mi extrañamiento, desde mi propio destierro, sentí que una gran injusticia dominaba el mundo en que vivía, desarraigada, no sabía hasta cuándo, de la tierra que me viera nacer. Comencé entonces mi primera novela, Fuegos encontrados. Transcurre en el siglo XIX cuando comienza la Campaña al “Desierto”, como se la llamó. Casiana, la joven ranquel arrancada de los suyos para servir en casa de los blancos, es uno de los personajes más vivos, creo, en toda mi narrativa. La novela obtuvo el Premio “Juan Rulfo” para Primera Novela, otorgado por el Instituto Nacional de Bellas Artes. Y fue para mí más importante que sacarme el premio Nóbel. En adelante mi nombre estaría unido para siempre al de aquel otro grande entre los humildes, a aquel Juan Rulfo que conocí en el Instituto Nacional Indigenista, donde trabajaba mi entonces marido, el antropólogo Adolfo Colombres. En ese Instituto, algunos años antes, trabajó Rosario llevando el teatro Petul a sus hermanos lacandones. Un día, a través de aquél, llegó a mis manos una novela. Se llamaba Oficio de tinieblas y su autora, Rosario Castellanos era desconocida hasta entonces para mí. “Ella es precursora del boom y pionera del feminismo en México” me informó. Desde entonces no me abandonaría. Me adentré en sus novelas, sus cuentos, sus poemas, sus ensayos unida a ella por esa vibración emotiva que nos despiertan las obras que hablan la lengua de nuestra alma. A nuestro regreso, imantada aún por aquella experiencia y por aquella lectura, escribí, en el Instituto de Literatura Ibeoramericana donde investigaba, mi trabajo: “Rosario Castellanos o las osadías de la lucidez. Un análisis de la mujer en su novela Oficio de tinieblas”.  
  En casi toda su obra ella denuncia la opresión de su pueblo, los lacandones de Chiapas. Vivió con lucidez implacable su doble condición de mujer y mexicana e hizo de esta conciencia, como dice José Emilio Pacheco, la materia misma de su obra, la línea central de su trabajo. Naturalmente no supimos leerla, termina Pacheco. Sin embargo, Rosario no se detiene en los aborígenes. sino que se identifica con las otras mujeres, sean iletradas, indígenas y blancas, solteras, casadas, mostrando en todo momento esas vidas  ceñidas por una serie de elementos que la colocan en un lugar de objeto. Nos deja una clara preocupación de la identidad femenina, del ser mujer en todos los ámbitos de su  creación. Tanto en su obra literaria como en su vida, Castellanos se esforzó por buscar otro modo de ser Lo expresó bellamente en su “Meditación en el umbral”: 

No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoi
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.

Ni concluir las leyes geométricas, contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático de la Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson
debajo de una almohada de soltera.
....
Otro modo de ser humano y libre.

Otro modo de ser.

           
 Por último quiero agregar que tal vez no sea casualidad que esta sala donde la presentamos lleve el nombre de Augusto Raúl Cortazar, uno de los folklorólogos más  reconocidos de nuestro país, de quien tuve el honor de ser su alumna. Con su esposa, la profesora Celina Sabor de Cortazar realicé un curso de postgrado: “La poesía de Quevedo”. Y a la sombra de este poeta quiero nombrar otro de los tópicos que me impresionaron de esta escritora. La de su corazón perennemente enamorado e insatisfecho, amor que la predispuso tal vez a la muerte. Porque en aquellos poemas de ese genio de nuestro idioma, siempre resuena en mí uno de sus sonetos más emblemáticos. El que se titula: “Amor más poderoso que la muerte”, aquel que termina diciendo: “Polvo seré, mas polvo enamorado”. 


