martes, 21 de diciembre de 2010

Memoria y ficción en la poesía de Paulina Movsichoff - Rosa Elvira Soda









INTRODUCCIÓN

Con este trabajo, trataré de expresar, por medio de la palabra, el mágico nexo que puede llegar a establecerse entre el poeta, la obra y el lector. Podríamos decir que estos tres elementos forman un triángulo amoroso en el que cada componente, con su carga de potencialidad única, juega su rol de manera independiente, pero de tal forma que uno no puede existir plenamente, no puede funcionar en el más completo sentido de la palabra sin el otro.

Sin desmerecer el protagonismo que tiene el autor, ya que sin él no hay obra, y mucho menos sin subestimar la relevancia de la obra creada, me aventuro a decir que el lector es quien, al ejercer la acción de leer, pone a la obra en movimiento, insuflándole vida. Es precisamente este tercer elemento el que completa el ciclo, iniciando un diálogo nuevo, y creando nuevos códigos de comunicación, incluso cuando el lector sea el propio autor, en una cadena prácticamente infinita. En este triángulo entran a cumplir un papel muy importante dos hilos fundamentales de esta red tan entramada: el de la memoria, y el de la ficción.

Como lectora de Paulina Movsichoff, y en función de lo expresado, voy a analizar las categorías memoria y ficción con la seguridad de que el resultado de este trabajo será una nueva creación, probablemente muy alejada de la hipótesis de trabajo formulada por Paulina. Esto ocurre porque la obra de arte nunca está acabada, muy por el contrario, una vez que nos adentramos en ella ya la estamos modificando, esto es, reelaborando, y si escribimos lo que hemos interpretado de ella, el nuevo texto vendrá con la pincelada inevitable de la subjetividad del lector transformado ahora en escritor.

Sucede que la obra de Paulina, siguiendo a Lotman, es un texto en estado de excitación, capaz de generar nuevos textos.




El SUEÑO COMO VÍA DE ACCESO

Considero que desde los epígrafes iniciales, Paulina nos abre una gran puerta que debemos atravesar si queremos bucear en el inmenso oleaje por el que nos conduce la poesía de esta escritora. En primer lugar cita a Ezra Pound “If so, we live and die note life but dreams” (“si es así, vivimos y morimos, no vida pero sueño”) Y en segundo lugar a Antonio Machado, “caminos tiene el sueño”.

El sueño aparece así como un elemento clave, un enigmático símbolo que subyace en toda su obra.

Como dice Genette, el título es “...el primer mensaje que se envía a sus lectores potenciales”, por lo que para nosotros como lectores es “…la primera clave del contenido del libro.” 
Y si es la primera clave, en ella debe comenzar entonces el discernimiento, descubrir cómo se traduce esa clave, tomar la punta del ovillo para desenredar la madeja.

Si el sueño es presentado como portador de caminos, cabe preguntarnos: ¿Qué caminos tiene el sueño? ¿Y hacia adónde nos conducen esos caminos? Las posibilidades son múltiples, pero una probable interpretación es entender el sueño como camino hacia lo que pasó, camino de regreso hacia el pasado, desde el presente en que la poeta realiza esa conjugación entre lo que siente y lo que discierne, esa articulación entre lo cognitivo con lo creativo. Esta actividad es puramente reflexiva, pero sólo se tiene la capacidad de acceder a ella después de poner en actividad la semilla que tiene como germen lo perceptivo, lo sensible. Y esto no es caprichoso, es un estado de sensibilidad elevado, al que se llega espontáneamente, y no precisamente por proponérselo.

En sus poemas la poeta está presa de un estímulo sensible que la desborda, que la supera y, para liberarse, recurre al lenguaje, a la fuerza de sus significantes, al único instrumento capaz de ayudarla a recuperar esas vivencias que pugnan por manifestarse, por expresarse.





EL ROL DE LA MEMORIA Y LA RELACIÓN DE LO COTIDIANO CON LO ESTÉTICO.

Sabemos que cada palabra tiene una gran capacidad de memoria, y en esta carga potencial, aparece lo complejo. Por ello, para abordar la obra de Paulina es necesario comprender cómo funciona la literatura en relación con lo social, ya que toda versión de mundo está construida sobre una versión dada previamente. Siguiendo la transformación de versiones anteriores podemos decir que nada proviene de la nada, siempre hay una versión hecha que se transforma y opera en ella: la memoria. Y aquí juega un papel significativo la relación de lo cotidiano con lo estético, es decir, cómo actúa la sensibilidad frente a lo cotidiano y cómo se transforma en arte poético.
“La prosaica atiende a las formas sensibles de mirar y decir la vida cotidiana; mirada desde afuera, voz del autor que se desdobla en un sujeto lírico que se ve a sí mismo en el mundo cotidiano, una manera de recuperarlo en el recuerdo…” 2

Abordaremos el tema con un ejemplo:

La casa

Asciendo la escalera de tu sueño
Vuelvo a tocar tu corazón de árbol
Tu dulzura trepada a enredaderas…

En este poema la palabra casa está cargada de memoria, y el elemento sueño aparece como un vehículo para regresar a la infancia, es una nebulosa donde los recuerdos se confunden con los sueños. La autora vuelve a pasar por su corazón una serie de vivencias alojadas en su recuerdo y, para ponerlas en la voz del yo lírico, debe realizar una serie de asociaciones con el objetivo de encontrar esa nueva voz capaz de expresar el sentimiento.

La palabra casa aparece así como un ser vivo a quien el yo se dirige para expresarle un sentimiento. La casa es ese tú dentro del poema que adquiere la dimensión de un personaje. Tan así es que en el penúltimo verso se le asigna un nombre, el de mariposa:

Mariposa que nutre mi desvelo
Lazarillo de todas mis cegueras


Qué profundas connotaciones tiene la palabra mariposa, cuánta memoria condensa, que pasa a adquirir el significado de consuelo, de paz, de alivio, de lazarillo. ¿Qué asociaciones ha hecho la poeta? Solo ella en su momento pudo tal vez saberlo. Nosotros seremos capaces de aproximarnos, quizá, porque las asociaciones de nuestro intelecto están íntimamente selladas con nuestras propias vivencias. Sucede que los recuerdos son modelados desde capas muy profundas, están modelados tanto por la experiencia individual de la persona como de la experiencia cultural que subyace en estratos más hondos.
Hay un gran abismo entre lo que el autor ha querido decir y lo que el lector decodifica. Como dice Barthes “la lectura dispersa, disemina”, hay una “lucha sin tregua dentro de nosotros contra la fuerza explosiva del texto, su energía digresiva: con la lógica de la razón se entremezcla una lógica del símbolo. Esta lógica no es deductiva, sino asociativa: asocia al texto material otras idea, otras imágenes, otras significaciones.” 3

En la poesía de Paulina se nos presenta la evocación desde un presente poblado de ausencia, desde el dolor por el tiempo que se ha ido.

te evoco en esta ausencia
que dibuja una máscara vacía
en la herida sin pausa de las hora.

Ese evocar viene cargado de un caudal de elementos que habitan la infancia. La enredadera, la tarde, los muros, las habitaciones pobladas de duendes. El grillo del verano…
Una cantidad de imágenes sirven para pincelar esta añoranza:

Allí está la raíz
la luz del canto
mordiendo la manzana de la tarde.
Allí el silencio
descendiendo por muros invisibles
por duendes que custodian habitaciones pálidas
la penumbra que teje
el grillo empecinado del verano.


Por eso lo cotidiano adquiere connotaciones muy densas en la obra de Paulina, subyace en cada palabra con los matices que le sugiere su propia sensibilidad. Aquí la memoria juega un papel importantísimo ya que a ésta recurre la autora para traer al presente un tiempo que se ha ido, pero que ha dejado marcas muy precisas. Ese tiempo se traduce en lenguaje; ¿cómo?, con un trabajo minucioso e inteligente, conjugando el sentimiento con "el discernimiento imaginativo, es decir, un modo particular de operación de la mente, cuyo orden es metafórico” 4, es un proceso mental de carácter científico, es un desborde, que es necesario canalizar por intermedio del lenguaje para que desagüe en verso.




DE LA OBSERVACIÓN A LA PARTICIPACIÓN

Pero el recuerdo es imperfecto ya que no todo está grabado en la memoria, ésta viene también cargada de vacíos. Hay cosas que queremos guardar y cosas que queremos olvidar. La memoria actúa así cerrando algunas puertas y abriendo otras.
¿Hasta qué punto recordamos lo que fue, o recordamos lo que imaginamos que fue? He aquí el territorio de la ficción.
La escritora, como todo poeta, trabaja con asociaciones subconscientes, tratando de trasmitir una experiencia de la realidad que podríamos decir surge de un estado de conciencia mística. La palabra utilizada tiene una densidad tan importante que se requiere establecer un nuevo lenguaje, capaz de permitirnos decodificar, de alguna manera, ese universo condensado.
Este lenguaje puede ser comprendido de manera intuitiva, y por eso creadora, porque al hacerlo se crea ese nuevo código contaminado por el oleaje creador de nuestra propia subjetividad y capacidad asociativa, que produce en definitiva, a partir del poema leído, una nueva creación. Lo que sucede es que la experiencia de la realidad trasciende el pensamiento y trasciende el lenguaje, de allí la imposibilidad del poeta de transmitir dicha experiencia de manera exacta. Al resultar entonces limitado el lenguaje, es más, hasta inadecuado, el poeta recurre a imágenes, metáforas, alegorías, etc., quebrando las formas semánticas, transgrediéndolas. Esto produce un desplazamiento de la palabra, haciéndola compleja, hasta podríamos decir oscura. El poeta es dueño del lenguaje y lo utiliza con toda la libertad que le es posible, esa libertad es sumamente amplia, nadie más que el artista tiene en grado súmmum la posibilidad de hacer uso de esa libertad. Nace el conflicto, y es entonces que se hace necesario entrar en ese triángulo, entrar en ese diálogo, para sentir el latido de la poesía, para resemantizar la palabra. Al producirse esta magia, y al entender la poesía en este dinamismo, desaparece lo absurdo. Así lo que parecía oscuro se vuelve claro, transparente.
El nexo entre el poeta y el lector se torna místico, es el instante en que se produce la metamorfosis del lector, quien de observador pasa a ser partícipe Esta nueva creación es imposible de expresar por medio del pensamiento lógico. El lector deja su rol de observador para pasar a ocupar el de partícipe.
En la física atómica el científico no puede jugar el papel de un observador imparcial, objetivo, sino que se ve involucrado e inmerso en el mundo que observa hasta el punto que influencia las propiedades de los objetos observados; este involucramiento del observador constituye la característica más destacable de la teoría cuántica, razón por la cual ha introducido el concepto de partícipe para reemplazar el de observador
Para el misticismo oriental esto es natural. Sucede que al conocimiento místico no se accede solo mediante la observación sino que requiere la plena participación de todo nuestro ser. "Así el concepto de "partícipe" es algo crucial en la visión oriental del mundo y los místicos orientales lo han llevado al extremo, hasta un punto en que el observador y lo observado, el sujeto y el objeto, no solo son inseparables sino que llegan a hacerse indistinguibles".
En el caso que nos ocupa, el lector participa de la obra logrando una fusión con la misma, se disuelve en ella y al hacerlo, la modifica.
Para comprender esta unidad de las cosas es necesario lograr un estado de conciencia en el cual "la individualidad se ve disuelta en una unidad indiferenciada, donde el mundo de los sentidos es trascendido y nuestros conceptos de las "cosas" quedan atrás" 5
Las palabras y las explicaciones son armas, elementos insuficientes; el estado es imposible de comunicar, sólo se siente, por eso las palabras, para el poeta, resultan oscuras, pequeñas, livianas, debe operar sobre ellas, modificarlas, recrearlas para intentar transmitir su estado de sensibilidad frente a las cosas.
En este aspecto, los místicos orientales, en el afán de comprensión del mundo, se fijan como meta liberar a la mente humana de las palabras y de las explicaciones. "Los budistas y los taoístas hablan de una "red de palabras" o una red de conceptos" dando así idea de la telaraña interrelacionada con el mundo del intelecto. Mientras intentemos explicar las cosas, estaremos ligados al karma: estaremos atrapados en nuestra red de conceptos. Trascender las palabras y las explicaciones equivale a romper los lazos del karma y alcanzar la liberación.6