Palabras pronunciadas por mí ayer en la presentación de mi novela "El arca de la memoria", que tuvo lugar en la sala Cortazar de la Biblioteca Nacional.



miércoles, 5 de septiembre de 2012

Por la Amazonas- Paulina Movsichoff



La despertó el alboroto de los pájaros en la palmera. Abrió lentamente los ojos y, a través de la cortina, pudo comprobar un cielo insistentemente azul. Le gustaba quedarse así, en esa duermevela donde los pensamientos se deslizan fugaces como sombras y podía creerse allá, en aquellas otras mañanas, ya perdidas. Ese día no tenía ganas de salir a trabajar. Quién lo hubiera dicho: Vendedora. Ella, que en la vida hizo otra cosa que leer y escribir. Recordó su cuarto de investigadora, en la Facultad. Era muy pequeño pero resultaba cálido con las plantas que fue acumulando mes tras mes, los afiches de Rousseau. ¿Quién lo ocuparía ahora? Quizás estuviera vacío, esperándola. La investigación sobre Carpentier quedó trunca y aquí no había tenido fuerzas ni tiempo para retomarla. Debían ganarse un lugar, sobrevivir  como fuera en es país en donde recalaran, náufragos en la gran isla del exilio. Sintió en su cuerpo la mano, aún adormilada, de Carlos y la rechazó con suavidad. No le gustaba ser interrumpida en esos momentos, los únicos que se permitía, de nostalgia. De la penumbra del inconsciente surgió la cara de Juan, con quien soñara toda la noche. Lo encontró en la calle, poco tiempo antes de la partida. Tomaron juntos un  café. Ahora volvía a ver esos ojos, ensombrecidos por la rabia, las manos que destrozaban la servilleta mientras ellos hablaban de cualquier cosa para no nombrar lo que estaba allí, vivo, como una fiera ala acecho. “Cuidate”, le dijo ella al despedirse. No podía dejar de sentir por él una tierna preocupación. Sin embargo, conociéndolo tan bien (la relación había sido breve pero intensa), se alejó segura de que si súplica caería en saco roto. La mano insistía y el deseo comenzó a ganarla, como una marea inevitable. Eso es. Hacer el amor, anudarse hasta espantar los miedos, hasta que la tristeza retroceda. La tristeza. De un tiempo a esta parte siempre estaba allí, agazapada, lista para saltar en cualquier momento de despido.
   Mientras se vestía miraba el Pichincha, a lo lejos, las casas que comenzaban a llenarse de apuros y de ruidos. Pensó que volvería por la Amazonas. Era la única calle que reunía las oficinas más importantes de la ciudad; esa vez no podía darse el lujo de perder el tiempo. Nada de sentarse en un banco de la Alameda, entre una venta y otra, con un libro en la mano. Carlos no recibía un peso desde hacía varias semanas, y debían el arriendo, las provisiones comenzaban a escasear. Subió por la Humboldt. Contempló los jardines simétricos, el césped aún mojado de rocío, todo envuelto en esa atmósfera de seguridad y sosiego que parece emanar de los barrios adinerado.
  En la parada del Chaguarquincho, la  misma india de todos los días le tendió la mano. Ella sacó un sucre del bolso y se lo dio. Dos otavaleñas corrían ya hacia elbus que avanzaba desde la esquina con su panza de un azul desteñido. Un olor a fruta podrida, a sudor, la golpeó mientras trataba de acomodar las piernas en el breve espacio del asiento. A su lado, el niño atado a las espaldas de la mujer estiraba la mano, tratando de tocarla. Miró sus ojos negros y aletas, los cachetes de una aceitunada placidez y le sonrió. Mientras el bus bajaba por la 6 de Diciembre trató de concentrarse en la limpidez del aire, en la exaltada transparencia de esa mañana andina. Al llegar a la Alameda decidió bajar y recorrer a pie las dos cuadras que faltaban. Se detuvo en un edificio moderno, de vidrios color sepia. A la entrada se leía, con letras doradas: Edificio Proinco Calixto. Al catorce, pidió al ascensorista, luego de cerciorarse en el  tablero de que era el último piso. Antes de comenzar, se detuvo en el hall y, por la ventana, miró fugazmente la ciudad, allá abajo, los toldos de las confiterías, los tapices y ponchos que los indios desparramaban en la vereda, preparándose para la llegada de los turistas. ¿Qué ofrecería primero? ¡El quijote ilustrado por Dalí? Quizá fuera conveniente comenzar por la Enciclopedia infantil, con sus cuatro tomos: todos los porqués, los dónde, los cuándo, los cómo. Por su mente pasó, fugaz, el recuerdo de su abuela, con el Tesoro de la juventud en la falda. Siempre dejaban de lado el libro del los porqué para zambullirse en el de Narraciones Interesantes. Ahora se acercaba Navidad. No estaría mal trabajarles a los ricachos por el lado del amor paternal. Cerró los ojos y la imagen de la abuela se le dibujó con tal fuerza que debió contenerse para no llorar allí mismo. O bien Los grandes políticos. Hitler y Marx. Qué ensalada. Kennedy y Ataturk. Golpeó tímidamente la puerta donde se leía: “Inversora V & U”. la secretaria, una yanqui oxigenada, le preguntó: “¿Qué deseas querrida?”, arrastrando la erre. “hablar con el gerente”, dijo ella, con una voz que trataba de parecer segura. Las secretarias eran huesos difíciles de roer. “¿Por qué asunto, querida?”, insistió la rubia. “Personal”, contestó, instalándose en un sillón de cuero mullido. La contempló alejarse moviendo las caderas. “Está ocupado”. Vuelve mañana.” Esta vez fue Promepar SA, en ekl piso de abajo. Sentado ante el escritorio, un muchacho de cara lampiña leía una revista con aire indolente. La introdujo sin preámbulos en un despacho profusamente decorado. Caminó por la alfombra de largos pelos, apoyando voluptuosamente los pies. El gerente era un hombre moreno y afable, con una sonrisa de aviso publicitario. Desplegó los folletos sobre la mesa donde descansaban, enrollados, algunos planos. La sed comenzaba a torturarla cuando dejó de hablar, no muy segura de haber estado convincente. “¿De dónde es usted?”, y el hombre la miraba, entre complacido y curioso. “De Argentina”, contestó ella. “Bueno, pero sucede que estoy muy gastado. Hábleme más de lo que tiene.” Y  luego, como si se arrepintiera, agregó: “¿Qué le parece si tomamos un trago por la noche?”, a la vez que paseaba los ojos por su cuerpo, calzado en un enterito celeste. Salió de allí diciéndose que aquél no era su día, que habría que decirle al dueño del departamento que siguiera esperando, que. se animó frente a la puerta de Mc Kann Erikson. La respuesta fue la misma: “El gerente está ocupado”, vuelva otro día.
  Sentada en un escalón, entre dos pisos, permanecía ahora quieta, indiferente hacia la mañana que avanzaba, cautelosa, hacia el mediodía. Una profunda lasitud comenzó a invadirla. Se encontró de ponto pensando en Luisa. Qué diría al ver su ardua lucha por vender aquellas enciclopedias. Pero Luisa no estaba allí para verla. Ni allí ni en ninguna parte, seguramente. Aún llevaba, en su bolso, la carta donde le avisaban su desaparición. Apenas se dio cuenta del hombre de espesos bigotes y espalda fornida que subía por las escaleras y pasaba ahora a su lado. “¿Se siente mal?”, oyó que le preguntaba, con una voz no exenta de preocupación. Y luego, al ver el portafolios: “¿Vende algo?”. Sacando fuerzas de flaquezas ella contestó que sí, que vendía libros, enciclopedias para ser más exactos. ¿El señor querría ver? “Estaremos más cómodos en mi despacho”, invitó él. Ella se fijó en su traje de corte impecable, en el gesto de hombre de mundo con que le cedió el paso. Nuevamente el despliegue de folletos sobre la mesa. Me llevo el Marketing, dijo él ante su mirada de asombro, cinco tomos, una de las más jugosas comisiones. También El Quijote y los clásicos de la literatura universal, y la Enciclpedia Infantil. Sus pensamientos se atropellaban. Alcanzará para el arriendo. Incluso sobrará. Podremos comer por lo menos un mes. Tal vez pueda comprar el tocadiscos.
portafolios, al caer, la sobresaltó. Se dio cuenta de que tenía una pierna adormecida. ¡Cuánto tiempo habría pasado desde que se sentara en aquel escalón? No se molestó en averiguarlo. Decididamente, no volveré más por la Amazonas, pensó mientras bajaba, arrastrando levemente la pierna por la escalera.                                     