EL MITO COMO RECURSO

Paulina recurre también al mito, en un intento muy puro por expresar su verdad, ya que el mito involucra un tipo de conocimiento muy distinto del que proviene de la reflexión, proviene de un conocimiento basado fundamentalmente en la intuición, es decir en la captación inmediata, vivencial, de la realidad. Esto hace que el pensamiento mítico esté latente en la conciencia de todos y cada uno de los hombres. Lo vemos surgir en las fantasías oníricas, en los juegos imaginativos, en el hombre de campo, en el poeta, en el loco, etc.
¿De qué manera está presente el mito en esta obra?
Deduzco que Paulina resemantiza un texto arcaico para ofrecernos un modelo de mundo. Maravillosamente recoge la potente memoria cultural del mito para transfundirla a su obra. Una vez allí los fluidos se unen y un solo torrente de magia y sentido fluye para transmitir el "mensaje", "el sentimiento". El mito está en su obra convertido en metáfora.
Esto lo podemos apreciar en el título mismo de la obra estudiada: "Onírisis". Palabra sumamente densa en la que se comprimen dos grandes potenciales de sentido: el sueño y lo mítico, lo onírico e Isis, la diosa egipcia venerada como divinidad solar en el delta del Nilo, esposa y hermana de Osiris, al que resucita. Dicha diosa es considerada el símbolo de la maternidad y de la resurrección, por lo que su significado va unido a la vida. Ella es dadora de vida como madre y como diosa, capaz de volver a la vida o resucitar a los muertos.

"Según la fábula cuando el dios Osiris, símbolo del bien, fue muerto por Set, espíritu del mal, Isis, desolada, fue en compañía de Neftis en busca de los restos de su marido; cuando los hubo hallado reunió aquellos miembros inertes y por medio de conjuros les devolvió la vida. Osiris resucitó bajo la forma de Horus. Por consecuencia, Isis es esposa, hermana y madre, y como madre de Horus se confunde con Hator y aparece representada amamantando al dios niño. Esta leyenda determina también el carácter funerario de Isis cuando está representada llorando a Osiris, cubriéndolo con sus alas o vigilando el sarcófago. Osiris, Isis y Horus forman una de las tríadas más importantes del Panteón egipcio y de las más populares en el culto público. De dos maneras aparece coronada Isis en los monumentos: con el trono jeroglífico de su nombre, o con el disco solar entre los dos cuernos de vaca que expresan su carácter de madre, en cuyo concepto se confunde con Hator. Isis tuvo templos en Gizeh, uno cerca del templo de la Esfinge al N.O. del de Osiris, y otro en Memfis, construido por Ahmés II, que Herodoto califica de muy grande y muy digno de ser visto pero ya desgraciadamente ha desaparecido. La estrella matutina, Sirio, que los egipcios llamaban Sopt, de donde los griegos formaron Sothis, cuya salida heliaca marcaba el principio de la inundación periódica del Nilo y por consiguiente, el principio del año civil, estaba dedicada a Isis; el astro de isis servía de fundamento al sistema cronológico del país. Las imágenes de Isis se ven muy repetidas en los monumentos. Como imágenes aisladas son de citar las estatuillas de bronce en que aparece sentada con su hijo Horus sobre us rodillas; nuestro museo Arqueológico Nacional posee bellos ejemplares de este género. En las pinturas y relieves funerarios Isis suele aparecer formando juego con Neftis con la indicada significación. El mito osiriano en que Isis desempeña parte tan principal no es un hecho aislado en la Mitología comparada. La muerte de Osiris, el dolor de Isis, la derrota de Set son otros tantos motivos que prestaron a la leyenda mítica y a sus variantes una serie de creaciones que recuerdan, dice Lenormant, la que se hallan en diversas religiones del Asia Anterior, especialmente la historia de Cibeles y de Atis, la de Baalth y de Tammur o de Afrodita y de Adonis." 7

La memoria con su capacidad de almacenar una gran cantidad de materia es la encargada de conservar los mitos, y en razón de que los mitos se manifiestan a través del lenguaje, será precisamente éste quien se encargará de efectuar la transmisión elaborando a su vez nueva información.
Algo que está en la literatura popular es recreado en la literatura. De esta manera la literatura, como obra de arte, condensa una gran cantidad de información creando mundos complejos e imponiendo formas de ver el mundo. En esto podemos decir que cambia nuestra visión de mundo.
No gratuitamente el nombre de la obra alude a la nebulosa de los sueños, y al poder del mito. ONIRISIS,
Así aparece Isis, como modelo de resurrección; nos preguntamos ¿qué se intenta resucitar en la obra poética?…y la respuesta surge clara a mi discernimiento, se intenta resucitar lo vivido, lo que ya no está, lo que quedó temblando en la memoria, haciendo nido.
Isis quiere recuperar a su amado y para ello recoge cada una de las partes del cuerpo, que han sido diseminadas. El amor y el dolor la nutren de vitalidad para hacerlo. En el poema de Paulina se observa el deseo de recuperar lo que ha quedado recortado en la memoria, se busca cada parte, y se recurre a la magia de la palabra para unirlas, con la finalidad de reconstruir ese mundo difuso y fragmentado. Este trabajo también está nutrido por el amor y el dolor, porque parir la obra de arte es un proceso doloroso y desbordado de amor. Pero ese intento de recuperar lo perdido se convierte en utopía, ya que nunca se logra recuperar el mundo del pasado tal cual fue, lo reconstruido es algo nuevo. Nace así la creación, la obra de arte, la ficción.
Así como Isis no puede recuperar a Osiris, sino que lo retorna bajo la forma de Horus, su hijo, así la autora de Onírisis, con un nuevo lenguaje, ha dado a luz a su hijo, el poema, su creación.
Paulina tiene una visión de mundo, la toma, la condensa y crea. Nosotros, al leer su obra, entramos en ese proceso creativo con nuestra propia interpretación; el texto entra a comportarse entonces como una persona semiótica, cargada de memoria, lo que nos lleva a deducir que la obra de arte es un almacén, un depósito de memoria, en la que se superponen textos sobre textos.
La reinterpretación del texto es así un principio de gran valor cultural porque el desplazamiento contextual implica un cambio en los contornos de expectación. Esto sucede porque el proceso comunicativo es asimétrico y esa asimetría muestra que no percibimos la realidad sino una interpretación de ella.




CONCLUSIÓN

Todo texto artístico es un texto políglota, reinterpreta otros textos y convierte a la memoria en un principio dinámico. Por eso no hay textos del pasado que sean muertos, podríamos decir que hay células madres creadoras de otros textos y es en este dinamismo donde está el germen generador de vida. Así la obra de arte adquiere la capacidad de albergar una gran cantidad de información e imponer formas de ver el mundo. Estas cualidades yacen latentes detrás de la letra, de la oscuridad de la palabra para hacerse luz luego de entrar en diálogo con cada lector. A partir de ese diálogo comienza el proceso de cambio de visión de mundo.
Sabemos que hay vivencias que no pueden ser descriptas por medio de la palabra. El poeta recurre a ellas como un medio, un elemental medio, al que modifica y moldea.
Por otra parte el estado de creación del artista es un estado especial, diferente del ordinario, semejante al místico. Es un estado propicio para que se generen las repentinas y aclaradoras ideas que proporcionan ese placer inefable de abstracción total. En estos momentos el lenguaje se torna ambiguo, poco claro, el poeta debe utilizar toda su astucia para domarlo.. Es un estado concentrado de iluminación, Lo puede generar un recuerdo, un elemento banal, una abeja que pasa, un paisaje imaginado, una mosca que se posa sobre el vaso, solo que ese elemento banal toca un punto de la sensibilidad en el cual la realidad sensorial desaparece, sólo es el punto de lanzamiento y además es un estado imposible de repetir. Por eso el poeta debe discernir y lo hace glotonamente, una palabra puede ser la más importante, y si no la capta inmediatamente, una vez escurrida es muy difícil de retomarla. Lo que sucede es que el momento, el estado ya desapareció, volverá, en otra oportunidad, cuando la capacidad de observar sea tan fuerte que haga propicio el esplendor.
La mente del poeta está siempre alerta para captar y plasmar momentos como este, una captación que se realiza no con el entendimiento sino con todo el ser, teniendo en cuenta que en esta captación el poeta es un hilo más del entretejido dinámico de relaciones, y que en esta telaraña interconectada no existen partes.




