martes, 21 de agosto de 2012

Claroscuros- Paulina Movsichoff

La noche estaba en sus comienzos cuando empezó el derrumbe. No hubo gritos, ni ayes, ni pedidos de ayuda. Por la ciudad reptaban súbitas salamandrras, se encendían frágiles tempestades, los mendigos bailaban cubiertos de breves tornasoles. Alguien me señalaba las madrigueras del amor. Pero no fui hacia ellas. Caminaba sonámbula por adoquines que la leche de las parturientas empapaba. Una sílaba agitó sus alas y se acomodó en el hueco de mi hombro. Apenas pude escuchar lo que decía. Creo que habló de ciertos hechiceros y de una mano viajando hacia el naufragio. Sin embargo yo buscaba el instante preciso en que el viento sacudiese las miradas antiguas, las mismas que me llevaron a los aposentos en donde supe el esplendor del pan. Los gallos cantaban sus tormentas y una hoja descansó en los primeros estremecimientos de la lluvia. Por el cielo volaban las panteras de siempre. Entonces me volví de costado y la pared me regaló la sombra del nahual.








El ave es el corazón del agua, la piedra luciérnaga para llamar al dios de las cinco flores. Callados oficiantes ayunaban comiendo panas ázimos, descaebzanan mudas codornices para ceñir la manta bermeja de su desnudez. Su cetrosostenido a la manera de corazón saludaba al dios en medio de la niebla. Por todos los rumbos se rompieron diques y el espíritu del viento trajo noticias de las siete piedras. Ellas sben de los espejos para abrir la hermosura, de las danzas que harán pañpitar e cielo. El faisán se cubrirá de nieves y esperará elmensaje de los vencidos. Sólo de esta manera podreos alcamzar la llave de todos los misterios, ha dicho. Los enviados se fueron por la puerta de la galaxia más entera y sacudieron la arena que se disipaba en sus rodillas. El descanso se impacientaba, sacudido por los dardos de las tirbulaciones. El sol se recostaba en la mitad de un aire.







































miércoles, 1 de agosto de 2012

Para formar un mundo sin frío


A  CIELO ABIERTO (poemas)- María Esther Lucero Saá



O LOS MONSTRUOS SUBTERRANEOS

La soledad es estar aquí,
hablando en el idioma de los muertos
y tener dentro el lenguaje de los vivos
sin poder utilizarlo.
Entonces los fantasmas se agrandan,
crecen entre la espesura
de las tinieblas y de los fondos
y no pueden comunicarse.
Saben que están encerrados,
pero nunca pierden la esperanza
de algún día ser liberados
y avanzar sobre los seres
para hacerles entender
que no es sólo lo visible lo que vive.
Para hacerles conocer
la validez de los fantasmas
y los monstruos subterráneos.
¿Tendremos miedo de darles una mano
para que salgan a gritarnos sus verdades?


FLECHAS

Es difícil hacer poesía
porque cada palabra
es una flecha que sale del alma.
Yo no hago poesía.
Sólo convoco palabras
para aventar este fuego
que recorre mi sangre.
Sólo convoco al hombre,
al tiempo,
al sol, al mar, al cielo
para formar un mundo sin frío.
Un mundo sin frío
donde los árboles crezcan
el fuego se encienda
y los ojos se miren.
Los ojos miran al universo
y no hay manos para asirlo.
El universo huye
y tras Èl
un loco enamorado
va entonando canciones
con el corazÛn lleno de flechas.


YA NO

Ya no bebo la leche que alimenta a los niños,
ya empiezo a gustar el manjar sólido
que alimenta a los fuertes,
ya comienzan los temblores,
ya huye para siempre el pájaro negro,
ya tomo la tierra fresca entre mis manos,
ya fabrico mi casa,
ya hundo mis manos en el humus
sacando los terrones
para plantar mi semilla,
ya crece mi semilla en tierra fértil,
no cayó entre zarzales,
ya doy de mí todo lo que tengo,
el  único talento ser devuelto multiplicado
en cientos de espigas de trigo.


AMO LA NOCHE
Los amaneceres,
cuajados de zafiros y ópalos,
despejan las tristes sombras
de mis dudas.Todo vuelve a tener
su acostumbrado vuelo.
Entre tinta y versos
voy componiendo mi ser
destruido
por las ciudades dolientes.
Amo la noche,
porque en ella
no se ven calles desiertas.
Sólo se ven cristales
en un mar azul inmóvil y oscuro.
Un mar azul inmóvil y oscuro
donde danzan diamantes.
En sus olas mi pensamiento sube
y canta sinfonías de unidad.
Desde la tierra suben escaleras
y al subirlas
suelto mis cadenas,
atadas a la tierra en días sin fin,
en llanto, en heridas atroces.
Y corro entre las gentes con cadenas,
con un río de luz en la mirada,
con un río de amor en los labios,
sin vestidos,
con campanas locas en mi espíritu,
sola,
corro a veces
entre seres que no escuchan.
Hay un Ser
al que le canto
estas canciones argentinas que voy entonando con mis brazos,
hasta sentir
que Él me ama,
que Él nos ama.



"Si no tuviera nada que decir no hubiera entregado mi vida a fin de buscar la raíz
de mis conflictos (y de los conflictos de los otros) a través de la palabra...El nombre de este libro surgió a raíz de la lectura de unos párrafos del Quijote, en
los que Cervantes habla del modo en que luchan los soldados: "No bajo a
cubierta, sino a cielo abierto".
"A cielo abierto" es una expresiçn que puede tener muchísimos significados o
sentidos; desde aquel tan alto que le dio Cervantes hasta el más humilde, que
sentí bajo el cielo indescriptible de San Luis, bajo su noche clara, bajo ese cielo de
que cantó Lugones en versos admirables, poco difundidos, o el sentido más
simple de mi expresión que era el de manifestarme con el corazón en derrota y en
victoria, entera sobre mí misma, frente a mis hermanos...
No sé si busqué la poesía como un refugio; creo que fue más bien una
manifestación de ese dolor que cada escritor siente sobre sus hombros...
Este don de la palabra que me ha sido dado misteriosamente desde la infancia, es
el principio y fin de mi vida".
MarÌa Esther Lucero Sa·
(Fragmento de palabras introductorias de la autora a su libro A Cielo Abierto. Año
1992)


María Esther Lucero Saá nació en Buenos Aires en 1950 y se quitó la vida en en esta ciudad en 1994. De familias de San Luis, amaba a esta provincia como su verdadera tierra. 

miércoles, 11 de julio de 2012

El nuevo mundo amoroso- Amor heterosexual y mujer- Paulina Movsichoff

La mujer que al amor no se asoma
no merece llamarse mujer. ………….
Una mujer debe ser
soñadora, coqueta y ardiente.
Debe darse al amor
con frenético ardor para ser
una mujer.

Así reza una conocida canción popular. Y, desde el nacimiento hasta su muerte, a través de lecturas, publicidad y, sobre todas las cosas, educación, la mujer se encontrará inmersa en una cultura en donde, para ella, el amor hacia el hombre será el supremo valor, la suprema realización. Veamos qué opina Schopenhauer, en su conocida obra: El amor, las mujeres y la muerte: “Como las mujeres únicamente han sido creadas para la propagación de la especie, y toda su vocación se encuentra en ese punto, viven más para la especie que para los individuos y toman más a pecho los intereses de la especie que los intereses de los individuos. Eso es lo que da a todo su ser y su conducta cierta ligereza y miras opuestas a las del hombre”. Escuchemos también a Nietzche, filósofo que dedicó su vida a construir una teoría que convirtiera al hombre en super-hombre. En la sección titulada “De las mujeres viejas y las mujeres jóvenes” afirma: “La felicidad del hombre dice: yo quiero. La felicidad de la mujer dice: él quiere (… ) Enredarse en la cuestión de fondo “hombre-mujer”, negar con este fin el antagonismo abismal y la necesidad de una tensión eternamente hostil, soñar quizás con iguales derechos, una educación igual, exigencias y deberes iguales: todo esto es indicio de una mente superficial…El hombre debe ser creado para la guerra y la mujer para el reposo del guerrrero: todo lo demás es una tontería”. Esta imagen de la mujer alimentó los más antiguos mitos, se dibujó en textos sagrados como La Biblia y El Corán, permaneció idéntica en la ciencia y en la filosofía. Coro de voces que la cargó de culpas, afirmó la superioridad natural del hombre y justificó es “antagonismo abismal”, esa “tensión eternamente hostil” de que nos hablaba Nietzche. Tensión y antagonismo que impidieron una verdadera unión de los sexos y justificaron el confinamiento de la mujer entre las sacrosantas paredes del hogar:
Me enseñaron las cosas equivocadamente los que enseñan las cosas:
los padres, el maestro, el sacerdote, pues me dijeron: tienes que ser buena.
Basta ser bueno. Al bueno se le da un dulce,
una medalla, todo el amor, el cielo.