CITAS



 Alvarado, Maite, Enciclopedia Semiológica, Paratexto, Universidad de Buenos Aires, 1994, pág. 48
2 Reversos de la palabra" poesía y vida cotidiana. Silvia Barey Editorial Ferreyra Editor Pag 20
3 "El susurro del lenguaje Roland Barthes Paidós Comunicación Cap. 1 pag 37
4 "Reversos de la palabra" Poesía y vida Cotidiana Silvia Barey Editorial Ferreyra Editor Pag.20
5 El Tao de la Física" Fritjof Capra Edit Sirio S.A. Málaga pag 182/183
6 El Tao de la Física" Fritjof Capra Edit Sirio S.A. Málaga pag 370/371
7 Diccionario Enciclopédico


A veces, en el trecho de huerta que va desde el hogar...

A veces, en el trecho de huerta que va desde el hogar
a la alcoba, se me aparecían los ángeles.
Alguno, quedaba allí de pie, en el aire, como un gallo
blanco -oh, su alarido-, como una llamarada de azucenas
blancas como la nieve o color rosa.
A veces, por los senderos de la huerta, algún ángel me
seguía casi rozándome; su sonrisa y su traje, cotidianos;
se parecía a algún pariente, a algún vecino (pero, aquel
plumaje gris, siniestro, cayéndole por la espalda
hasta los suelos...). Otros eran como mariposas negras
pintadas a la lámpara, a los techos, hasta que un día
se daban vuelta y les ardía el envés del ala, el pelo,
un número increíble.
Otros eran diminutos como moscas y violetas e iban
todo el día de aquí para allá y ésos no nos infundían miedo,
hasta les dejábamos un vasito de miel en el altar.

De "Historial de las violetas" 1965



Anoche, volvió, otra vez, La Sombra; aunque ya habían pasado...

Anoche, volvió, otra vez, La Sombra; aunque ya habían pasado
cien años, bien la reconocimos. Pasó el jardín violetas,
el dormitorio, la cocina; rodeó las dulceras, los platos blancos
como huesos, las dulceras con olor a rosa.
Tomó al dormitorio, interrumpió el amor, los abrazos; los que
que estaban despiertos, quedaron con los ojos fijos; soñaban,
igual la vieron.
El espejo donde se miró o no se miró, cayó trizado. Parecía
que quería matar a alguno. Pero, salió al jardín. Giraba, cavaba,
en el mismo sitio, como si debajo estuviese enterrado un muerto.
La pobre vaca, que pastaba cerca de la violetas, se enloqueció,
gemía como una mujer o como un lobo. Pero, La Sombra se fue volando,
se fue hacia el sur. Volverá dentro de un siglo.

De "Los papeles salvajes" 1971




Árbol de magnolias...

Árbol de magnolias,
te conocí el día primero de mi infancia,
a lo lejos te confundes con la abuela, de cerca, eres el aparador
de donde ella sacaba el almíbar y las tazas.
De ti bajaron los ladrones;
Melchor, Gaspar y Baltasar;
de ti bajaban los pastores y los gatos;
los pastores, enamorados como gatos,
los gatos, serios como hombres, con sus bigotes y sus ojos de enamorados
Esclava negra sosteniendo criaturitas, inmóviles, nacaradas.
Virgen María de velo negro,
de velo blanco, allá en el patio.
Eres la abuela, eres mamá, eres Marosa, todo eres, con tu
eterna
juventud, tu vejez eterna,
niña de Comunión, niña de novia,
niña de muerte.
De ti sacaban las estrellas como tazas,
las tazas como estrellas.
Estuvo oculto en tus ramos el Libro del Destino.
Te has quedado lejos, te has ido lejos.
Pero, voy retrocediendo hacia ti,
voy avanzando hacia ti.
Te veré en el cielo.
No puede ser la eternidad sin ti.

De "Los papeles salvajes" 1991

sábado, 18 de diciembre de 2010

RAQUEL ALJADEFF





Rodeada del amor de los suyos y la ignorancia de los más - porque en San Luis pocos sabían de su enorme valor- hace pocos días murió - mejor dicho, terminó de morirse- Raquel Aljadeff, una de las voces más altas de las letras puntanas.
Sin pretesiones pedagógicas y solamente para que los jóvenes puedan valorar esta pérdida se pergeñaron las líneas que siguen.

* "De tan sólo catorce años"
Cuando Nervi era joven y vivía en San Luis todo un turbión de ideas se gestó en torno suyo, no solamente entre quienes compartían sus ideales sino también entre aquellos que ocupaban la vereda de enfrente. Porque lo que no conseguían los profesores ni los artistas consagrados lo lograba ese forastero que se ganaba el pan escribiendo en un diario y trajinaba bibliotecas detrás de ignotos textos como, por ejemplo, el derecho internacional de las tribus ranqueles.
Fue dentro de ese ambiente de inquietud incipiente que alguien, algún día, trajo la noticia "distinta": existía una chica - además paralítica - que no sólo hacía versos sino que también, por sí misma, había conseguido escapar de su encierro - pues vivía postrada en un sillón de mimbre o en una silla de paja - en alas de los prestigiosos autores.
Saberlo e intentar conocerla fue una sola cosa para todos nosotros y por imperio del azar - una hermana suya era habitual lectora en la Biblioteca Popular "Lafinur" - lo conseguimos rápidamente. De la mano de esta última nos llegó un cuadernillo cuya portada ornaba lo que fue su divisa: "Los que escriben con decoro / con pluma excelsa y no sierva / ésos tienen de Minerva / el casco de oro..."
De esa manera atamos una fuerte amistad, que fuimos consolidando vistando su casa - corrían los buenos tiempos de la Peña de Poetas y Escritores jóvenes fogoneada por Ricardo - y juntos compartimos el placer de leerlo a Neruda - contábamos para ello con un solo ejemplar de la antología que editó Nascimento- a García Lorca, a los machado, a Guillén, a Maiacovski, a Walt Whitman ... Hasta que la remisión de una silla de ruedas - regalo de una pariente que vivía en Norteamérica - terminó para siempre de franquearle las puertas.
Su poesía, por entonces, era desbordante de fuerzas y, contrariamente a los que podía suponerse, desbordaba alegría y gratitud a la vida. Composiciones suyas llegaron enseguida a los medios - la revista San Luis y el diario La Opinión fueron los primeros en brindarle sus páginas - y Raquel Aljadeff, pues de ella se trata. desde ahí en adelante se hizo nombre familiar y apreciado.

* Hacia todos los vientos

Animadora de las peñas que vinieron después - la "Lafinur" y años más tarde, la que llevó el nombre emblemático de "Allá" - su canto fue cobrando espesor y, a más de original, se fue haciendo dramático. (No por lo suyo, a lo que nunca le prestó atención. Raquel, sencillamente, se indignaba por el mundo.
Cuando la diáspora disolvió aquellos grupos fue la única que en San Luis enarboló de nuevo las banderas rebeldes. Junto a dos o tres neófitos publicó - ¡ella sola! - una revista cuyo nombre era todo un programa: se llamó "Cuatro vientos". Fracasado el intento editorial prontamente - un tesorero ingrato se encargó de lograrlo - recibió el nuevo sinsabor con sonrisas. Pero por más de veinte años se llamó a silencio, negándose obstinada a editar suproducción que cuantitativa y cualitativamente continuaba creciendo. De esa terca manera clausuró su periplo donde éste tuvo inicio: se encerró en su casa.
Solamente unos pocos, sus amigos dilectos, conseguíamos de tarde en tarde acceder a sus textos. Porque ella, como en todo, prefería "dar lugar a otros"...
Continuó, obviamente, asistiendo a reuniones - conferencias,conciertos, numerosos congresos - pero nadie tenía acceso a las mieles que, obrera laboriosa, continuó destilando.

* Lícito es renunciar
Visitas encumbradas visitaron su casa- Agüero, Quiroga Luco, Ana Emilia Lahite... pero ella en su crisálida, continuaba escondiéndose. Apenas si accedió a viajar a La Plata donde alternó con Speroni y otros, entonces "grandes".
Hasta que en 1992 la insistencia de Paulina Movsichoff consiguió arrebatarle un ramillete de poemas que publicó Torres Agüero, el editor de moda por ese entonces. Lícito es reunciar - tal el nombre del libro - se agotó de inmediato. Y, como siempre, sólo unos pocos memoriosos continuábamos gustándolo. Porque, a veces conviene recalcarlos, conserva absoluta vigencia.

* Otras adversidades y Shalom

Cuando rencores lugareños desataron por que sí un escándalo - la reedición de una obra hacía tiempo agotada fue el pretexto de turno - Raquel, una vez más, decidió pronunciarse. En el órgano al que injuriosamente se tildó de fascista ella - la escritora que fue siempre una pluma israelita - ofreció otro puñado de su cosecha más granada bajo un título por demás elocuente, Shalom y otras adversidades, en una separata de tiraje masivo.

* Final muy triste

Su pequeño organismo, debilitado desde siempre, de un día para otro decidió abandonarla.
Tremendamente lúcida como en todos sus actos, en la pasada primavera, bajo el parral del patio de su casa y tras sorber un mate, nos dijo en el momento de intercambiar un beso: "apurate a volver si querés encontrarme".
No lo hicimos a tiempo y la noticia de su muerte también nos llegó tarde. Así, sin una queja, San Luis perdió a otra de sus hijas más grandes.
Exhumar un poema suyo tal vez sea el mejor modo de señalar que porsigue viviendo.

Un amigo de la peña de "Allá"


HALLAZGO

Solitario
atrapador de indicios.
Acosador
de enigmas, solitario,
tremendo arqueólogo.
Un día
adviertes sin paz, con
sobresalto
a una cierta profundidad,
separando
arena y piedra
apenas
con la mano,
ese hueso acaso humano. Pero
quién sabe.
Acaso.
Enigma y / o memoria sin
memoria.
Rastro flagrante. Crudo
testimonio.
No era lo que buscabas.
¿Hueso de qué,
de quién? ¿De
qué suceso?
Inalterable
prueba inútil, inútilmente
expuesta a tus sondeos.
No era lo que buscabas.
Por supuesto.
No
ese grano de sal
almibarada.
Pero algo
anónimo, diverso,
es algo.
No te defiende nada
de este hallazgo.
Fresco, pista blanda.
Reconóceme en él,
mírate en él,
mírate en él. Sopésalo
con tal especial cuidado.
Tal vez sea la llave que
buscamos
tanto tiempo. Y en vano.
Tal vez duela la piel
cuando la toques
como
sutil tormento elaborado
por los entes de un
cónclave maldito
perversamente aliado.
Tal vez
cale la piel buscando carne
como bacilo aciago.
Tal vez queme la piel
con igual saña
que brasa de cigarro. O te hunda
su duro desconsuelo
mordiéndote la mano.
Acércate,
quítate a un lado.
No era lo que buscabas.
No lo encuentres.
Mira
en torno de este campo,
en tu desnuda, adusta
soledad. Y este cielo
tan
claro y este aire de cristal
que no se quiebra,
se triza apenas, entre
viento y pájaros.
Son
tu elemento, vivo
gabinete.
Tu mesa de trabajo.
Vuelve a tu territorio, tus
desvelos.
Regrésate a tu estdo,
buscador de borradas
cicatrices.
Limítate a tu espacio
y vuelve arena y piedras a su sitio.
Y olvida el hueso
de poca data descarnado.
Aquel trágico enigma
huele a pólvora, a puñal,
a sangre,
a pena. A misterio
sin soluciones claras.
Arquéolgo tremendo,
olvida.
Olvida el hueso
y vuelve a casa.

De Lícito es renunciar - Torres Agüero Editor



Nota: Este artículo se publicó en el Diario de la República, luego de la muerte de Raquel Aljadeff. Aun cuando lo tenía entre mis archivos sin noticia del autor ni la fecha, decidí ponerla en homenaje a esta gran poeta, comproviniciana y argentina, ignorada pero grande. Salud, Raquel

domingo, 28 de noviembre de 2010

El polvo enamorado. Josefina Pla



VIII

Levántate. Camina, Y no te quejes.
Tú que hablaste de amor. Porque el amor es esto;
Un descanso imposible, un más allá en perpetuo reto,
Un viaje nuevo
Tras de cada jornada insuficiente.
¿Qué vida nuestra vida, si todo lo engendrase todo, menos
el hambre de otras vidas?)
Levántate. Camina, Porque esto es el amor que te secaba
las carnes como seca el sol los herbazales en enero.
Esto es el amor, seguir tu forma inacabada,
Sonámbula por todos los corredores de la muerte.

IX

Entre tanto, levántate. Camina.
No llores el amor que estuvo en tus mejilla claras,
que corrió por los mapas celosos de tu sangre,
porque ese amor te citará al regreso.
Él ha de levantar tu polvo de noche entre los muertos
- hijo de nuestra oculta llamarada -
para darle otra vez una sed del tamaño del cielo.
(Ojos de uva al mediodía,
manos como estrellas abiertas a tientas en lo oscuro,
pasos midiendo bosques de olvidadizas hojas)).
Levántate. Camina. Mundo de encendidas abejas, tu pulso
perdió voz y mirada. Es solo amor, tan sólo
Amor. Amor tan sólo.


X

Mira bien el manojo de rotos tulipanes
Matadero de soles, Porque en él volverán a quemarse como
polillas tus deseos.
Mira bien los plantíos, donde septiembre alza verdes
vapores tiernos;
porque ellos levantarán el índice de tus tapiados pasos.
Y no llores en demasía la tarde que se te va cargada de preguntas,
como fruto de fuego con la vedada almendra;
porque hasta la última de ellas te será contestada
y aunque tú no lo quieras ha de llenar un día
el largo y ancho de tu muerte
la verdad que ha de darte tu nombre de una vez para siempre.

11. Cuadernos del colibrí- DIÁLOGO- Asunción del Paraguay

Josefina Pla (Isla de Lobos, Canarias, España, 1903 - Asunción, Paraguay, 1999) poeta, dramaturga, narradora, ensayista, ceramista, crítica de arte, pintora y periodista.

Escribió poesía, cuento, novela y ensayo. Tuvo una gran influencia sobre futuras generaciones de intelectuales de Paraguay. A lo largo de su vida recibió numerosos premios y distinciones por su labor literaria y en defensa de los derechos humanos y la igualdad entre hombre y mujeres.

Vivir la otra que soy que no fui que habría sido.
Vivir la que sería Morir la que aún no soy.
Dormir todos los fui Despertar otro voy.


Nos habremos deseado tanto/ que el beso habrá muerto. Desnudo Día, 1936

miércoles, 14 de julio de 2010

La desconocida del Plata- Paulina Movsichoff



Nuestra dicha fugaz resplandece en esta cama en donde estamos una al lado de la otra. No me olvides nunca, me dices y yo no quiero que veas mis lágrimas, y te digo que nada podrá hacerte daño mientras nos queramos, la muerte nos dará una tregua, ya verás, la muerte no se ensaña con dos pobres mujeres que se aman porque ella también es mujer y sabe que desde el principio de los tiempos estábamos destinadas. Quiero salvarte y para ello voy remontando tu piel poro a poro, recitando un conjuro para que no cedas, para que no me dejes huérfana de tu voz, para que mostremos al mundo que el amor es más poderoso que todas las razones de la Parca. No te irás, Renata, porque te tengo atada a mi corazón con un hilo indestructible y vos nada decís, mientras abrís tus muslos para que yo me acomode en ellos como en la almohada de la luna, somos dos maderos náufragos en el océano del amor, hemos dejado atrás nuestras señas, nada más que vos y yo, sin trajes, sin nombres, sin retratos, una mujer y otra mujer, y pase lo que pase tu piel se quedará conmigo, tu aroma de lluvia sobre la tierra en el verano, en vos busco y encuentro mi semejanza, esa que siempre hasta ahora me fuera negada, en vos todo lo que respira en mi interior descansa. Tus manos también recorren mi cuerpo mientras nuestras piernas se entrelazan y somos una hidra, una medusa que ríe, mi lengua se pasea por tu vientre y hay gemidos y risas y bostezos, y entonces volamos, Renata, hacia ese país prohibido, a ese paraíso de donde fuimos expulsadas desde el fondo de los tiempos, porque la causa no fue la serpiente sino que Eva vio a su hermana entre las frondas y se enamoró de ella. Nadie se atrevió a decir que Dios creó no una sino a dos mujeres, para que Adán nunca se sintiera solo, para que tuviera un harén, el tonto de Adán. Pero ellas se divertían mucho la una con la otra y entonces papá Dios se enojó de que su hijo varón fuera despreciado y las echó, mientras lo dejó a él para que guardara la puerta y no pudiéramos entrar. Pero ahora hemos brotado de la oscuridad, Renata, y el corazón del mundo es una ampolla pequeñísima en donde sólo cabemos vos y yo, una caja fuerte de la que hemos tirado la llave para que nadie venga a molestarnos. Nuestro aposento es un navío que recorre tierras ignoradas, mientras la tormenta nos instruye de algas, nos informa de todas las delicias que aún ignoran los enamorados.




Novela Inédita (Fragmento)

martes, 6 de julio de 2010

Fidelidad- Paulina Movsichoff


Ya la luz fue plegada en los arcones del porvenir
Ahora te acoges a esa lámpara
que sondea cautivadoras retamas
Tal vez la espera ya no importe
La obstinada pregunta por las horas
Por esas creaciones de arrasadora belleza
cuyo fulgor atesoraste como si fuera la caligrafía
/de los ángeles
Ahora te despojas de los ropajes del acatamiento
y albergas en tu pecho la palabra aún no dicha
Esa que te negaron durante tanto tiempo
la que empuja tu barca hacia los encandilados estuarios
Ahora contemplas la torre inalcanzable
Esos misteriosos territorios cuya fidelidad nunca dejó de guardar tu corazón


Coral en la tiniebla- Ediciones del valle

viernes, 4 de junio de 2010

El niño y la muerte- Rosario Castellanos


Nadie va a descubrir el Mediterráneo cuando afirme que una de las características que mejor definen al mexicano es su concepción de la muerte y el trato que le dispensa. “Nos enamora con su ojo lánguido”, afirma José Gorostiza en ese poema suyo que desmiente su propio nombre porque es el monumento a la inmortalidad.* Y Octavio Paz añade que “la muerte es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida. Toda esa abigarrada confusión de actos, omisiones, arrepentimientos y tentativas – obras y sobras – que es cada día, encuentra en la muerte, ya que no sentido o explicación, fin. Frente a ella nuestra vida se dibuja e inmoviliza. Antes de desmoronarse y hundirse en la nada se esculpe y vuelve a aparecer inmutable: ya no cambiaremos Nanda sino para desaparecer. Nuestra muerte ilumina nuestra vida…Por otra parte, la muerte nos venga de la vida, la desnuda de todas sus vanidades y pretensiones y la convierte en lo que es: unos huesos mondos y una mueca espantable. En un mundo cerrado y sin salida en donde todo es muerte, lo único valioso es la muerte. Pero armamos algo negativo. Calaveras de azúcar o de papel de China, esqueletos coloridos o papel de artificio, nuestras representaciones populares son siempre burla de la vida, afirmación de la nadería e insignificancia de la humana existencia. Adornamos nuestra casa con cráneos, comemos el día de los difuntos panes que fingen huesos y nos divierten canciones y chascarrillos en los que ríe la muerte pelona, pero toda esa familiaridad no nos dispensa de la pregunta que todos nos hacemos: ¿qué es la muerte? No hemos inventado una nueva respuesta. Y cada vez que nos la preguntamos, nos encogemos de hombros: ¿qué me importa la muerte si no me importa la vida”
Pero esta familiaridad, que es la engendradora del desprecio según la expresión de Shakespeare, no surge entre nosotros de una manera espontánea sino que es producto de una larga y paciente preparación en la mentalidad del niño y del adolescente que desemboca en las formas de conducta del adulto.
Al niño mexicano se le arrulla, desde la cuna, no con canciones en las que hacen acto de presencia las hadas, los gnomos y esos otros seres imaginarios, cuando no benéfico al menos inofensivos, que pueblan el folklores de tantos otros países, sino que se le hace pensar (¿pensar ya, tan pronto, cuando está tan desprovisto aún de los instrumentos de la reflexión? Quizá hemos hecho uso de una palabra demasiado presuntuosa y haya que buscar otra más exacta: percibir) se le hace percibir que existe una realidad, muy concreta, muy inmediata, muy inminente.

Duérmase mi niño,
que ahí viene el viejo,
le come la carne,
le deja el pellejo,
su mamá la rata
su papá el conejo.


Todo así en el alrededor del niño, se vuelve cómplice de la gran portadora de la destrucción. El viejo, que podía ser el abuelo que se hacía de la vista gorda antes las travesuras, que se interponía frente a los castigos, que estimulaba los juegos, se ha convertido en un devorador, emparentado – además – con otras criaturas, habitantes de los rincones de la casa o de la amplitud del patio, criaturas a las que alguna vez acarició.

Cuchito, Cuchito
mató a su mujer
non un cuchillito
del tamaño de él.
Le sacó las tripas
y las fue a vender.
- ¡Mercarán tripitas
de mala mujer!