Así dice la escritora Castellanos en ese libro que se llama precisamente Poesía no eres tú. Bondad, belleza, paciencia, castidad, prudencia, fueron las virtudes femeninas “por excelencia” que, a lo largo de los siglos se establecieron para apartar a las mujeres de la historia y ponerlas al servicio de la especie. “Si hubo un tiempo en que la mujer era igual – afirma Franca Basaglia – ésta es una igualdad que la historia borró. Son los mitos que hablan de una mujer firme, amazona, guerrera o diosa de los meses. Pero – continúa –no se puede mirar la historia y proyectar los problemas que nos incumben hoy”. Lo cierto es que la historia, la realidad, fueron el gran río a cuyas orillas permaneció la mujer, con su raíz nutrida por los jugos de esa tierra a la cual se la asimiló ancestralmente para sumirla en la pasividad. El hombre, entonces, era el gran viento que movía y desordenaba sus ramas o la dejaba en la calma y el sopor de esas tierras baldías, cinturón de castidad mediante, de ese lugar no lugar que en Nahuatl se denomina Nepantla, término que utilizaron los indígenas para caracterizar su marginación . Desconocida para el hombre, sin voz y sin palabra, la mujer permaneció principalmente una desconocida para sí misma. Y aquellas que quisieron indagar acerca de su existencia corporal o conferirle un sentido a sus vidas fueron llamadas brujas y quemadas en las hogueras o castigadas con las armas más sutiles, pero no menos sutiles, de la censura implícita y la culpa. Sin otro espacio que la seducción, el amor, la dedicación a quien la hacía existir, la mujer fue algo lejano, distinto, extraño. Y esto creó esa patología, esa erosión en la cultura, para usar los términos de Franca Basaglia, producto de una mujer amputada, incapaz, inadaptada. Es oportuno preguntarse entonces desde dónde, desde qué recóndito lugar de su persona puede ella relacionarse con el hombre y construir ese intercambio vital de pares, de iguales, como el que soñara Rilke y prefigurara Fourier en su Nuevo mundo amoroso. ¿Cómo llegar a ese amor hacia el otro sexo, ese amor fundante del ser en el que dos libertades se complementan? ¿Cómo construir una relación en donde Ulises y Penélope se ayuden y se alternen en cuidar de Itaca y también en alejarse de ella para explorar las maravillas del mundo? Esto es algo para la cual las mujeres no tenemos aún una respuesta cierta. “El no gritado que la mujer, seguido, contradice con los hechos por amor o por vileza es la utopía de una relación que por ahora sólo se da en el conflicto”, afirma también Basaglia. La mujer, fatigada por la denuncia, por el desenmascaramiento, no ha podido aún llegar, salvo en ocasiones excepcionales, a construir una unión recíproca, un vínculo complejo y esclarecedor con el sexo opuesto. En su artículo “El amor es una trampa, una crítica feminista del amor heterosexual”, Marta lamas reflexiona sobre la pobreza de material feminista con respecto a este tema. “La cantidad de publicaciones, tanto de artículos como de libros, que han abordado la experiencia lesbiana (desde los testimonios y la creación literaria hasta lo sociológico) dice, es impresionante. Tal avalancha no ha tenido su contraparte heterosexual”. Desde que las mujeres comenzamos a indagar sobre nosotras mismas, a preguntarnos por el sentido de nuestro quehacer en la vida se nos presentó, con una claridad estremecedora, el estrecho vínculo entre amor y sumisión, entre dependencia y opresión. Hoy, sin embargo, la situación de la mujer no es exactamente aquella que nuestras antepasadas feministas luchaban por cambiar. Para la mayoría de nosotras ser las sacerdotisas que mantienen perennemente encendido el fuego sagrado del amor familiar resulta pobre en comparación con lo que hemos alcanzado a entrever del mundo. Y nuestras energías se han concentrado, como nunca antes, en examinarnos, en llegar a ese núcleo inicial de nuestro ser desde donde irradian nuestros ímpetus y a partir del cual la aventura de la vida puede ser reconstruida. En ese lugar en donde late, poderoso y desoído, el puro aliento del deseo. “Los hombres no tienen instintos fijos como los animales”, decía Fourier. Y nosotras diremos: tampoco las mujeres. Debemos inventarnos fines, metas, objetivos. Hasta hace muy poco ha sido el ser humano masculino el único detentador del privilegio de hacerlo. Únicamente él pudo soñar, ejecutar, crear. A la mujer se la dejó vacía de necesidades y anhelos, por lo que volcó todo su yo, todo su angustioso afán de ser en la relación amorosa. “La vocación del macho es la acción – observaba Simone de Beauvoir -; necesita combatir, crear, progresar, trascender hacia la totalidad del universo y la infinitud del porvenir, pero el matrimonio tradicional no invita a la mujer a trascender con él, sino que la confina en la inmanencia”. Esta negación de sí, de sus valores como persona autónoma fue lo que hizo de ella una esclava. Y lo que dio al hombre la posibilidad de definir él y sólo él los términos de la relación. El único objetivo que se brindó a la mujer, hasta no hace mucho tiempo, fue el ingreso al matrimonio. “La mayor parte de las mujeres, aun hoy en día, está casada, lo estuvo, se prepara para ello o sufre por no serlo”, apunta también la autora de El segundo sexo. Pero esta dependencia se volvió contra el mismo que la creó. El amor se transforma, a menudo, en una pesada amarra del cual el hombre no sabe, no puede evadirse. Pues esa abnegación que la mujer le ofrece lo fatiga, lo esclaviza a su vez. Ya sabemos que no existirá verdadera libertad mientra uno de los dos polos de la relación no se haya liberado. Hoy la mujer, sin embargo, ha roto los viejos patrones. Está ya en el mundo y su voz, su palabra, ha comenzado a escucharse. Palabra torpe a veces, con estridencia e inseguridades, pero palabra al fin. Tal vez ella se equivoque y acepte equivocarse. En ese largo camino irá adquiriendo libertades y derechos que hasta ahora le fueron negados. “¿Acaso la mujer no tiene también derecho – repregunta Rosario Ferré – al amor profano, al amor pasajero, incluso al amor endemoniado, a la pasión por la pasión misma?” Y, al igual que Fourier, elaborará un Nuevo mundo amoroso que ya no será una utopía, lugar fuera del tiempo y del espacio, sino que, junto al hombre, podrá plantar la semilla de un porvenir en que la imaginación y la realidad se den la mano. Porque, retomando las palabras de Bacon: “Es necesario rehacer al ser humano, olvidar lo que se ha aprendido”. La tarea ya ha comenzado.
Leído en las Jornada de la Mujer en CEHASS (Centro de Estudios históricos, antropólogicos y sociales sudamericanos), en noviembre de 1989.

viernes, 23 de marzo de 2012

No tenemos lenguaje para los finales- Roberto Juarroz


No tenemos lenguaje para los finales,
para la caída del amor,
para los concentrados laberintos de la agonía,
para el amordazado escándalo
de los hundimientos irrevocables.
¿Cómo decirle a quien nos abandona
o a quien abandonamos
que agregar otra ausencia a la ausencia
es ahogar todos los nombres
y levantar un muro
alrededor de cada imagen.
¿Cómo hacer señas a quien muere
cuando todos los gestos se han secado,
las distancias se confunden en un caos impreivsto,
las proximiddes se derrumban como pájaros enfermos
y el tallo del dolor
se quiebra como lanzadera
de un telar descompuesto.
¿O cómo hablarse cada uno a sí mismo
cuando nada, cuando nadie ya habla,
cuando las estrellas y los rostros son secreciones neutras
de un mundo que ha perdido
su memoria de un mundo.
Quizá un lenguaje para los finales
exija la total abolición de los otros lenguajes,
una imperturbable síntesis
de las tierras arrasadas.
O tal vez crear un habla de intersticios,
que reúna los mínimos espacios
entreverados entre el silencio y la palabra
y las ignotas partículas sin codicia.


(Poesía Vertical)