¿Qué es lo que duerme al niño? ¿El ritmo, la repetición hipnótica, la melodiosa voz de la que canta? No. El miedo, la necesidad de escapara de la amenaza entando en el ámbito de otro mundo en el que tampoco se está a salvo porque en el sueño aparecen las figuras de cuerpos destrozados, de entrañas rotas.
Hay otra posibilidad de evasión: ese momento en que el ser humano se emancipa de las leyes de la naturaleza, de las imposiciones del mundo exterior y aún de sí mismo. Ese momento es el juego.
Pero el niño mexicano, cuando juega, tiene entre sus compañeros la muerte, no como una nueva invocación, sino como una compañera más, como un protagonista activo:

Naranja dulce
limón celeste
dile a María
que no se acueste.
María, María
ya se acostó,
Vino la muerte
y se la llevó.


Así ocurren las cosas: intempestiva y fácilmente. Basta con no haber cumplido una condición (¿y qué condición parece ser más insignificante que la de no acostarse?) para que la fatalidad se cumpla. Y puesto que es una fatalidad y no hay manera alguna de conjurarla sólo queda elegir el modus operandi de la muerte.

Una pulga se pasea
de la sala ala comedor
-No me mates con cuchillo
mátame con tenedor.


Y puesto que es una fatalidad de nada vale rasgarse las vestiduras ni cubrirse con cenizas la cabeza. ¿Por qué no, entonces, reírse de la muerte? Porque, además, reírse de algo es la forma simbólica de colocarse fuera del alcance de algo.

A don Crispín,
pirirín, pirirín,
se le murió,
pororón, pororón,
su chiquitín,
pirirín, pirirín,
de sarampión,
pororón, pororón.
Y don Crispín,
Pirirín, pirirín,
se lo llevó,
pororón, pororón,
en un patín,
pirirín, pirirín,
hasta el panteón.


Aquí todavía se trata de una anécdota. Morir ya no es un acontecimiento trágico, ni siquiera grave, sino intrascendente y, hasta cierto punto, cómico. Pero aún se puede ir más adelante y contemplar a la muerte cara a cara y descubrir que su visión no produce espanto sino que es motivo de risa.

Estaba la muerte un día
sentada en un arenal
comiendo tortilla fría
pa’ver si podía engordar.
Estaba la muerte seca
sentada en un muladar,
comiendo tortilla dura,
pa’ver si podía engordar.



Flaca, ridícula, impotente aun en relación consigo misma, la muerte pierde uno de sus caracteres que la ayudaban a ser temible: esa totalidad de la nada que se condensaba en las seis letras de su nombre para convertirse en un fragmento al que es posible aproximarse no porque nos obligue, recurriendo a la fascinación del aniquilamiento, sino porque nos invita convidándonos a compartir lo que posee.

Estaba la media muerte
sentada en un tecomate,
diciéndole a los muchachos:
-¡vengan, beban chocolate!


El muchacho que bebe chocolate con esta anfitriona ya es un iniciado, un mexicano que algún día le dirá, como al desgaire, con ese desdén mezclado de ternura que constituye el núcleo de su trato: “anda putilla del rubor helado – anda, vámonos al diablo”.
Y se irán, recordando los arrullos, las rondas, los juegos infantiles, las adivinanzas que ha recogido Patricia Martel Díaz Cortés en una tesis para la licenciatura en letras. Una tesis que exige, para su complemento y plenitud, la insistencia en la investigación de nuevos materiales y el rigor para la interpretación de los posibles sentidos y significados.

Mujer que sabe latín- Lecturas mexicanas, FCE, Cultura SEP

miércoles, 2 de junio de 2010

Presencia del otoño- Juan Gelman





Debí decir te amo.
Pero estaba el otoño haciendo señas,
clavándome su puertas en el alma.

Amada, tú recíbelo.
Vete por él, transporta tu dulzura
por su dulzura madre.
Vete por él, por él, otoño duro,
otoño suave en quien reclino mi aire.

Vete por él, amada.
No soy yo el que te ama este minuto.
Es él en mí, su invento.
Un lento asesinato de ternura.


Poesía latinoamericana- Pablo Gissara y Sebastián Porrini (Selección)

lunes, 17 de mayo de 2010

Una mujer silenciosa- Paulina Movsichoff




A veces el recuerdo aturde. Es lo que le sucedía a Juan Carlos en los últimos meses, cuando pensaba que la pena por la muerte de Elvira, su mujer, estaba ya superada y había creído poder continuar solo, sin otra compañía que la de los libros y la música. Ahora caía en la cuenta de su ingenuidad, ya que después de casi un año en que la imagen de ella fuera apenas una mordedura en los ratos perdidos, una difusa tristeza en alguno que otro atardecer, la memoria volvía a torturarlo. Sus amigos más cercanos, que lo advirtieron, se confabularon para invitarlo a sus casas, para presentarle amigas solteras o separadas. Juan Carlos rehusaba sistemáticamente estas invitaciones y, en cuanto a trabar relación con otra mujer, aseguraba que nadie podría nunca reemplazar a Elvira. De modo que, casi insensiblemente, se fue encontrando cada vez más solo. Él siguió su vida rutinaria de abogado, trabajando en el estudio algunas horas del día para luego correr a refugiarse en su casona de Palermo Viejo. Luego de servirse un whisky, cerraba las persianas del escritorio y se arrellanaba en el mullido sillón de cuero para escuchar interminablemente el Requiem de Mozart o la Pasión según San Mateo de Bach. En ciertos momentos el recuerdo de Elvira adquiría tal intensidad que no podía evitar que los sollozos lo anegaran. Volvía a ver entonces su pelo rubio, cortado casi al rape, los ojos castaños que tanto besara en sus noches de amor. Esas noches no fueron tantas, sin embargo. Elvira murió de cáncer tres meses después de que se casaran. Juan Carlos trataba de no pensar en el hijo que quisieron tener y que nunca llegó, en la risa de Elvira sacudiéndose el pelo mojado sobre el torso desnudo luego de salir del baño. Él acostumbraba a esperarla en la cama, tendiendo ya sus brazos para recibirla entre risas y diciéndole las mil tonterías propias de los enamorados a las que ella respondía con una eterna sonrisa en su rostro infantil.

El paquete llegó aquella tarde, antes de que regresara del estudio. Apenas entró en la casa tropezó con él. Lo habían dejado en el sillón del hall de entrada, al lado de la consola. Manuela, la mujer que lo servía desde algunos años atrás, no supo informarle su procedencia. “Lo trajo un muchacho”, respondió a sus preguntas. “Aseguró que era regalo de un amigo”. Cuando terminó de arrancar el papel y levantó la tapa de la enorme caja, se quedó paralizado de asombro. Enfundada en su vestido de seda negra, la muñeca lo miraba con aquella sonrisa infantil que últimamente lo persiguiera en sus recuerdos.
Seguramente alguien se propuso gastarle una broma pesada, ya que esa muñeca de material sintético era una réplica exacta de Elvira. Se sirvió apresuradamente una medida de whisky y la sentó frente a él, contemplándola con una mezcla de aprensión y curiosidad. Esa noche le fue imposible dormir. Una fuerza irresistible lo impulsaba a levantarse y caminar hasta el sillón del escritorio, en donde Elvira seguía sonriendo con sus labios de un rosa pálido mientras sus manos reposaban plácidamente sobre los pliegues del vestido.

Poco a poco fue atreviéndose a mirarla, a descubrir sus perfecciones. La boca, las fosas nasales, los pómulos reproducían con exactitud los rasgos humanos. El pelo, de un rubio quizá más cobrizo que el de Elvira, le caía sobre los hombros desnudos, de una blancura casi mórbida. A la mañana siguiente su secretaria se alarmó de sus ojeras, de esa mirada ausente que delataba una profunda turbación. “Tendré que llevarlo a bailar por la fuerza”, le dijo dejando de lado ya las insinuaciones. Juan Carlos no respondió. Alguna vez había pensado que no estaría mal estrechar aquella cintura, acariciar las piernas que la minifalda dejaba al descubierto. Pero todo no pasó de un vago anhelo. Ahora los coqueteos de Estela caían en saco roto, pues él no veía las horas de volver a su casa a reunirse con Elvira. Cada tarde encontraba en ella nuevas maravillas: las venas apenas visibles a través de la piel, la temperatura de su cuerpo, en nada diferente a la del cuerpo humano. Sólo después de varias noches de muda contemplación se atrevió a tocarla. Primero su mano se detuvo en la mejilla. Luego la fue bajando lentamente por la garganta, se demoró apenas en los pechos, redondos y plenos, en el pezón que, vaya a saber por cuál secreto mecanismo, se endureció al contacto. Entonces ya no pudo contenerse y llegó hasta las piernas, enfundadas en medias de nylon color carne, corrió hasta los muslos en busca de los broches del portaligas. Cuando los soltó, su mirada se detuvo largamente en el espacio que descubrían. Una necesidad imperiosa lo llevó a ascender hasta el pubis. El vello fino y rojizo lo tapaba apenas. Sintió entonces que su sangre ardía, que deseaba locamente a aquella mujer que era y no era Elvira y que parecía esperarlo con una pasividad lánguida y oscura. Sus dedos abrieron la vulva. Al principio tuvo la impresión de tocar una flor exótica. Pero luego fue distinguiendo el borde de los labios, la hendidura del centro. Se agachó sobre aquéllos y los besó. Un líquido tenue le inundó la boca y comprobó que tenía gusto a ambrosía, como el sexo de Elvira. Se apartó de ella horrorizado. “Qué es esto”, pensó; “me estoy enloqueciendo por una muñeca”. Sin embargo, el ardor de su sangre no cesaba. Entre las sábanas daba una y otra vuelta, tratando en vano de apaciguar ese hormigueo que le impregnaba la sangre y nublaba su mente. Fue hasta el escritorio y, rodeándola con ambos brazos, la transportó a la cama. Allí, mientras la mantenía estrechamente abrazada, sintió un imperioso deseo de penetrarla. Se estremeció, inclinándose para acariciar su vientre. Era suave y flexible, como el de una mujer viva. La muñeca yacía extendida, las piernas ligeramente separadas y los brazos caídos a los costados. Él los tomó suavemente y los colocó alrededor de su espalda mientras su miembro erecto se hundía.

Juan Carlos no cejaba en su delirio. Se volvió cada vez más hosco, sus costumbres se hicieron más y más estrafalarias. Dionisio pasó una de aquellas mañanas por el estudio. Había sido su mejor amigo en otras épocas, también su confidente y se propuso averiguar la causa de tan prolongado ostracismo. Le costó reconocer a Juan Carlos en ese rostro espectral que lo miraba como desde una región lejana, inaccesible a los demás mortales. Pero no pudo sacarle una palabra.
Todas las tardes el rito continuaba. El vaso de whisky, Mozart llenando el ámbito y Elvira, echada como siempre en aquel chaise longue de terciopelo azul que perteneciera a su madre y que él colocó enfrente de su sillón para contemplarla más a gusto. Después de la frugal cena que Manuela le servía, alzaba a la muñeca entre sus brazos y la llevaba hasta la cama. Con un rápido gesto abría el cierre y el vestido caía, dejando al descubierto la plenitud de su desnudez. A veces llenaba la bañadera y se sumergía con ella en el agua tibia perfumada de sales. Entonces le acariciaba los senos, observaba cómo sus pies sobresalían cubiertos por pequeñas burbujas cristalinas, palpaba la tenue curva del vientre, que parecía elevarse y deprimirse, como si respirara. Luego la secaba y, cuando la ponía encima de su cuerpo desnudo, se estremecía de gozo con los hilos de agua que caían de su pelo mojado, iguales a los que Elvira traía de su baño.

Aquel jueves regresó más temprano que de costumbre y entró directamente al escritorio. No se acordaba exactamente en qué posición había dejado a Elvira la noche anterior, pero le pareció que no era como la veía ahora, las piernas cruzadas y las manos descansando sobre los brazos de la silla. “Manuela debe haberla movido la limpiar”, pensó. Esa noche, mientras la desvestía, experimentó la súbita impresión de que su cintura se había ensanchado. Se tocó la frente y trató de reírse. “Estoy obsesionado”, se dijo. Sin embargo no podía dejar de sentir que esa muñeca era una mujer viva, una silenciosa y amada mujer viva. Al día siguiente, cuando llegó a su casa, encontró a Elvira de costado en el chaise longue, el cuerpo y la cara mirando hacia la pared. Al darla vuelta, le pareció que en sus ojos había un brillo extraño, como si hubiera llorado. Pasó la mano por su vientre y lo sintió más pleno que nunca. Comprobó, no sin espanto, que algo se movía en su interior.

Dionisio llegó temprano, alertado por Manuela. La voz de ella había sonado en el teléfono ansiosa y desesperada. Le dijo algo relacionado con la señora Elvira, que él no alcanzó a entender. Manuela lo invitó a pasar, luego de recomendarle que no hiciera ruido. El señor le había prohibido últimamente entrar al escritorio. A ella o a cualquier otra persona. Estaba encerrado allí, le contó, rehusando todo tipo de alimentos y sordo a las súplicas de Manuela a través de la puerta herméticamente cerrada. Mientras hablaba, Manuela se llevó el delantal a los ojos.
Al principio, la penumbra le impidió distinguir con claridad. Poco a poco se fue acostumbrando y pudo ver entonces los ojos desorbitados de Juan Carlos fijos en la muñeca, cuyas manos descansaban sobre un vientre definitivamente abultado por el embarazo.

Una mujer silenciosa- Torres Agüero Editor

miércoles, 5 de mayo de 2010

Ella- Paulina Movsichoff

Ella
la otra
te acompaña
empujando tus velas
con la aérea sustancia de los sueños
Ella conoce el puerto al que te acercas
los arrecifes pálidos que susurran
historias que aún no reconoces
Ella sabe de ti
tiene en las manos las ocultas llaves
aquellas que vislumbras cuando puedes marcharte
Te espera en ocultos pasadizos
en el aire que tiembla cuando corres
en busca de tus siempres
Ella tiene la cabellera roja
el latido salvaje que resguarda
tu libertad apenas pronunciada
Ella baila el asombro
Se asoma a la locura
Vence el miedo cantando
Te espera en sus mansiones
de callados delirios

sábado, 17 de abril de 2010

martes, 16 de marzo de 2010

viernes, 19 de febrero de 2010

Alicia Steimberg y Paulina Movsichoff




Alicia Steimberg y Paulina Movsichoff en la presentción de la Tercera Edición de la novela "Fuegos encontrados", de Pauina Movsichoff. Buenos Aires, 1994

Graciela Cabal y Paulina Movsichoff




Graciela Cabal y Paulina Movsichoff en la presentación de "Todas íbamos a ser reinas", de Paulina Movsichoff. Buenos Aires, 1995.

Leda Valladares y Paulina Movsichoff






El foto superior, de izquierda a derecha, Nicandro Pereyra, Paulina Movsichoff y Leda Valladares en la presentación de "Temblor que se pronuncia", de Paulinan Movsichoff, en Buenos Aires, 1977.

En la foto de abajo, de izquierda a derecha: Paulina Movsichoff y Leda Valladares en la pressentación de la Antología del cancionero Tradicional Argentino "A la sombra de un verde limón", en Buenos Aires, 1984.

lunes, 15 de febrero de 2010

Poema 827- Emily Dickinson



Las únicas noticias que me llegan
son boletines permanentes
de la inmortalidad

Los únicos espectáculos que veo,
el futuro y el presente,
quizá la eternidad.



Poemas- Centro Editor de América Latina- Selección y traducción: Mirta Rosenberg

viernes, 12 de febrero de 2010

Saint-John Perse: Historiador de las lluvias- José Lezama Lima





La lluvia, en el poema de Saint-John Perse, para contemplarlo pronto en sus dominios, estrella de mar, medusa en el oído, acordeón líquido, poema, la lluvia es como la prueba acompañante de los reinos. Parece como si cada suerte de imantación tuviese, no sólo la comprobación de las lluvias, sino como si fuesen a engendrar una descendencia titánica. La lluvia es como una piel, una sustancia para provocar una evaporación, un ámbar de embriagadora rotación. Muy pronto, la lluvia se vuelve incesante, aunque se vuelque apenas en un instante del martillo; destruye hasta las fundamentaciones más placenteras, siendo lo opuesto de la sierpe engullidora del fuego. Hace pareja con la tierra, y parece que la sopla. Taladra las resistencias mejor organizadas de la lámina, comienza como una caricia como si se trocase en pequeños espejos reproductores, hasta el final de una galería, donde la gota cuenta el tiempo, en la agazapada eternidad de las grutas.
Como una gema se enrosca el leopardo, par oír gotear. Percibimos que el árbol Banyan es el centro del salón encerado de la naturaleza, una varilla de equilibrista japonés, con la que se toca el cielo, se asciende en el sueño y se desciende al oír el crecimiento de las raíces en el mundo sumergido. Para un fruto que se prepara, recibir la oportunidad de la lluvia aspirada es como ir a la ópera, recibir el bautizo, las primeras consagraciones del amor, las despedidas. Y entonces, sin oírse, aprovechándose el silencio de la medianoche, se desprende. La tierra húmeda favorece que no sangre la corteza de ese guante. Se pasa del rocío de la medianoche, que ablanda una carne que se brinda, a las lluvias más feroces, que traen el olvido y los nacimientos, la iniciación o la muerte.
Entre las arañas acorraladas la lluvia salta: el reverso del sueño sobre la tierra. No parte de lo inmediato de la realidad apresable, visible, enjaulado, sino del sueño a la realidad, con igual pasión enloquecedora de precisión. Si se parte de la realidad, se llega a lo anárquico pintarrajeado, el halo que sale del sueño vuelve a ovillarse con algodonosos diseños, en los que cae la falsedad del cuerpo, que deja huellas, que ya no se confunde, que avanza hacia la identidad de un cuco de balada escocesa. El reverso del sueño no es la realidad, pues lo reminiscente puede hundirse, recibir en pleno rostro un golpe de remo, saltar en peces fragmentarios, pero si termina su aventura imbricada, adquiere proporciones que vuelan, ritmo de gorgona en el aire que se contrae. El espejo de una sopa de cazón es una médula que devuelve al mundo, pues contar y recordar el número de los peldaños cuando descendemos forma la misma gelatina que resguarda y que precisa, que separa el objeto de nuestros rigores malintencionados, pero que al mismo tiempo recoge avaramente las huellas de nuestra llegada a las hojas, cuando el resto del árbol cabecea en la oscuridad.
Jenofonte, en el desarrollo temático más fascinante para Sain John Perse, recuerda cómo en la batalla donde muere Ciro y donde los griegos son derrotados, se creyó que Ciro vivía y que los griegos habían ganado la batalla. Al anunciar los persas la victoria, les dice a los griegos, “aunque se dejen matar, la inmensa muchedumbre de las tropas vencedoras, ya ustedes no lo pueden hacer”. Dentro del sueño, perder la facultad de matar. Después, los persas les piden tregua a los vencidos. En el ejército griego, todo era ensoñación al avanzar, precisiones desesperadas al retroceder. Parece como si los griegos para creer su derrota, obligaran a los persas a decapitar a Ciro y a cortarle la mano derecha, es decir a darle muerte sobre muerte, a borrar los retrocesos del hilo hacia sus carretes de oro. Y al final de las batallas, las memorables desnudeces germinativas, con los cabellos corriendo desde las colinas hasta el mar, luego del mar hasta el ara. Hacia el mar en flechero golpe. Hacia el ara, con pasos ceremoniosos, en el humeo de los sacrificios.
Detalles innumerables, fibrillas que movilizan sus pedúnculos para alcanzar esa elaboración de la poesía, que los cuerpos orgánicos expanden o rezuman con una invisible reabsorción de lo visible, también los metales y las piedras forman sus compuertas para enredar o aturdir. Desaparecidas esas movilizaciones, esos pedúnculos, esas reabsorciones, la poesía ocupa esos lugares con vigorosas precisiones, con reinos afianzados en nuevos contornos de resistencia metálica. Es la presencia que desaparece y la ausencia que acude a los primeros planos del poliedro. Pero esta ausencia tiene más dureza que aquella presencia, y el recuerdo de los caballos de Jenofonte se enorgullece hasta quererle dictar pautas a la soberanía, a la conducta moral, de la colina al mar, del mar hasta sacrificar en alabanza del prodigio en la costumbre.
Ausencia en acecho, pues muy pronto la poesía prefiere una batalla en la medianoche debajo del río, interviene en un remolino, saluda al flautista en el mercado, conserva el metal por donde transcurrió un rostro, y que ahora quiere volver a penetrar en esas aguas, pero que un hilo elaborado por el azar concurrente de la poesía decapita en leyes burladas y silenciosas.
La poesía prefiere ser la configuración del azar concurrente. Tiene ojos para precisar esas fuerzas movilizadas para acudir a esos instantes en que se desmonta la caballería, y después percibe por un oído secreto su interminable desfile. Desde el punto de vista de la imaginación, Dios gana siempre la partida. En las teofanías, en las conversaciones con Dios, en el mundo del primer testamento, a las preguntas de Job contesta con otras preguntas. ¿Por qué llueve en el desierto? Si le preguntamos a Dios, nos preguntará a su vez y ya estaremos perdidos. Si preguntamos por ese azar concurrente, Dios nos preguntará a nosotros por ese remolino en que participamos, pues sólo nos corresponde la aproximación a sus leyes dictadas por su imaginación. Todo azar es en realidad concurrente, está regido por la voracidad del sentido. Las etapas de sus metamorfosis se muestran deshilachadas en su propia identidad. ¿Por qué al mismo tiempo que decapitan a Ciro según el relato de Jenofonte, le cortan la mano derecha? Porque hay que oponer a la imagen del ejército vencido, que se cree victorioso, la imagen de la muerte sobre la muerte. Había tal vez el temor a la imagen de que el decapitado pelease. No había que verlo tan sólo muerto, sino también sin la mano derecha, es decir, sin la espada. Un bulto cualquiera a caballo, en el maullido de la noche de bronce, puede enarcar un ejército que oye los relinchos debajo del río, el color del camello en su piel agujereada. Colgados del árbol de la metáfora, los frutos golpean la frente de la caballería, la magulladura de los pífanos doblados en la punta como los zapatos.

En sus arremetidas contra la ciudad la lluvia se une con la ceniza, con la piedra, con e fuego exudado. Se une con la voluptuosidad y la furia. Saint-John Perse elabora un himno donde detalla las alianzas de la lluvia, donde al ponerse en busca de una ensoñación tan precisa como dueña de dueña de su propia energía primera, consigue, ya en una dimensión horizontal, de tierra conocida al fuego, trocar la lluvia en un aceite hirviendo, donde se conmemora de nuevo el sacramento del árbol. La penetración, primero. Después, la retirada, pues el hombre necesita conocer y reconocer, poner la mano en la lejanía. Penetrar y retirarse. Saber que en las comprobaciones de una retirada hacen falta diez mil hombres, para reconocer y para alejar.

Enero y 1961

Las eras imaginarias- José Lezama Lima

domingo, 31 de enero de 2010

Navegar es preciso


Sal con tu carabela
para ver cómo se pone el mundo
Tu corazón
única brújula
No sabes qué te aguarda
Tal vez un viento
detenido en gorjeos
la pregunta
que insiste
Igual no te detengas
La sombra es un augurio
que aún podrás calzar



Confesiones del relámpago

miércoles, 13 de enero de 2010

Alejandro Aura- Dos poemas


No en vano

No en vano
se llena uno de cosas;
las paredes se cubren:
óleos, dibujos, acuarelas.
No de balde
los libreros aumentan:
maderos y maderos
y lomos y acomodos.
No es inútil
que la casa se llene de papeles,
de muebles, de juguetes.
No es gratuito
el cúmulo de objetos
que hablan en la casa de nuestra historia de amor.

Se me acaba de ocurrir

Se me acaba de ocurrir que el verdadero
gran hombre, el gigante – no el fatuo
que se abanica con muchas palabras-
es silencioso.
Habla para saludar, para pedir su comida,
para bajar del camión,
para alegrar a la mujer amada
o para llamar a los animales domésticos,
y toda la charlatanería
desarrollada al pie del asombro de los otros
no va con él.
Para recitar está bien saber muchas cosas de memoria,
para impresionar al suegro, tal vez hasta
para ganar dinero; pero un vaso de brandy
una buena mirada, una mano que sabe tocar,
hacen del silencioso una laguna de agua dulce
donde hasta el más tonto sabe
que se puede sumergir tranquilo.
El silencioso es casi un dios,
está a punto de ser una paloma, un barco,
y nos enseña a todos con la mano en la cintura,
cómo se hace la vida sin aspavientos,
cómo lo poco que se tiene que decir
debe guardarse un ratito en la boca
a que se entibie.


República de poetas- Selección, introducción y notas de Sergio Mondragón. Martín Casillas Editores, México.



1944-2008

MÉXICO
Escritor
Nació en el Distrito Federal, el 2 de marzo de 1944. Durante su vida desempeñó diversos cargos como:

Director de programas radiofónicos y de televisión,

Director de talleres de poesía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y la Autónoma Metropolitana (UAM).

Director del Instituto de Cultura del Distrito Federal.

Además fue guionista de emisiones radiofónicas como Azul, en su tinta y Entre amigos. Fue maestro de Teatro Clásico, Danza y Montaje Escénico. Fungió como, presentador de televisión y empresario fundador de El Hijo del Cuervo, además de destacar como militante de la izquierda mexicana. Colaboró en revistas y suplementos dominicales de varios medios mexicanos y extranjeros. Estuvo becado por el Centro Mexicano de Escritores.


Entre sus obras destacan Los exaltados, Los totales, El retablo de El Dorado. Escribió cuentos como La historia de Nápoles, Los balos de celesta, La hora íntima de Agustín Lara y El otro lado. Poesía: Cinco veces la flor, Varios desnudos y dos docenas de naturalezas muertas, Volver a casa, Alianza para vivir, Tambor interno, Hemisferio sur, La patria vieja, Cinco veces y Poeta en la mañana. Obras de teatro como; Las visitas, Salón calavera, Xe bubulú, la cual escribió en colaboración con carmen Boullosa, y Salón calavera.



Fuente:

Biografías /

Universidad de Colima
CEUPROMED



Se puede ver su blog, que luego de su partida mantiene y continúa su compañera:
http://www.encontrandoaalejandro.blogspot.com


Postscriptum: Buscando poesía para llevarme de vacaciones enncontré esta Antología y di con Alejandro Aura, desconocido para mí, aún cuando hay un tilde en los dos poemas que tipeo. Busco en la red y veo que ha muerto hace menos de dos años. Mi homenaje en su memoria

domingo, 10 de enero de 2010

Cuadro- Xavier Villaurrutia

Fuera del tiempo, sentada,
la mano en la sien,
¿qué miras, mujer,
desde tu ventana?

¿Qué callas, mujer, pintada
entre dos nubes de mármol?

Será igual toda la vida
tu carne dura y frutada.

Sólo la edad te rodea
como una atmósfera blanda.

No respires, no.
De tal modo el aire te quiere inundar,
que envejecerías,
¡ay!, con respirar.

No respires, no.

¡Muérete mejor
así como estás!



Serie de poesía moderna 15- UNAM

sábado, 9 de enero de 2010

El olvido- Alejandra Pizarnik

en la otra orilla de la noche
el amor es posible
llévame

llévame entre las dulces sustancias
que mueren cada día en tu memoria





Los trabajos y las noches, 1965

Un paseo con Cortázar- Paulina Movsichoff




Nuestra vida no es un sueño; pero debe serlo.

NOVALIS


Él estaba allí, sentado enfrente de mí, apenas separados por la blanca superficie de la mesa. Nos habíamos instalado en la vereda, justo enfrente del parque y el otoño parecía demorarse en acariciar los árboles, envolverlos con una bruma soñadora. La idea del encuentro había partido de él, de Julio. Yo contemplaba esa mirada atenta y a la vez reconcentrada, esos ojos que parecían darse cuenta de todo, incluso de lo que sucedía en mi interior, las manos finas de pianista, la sonrisa casi permanente que le conferían un dejo de picardía adolescente, acentuada por los dos dientes separados.
Llegó puntual y, luego de charlar un rato en el living de mi casa, le propuse caminar. Accedió encantado. “Hace tanto que no recorro Boedo”, me dijo. “Las calles de París no tienen ese qué sé yo de las de acá”, sonrió mientras aplastaba el cigarrillo en el cenicero.

Tomamos por Quito. Los árboles aún formaban una gruta de frescura en donde el aire parecía conversar con cada una de las hojas, con los viejos troncos que nuestros pasos iban dejando atrás. Las calles estaban solitarias y una luz color miel nos contenía como un agua silenciosa y frágil.
En el trayecto él se explayó en mis cartas, en ese proyecto de tesis que le comenté en una de ellas, sobre la influencia del surrealismo en su obra.
Fue mi amiga Luisa Valenzuela, amiga a su vez de él, quien me proporcionó el teléfono del hotel donde Julio se alojaba. Lo llamé, no sin nerviosismo. En cuanto le dije mi nombre, me propuso que nos viéramos. “La charla es a las ocho. Tenemos todavía unas cuántas horas”. Y ahora yo allí a su lado, escrutando su larga figura, su andar pausado. Quién lo hubiera dicho.
Llegamos al parque y lo atravesamos en silencio. Sin darnos cuenta, pronto estuvimos en el sector de los libros. Se sumergió en ellos con un entusiasmo adolescente. De pronto sus largos dedos extrajeron uno, que no tardó en mostrarme. Eran Los Himnos a la noche, de Novalis. Lo compró de inmediato. “Hace tiempo que lo andaba buscando. La versión alemana se me ha extraviado. Pero igual me gustará releerlo en español.” Ya en el café se explayó en hablarme del poeta alemán, del cual yo conocía sólo el nombre. Me habló de su concepción de la poesía como la realidad mágica del sueño, en la que éste se convierte en realidad y la realidad en sueño. Me habló de su novela inconclusa, ese gran proyecto novelístico que la muerte le impidió terminar – murió de tuberculosis, como buen romántico- me aclaró, la historia del poeta medieval que se lanza en busca del la flor azul, símbolo de la belleza, de la felicidad y las ilusiones inalcanzables. Abrió una página al azar y leyó: "Amada, llegas- La Noche ha venido ya- Se ha consumado el día”. Nos quedamos un rato silenciosos. Le propuse, no sin vencer mi timidez, una entrevista más larga, hacer un libro con nuestras conversaciones. Accedió, con esa sencillez que me demostró en todo momento, como si él no fuera, Julio Cortázar, uno de los más grandes escritores argentinos sino un autor incipiente feliz de ser estudiado, reconocido. “Te vienes en el verano, cuando mis tareas en la UNESCO me dan un respiro.” Y terminó, apretándome levemente el brazo: “Te gustará Saignon”. La sensación de irrealidad volvió a asaltarme. A eso de las siete nos despedimos. Él se inclinó y, luego de decirme: “Un verdadero gusto”, me besó en la boca.
El timbre del teléfono me sobresaltó. Salté de la cama contrariada. Hubiera deseado quedarme allí, detenerme en un remoloneo gozoso con aquel inusitado encuentro con mi amado Cortázar, cuya imagen me miraba constantemente desde el afiche en la puerta del placard, como queriendo decirme algo inaprensible para mí.
La voz de Juana: “¿Dormías?”. “Sí, Juana. te llamo luego. Disculpame”. y luego correr nuevamente a la cama a cerrar los ojos y tratar de revivir, de rescatar aunque sea algo de aquella imagen, lo poco que aún quedaba en aquel doloroso naufragio del despertar. Mi corazón se aceleró cuando, al acercarme, distinguí el bulto oscuro sobre la sábana. Nada había dejado en ella. Pensé con susto en un insecto, alguna de esas mariposas nocturnas aplastada sin duda por el peso de mi cuerpo dormido.
Y ahora, sentada junto al ventanal por donde la luz de la mañana se cuela como un río dichoso, acaricio con lenta delectación la aterciopelada tersura de los pétalos de mi flor azul.


Marraquech y otros cuentos

viernes, 8 de enero de 2010

MUJERES DE PALABRA: MUJERES QUE ESCRIBEN-Elena Poniatowska



¿Han visto ustedes en el zoológico a las leonas? ¿Ésas que se mantienen atrás
lamiendo de su pata una invisible espina? ¿Ésas que parecen gatos callejeros, flacos,
escaldados y pelones? Bueno, pues eso son las escritoras latinoamericanas, las leonas del zoológico, feas, opacas, con una que otra brizna de paja en el lomo vencido, las leonas, las que están siempre en segundo plano, las que quedaron como costales gastados después de la última cría, mientras que el león, pegado a los barrotes, haga lo que haga, con su espléndida cabellera de rey de la selva, es el que ruge, se impone y de un solo bocado se traga al mundo. El león en donde quiera que esté impone sus condiciones, la leona jamás.
Carlos Fuentes alza su cabeza magnífica de león de la Metro Goldwin Mayer, sacude sus
crines de oro, y saluda a otro león también coronado, a Mario Vargas Llosa que a su
imagen y semejanza enseña unos dientes tan atractivos como el del gato de Cheshire cuya sonrisa veía Alicia en el país de las maravillas cada vez que se apagaba la luz.
Las escritoras son las comparsas de la literatura latinoamericana. Recuerdo haber leído en la revista francesa L'Express una lista de los Premios Nobel latinoamericanos, y la única que no aparecía era Gabriela Mistral. Salvo el caso de Isabel Allende, las mujeres que escriben muy pronto dejan de creer en sí mismas por falta de aliento. Nellie Campobello, única autora de la Revolución, escogió dedicarse a la danza, tarea que seguramente le resultó más gratificante
que la de las letras y sin embargo fue ella quien hizo entrega de todo el archivo de Pancho Villa a Martín Luis Guzmán. Para Rosario Castellanos, la más completa de nuestras escritoras, las condiciones de vida no fueron muy distintas a las de Sor Juana Inés de la Cruz que trescientos años antes había escogido la clausura para poder ejercer su vocación.
A Rosario Castellanos también el mundo la defraudó. Al igual que Sor Juana Inés de la
Cruz, tuvo que enfrentarse a una realidad para ella aterradora. La mujer no es igual al hombre, es inferior, por lo tanto no tiene la misma capacidad para pensar, mucho menos para crear. Así lo escribió en su tesis Sobre cultura femenina en la que prácticamente pide perdón por atreverse a ingresar a un mundo que le está vedado: el de la cultura. Trescientos años antes Sor Juana lo había escrito:

¿En perseguirme, Mundo, qué interesas?
¿En que te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?
Yo no estimo tesoros ni riquezas
y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi pensamiento
que no mi pensamiento en las riquezas.
Y no estimo hermosura que, vencida,
es despojo civil de las edades
ni riqueza me agrada fementida,
teniendo por mejor, en mis verdades,
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.

La pequeña Juana de Asbaje leyó todos los libros de la biblioteca de su abuelo y
sorprendió a los doctos y a los sagaces: "Empecé a aprender gramática, en que creo no llegarona veinte las lecciones que tomé; y era tan intenso mi cuidado, que siendo así que en las mujeres-y más en tan florida juventud- es tan apreciable el adorno natural del cabello, yo me cortaba de
él cuatro o seis dedos, midiendo hasta donde llegaba antes, imponiéndome ley de que si cuandovolviese a crecer hasta allí no sabía tal o cual cosa que me había propuesto aprender en tanto que crecía, me lo había de volver a cortar en pena de la rudeza. Sucedía así que él crecía y yo no sabía lo propuesto, porque el pelo crecía aprisa y yo aprendía despacio, y con efecto, lo cortaba en pena de la rudeza; que no me parecía razón que estuviese vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias, que era más apetecible adorno."
Sor Juana es un fenómeno que apareció en el Siglo XVII y sigue siéndolo en el Siglo
XX; cubre tres siglos y es aún el mayor poeta mexicano según Octavio Paz. Después de Sor Juana, nuestro continente se cubre de poetas, de mujeres que lloran su desamor y se comparan al sauce que ve huir el agua del río, todas hablan de su ser mujer, la propia Gabriela Mistral grita “un hijo, yo quise tener un hijo tuyo y mío,” y antes, en 1910, la uruguaya Delmira Agustini, declaró en El libro blanco que el único que importa es el hombre y que ella seconsidera un perro a los pies de su amo que por cierto la mató. La mexicana Josefina Murillo, la Alondra del (río) Papaloapan, murió de asma a los treinta y ocho años y escribió:

"Amor, dijo la rosa es un perfume,
amor es un suspiro dijo el céfiro,
amor, dijo la luz es una llama,
oh cuánto habéis mentido,
amor es una lágrima"

Las escritoras de hoy abandonaron la literatura de confesión y Rosario Castellanos
produce dos novelas, Balún Canán y Oficio de tinieblas llamadas por la crítica "indigenistas"como se llamó también a la obra de José María Arguedas y a la de Miguel Ángel Asturias. En México, también Elena Garro nos brinda su magnífica Los recuerdos del porvenir en que una piedra al sol se constituye en la memoria del pueblo de Ixtepec, Luisa Josefina Hernández una pléyade de novelas entre las que destaca Nostalgia de Troya, Josefina Vicens El libro vacío,
Inés Arredondo cuyo mundo interior es obsesivo, uno de los mejores cuentos de la literatura mexicana La sunamita, Julieta Campos, varias novelas y un gran ensayo: “¿Qué hacemos con los pobres?” Silvia Molina nos regala a Campeche y así hasta llegar a las más recientes: María Luisa Erreguerena con su sugerente El día en que Dios se metió a mi cama, Aline Pettersen,Maria Luisa Mendoza, Julieta Campos, Angelina Muñiz Huberman, Cristina Pacheco, Esther Seligson, hasta las más jóvenes Bárbara Jacobs, Beatriz Novaro y su novedosa Cecilia todavía,
Sara Sefchovich y su Demasiado amor, Margo Glantz y sus Geneaologías, Rosa Nissan que –al seguir el camino abierto por Margo Glantz- desafía a la colonia Israelita con su frescura y su ingenuidad. Rosa Beltrán incursiona con fortuna en la novela histórica, Paloma Villegas retrata
fiel y lúcidamente a una generación, Sabina Berman es la extraordinaria autora de La Bobe y Un grano de arroz, Ángeles Mastretta que conoce con su Arráncame la vida el éxito y la traducción a muchos idiomas y Laura Esquivel, la autora de Como agua para chocolate, única
novela latinoamericana que permaneció 18 meses en la lista de los libros más vendidos del New York Times Book Review. Carlos Fuentes declaró que la mejor escritora mexicana es la joven Cristina Rivera Garza autora de Nadie me verá llorar y de otros textos deslumbrantes.
Muchas escritoras se me quedan en el tintero (sobre todo las más nuevas), entre ellas
mi admirada contemporánea Carmen Rosenzweig que alguna vez escribió que sentía que iba llegar a rosa por el lento crecimiento de sus espinas.
De que el continente latinoamericano está produciendo a mujeres que rompen las
amarras y tienen mucho que contar, de que se ha dejado atrás el nouveau- roman, de que las escritoras chicanas Sandra Cisneros, Ana Castillo, Cherríe Moraga se han liberado antes que las del cono sur puede verse en la pléyade de mujeres que ahora escriben y no hacen precisamente literatura de confesión, escritoras notables: Rosario Ferré, Ana Lydia Vega de Puerto Rico que se han beneficiado como las chicanas de vivir en una situación límite, debatirse entre dos culturas, afirmarse a partir de la negación, vencer prejuicios raciales y sociales, aceptarse y
darse a respetar cuando todos se empeñaban en destruirlas, llegar al fondo del país-paisaje de su cuerpo y escribir en forma desenfadada, escritoras que juegan con el idioma, lo hacen suyo, lo engarzan en un collar original y suntuoso y lo devuelven como una prenda de su invención.
Han logrado mucho antes que el resto de las mujeres de América Latina, aun en medio de las peores restricciones, lo que todas buscamos, ser dueñas de nuestra vida y de nuestro cuerpo.
Para la escritora mexicana escribir es un sub producto de su situación social. Para la chicana escribir significa vencer su situación social. Para la latina, escribir es crearse un mundo propio.
Bien puede decirse que en América Latina se ha ido de la literatura de confesión, del
diario, de las descripciones intimistas, los estados de ánimo, la exaltación de los sucesos cotidianos, el amor, el romanticismo y la nostalgia a la literatura de la pobreza porque son las mujeres las que hablan de las minorías en América Latina, como lo hace Marta Traba en su novela Conversación al sur, Luisa Valenzuela en sus cuentos sobre represión y tortura De noche soy tu caballo o María Luisa Puga en su notable Las mariposas.
Las escritoras latinoamericanas venimos de países muy pobres, muy desamparados.
Nuestra pobreza no es la del indigente, el clochard bajo los puentes de París, el homeless de Los Ángeles y ahora de Nueva York; no, la pobreza en América Latina es la de la indiferencia; no hay nadie ante quién pararse y decir: "No he comido, hace días que no como" porque eso no importa. El hambre se va haciendo terrosa, se esparce extenuada sobre las cosas de la tierra y en cierta forma, esta hambre penetra en las páginas y las contagia. Somos nuestros propios paisajes. Escribimos como lo hacemos por ser latinoamericanas. Gioconda Belli no puede escribir sino del amor y de Nicaragua y de la libertad y de Nicaragua. No hay aun en nuestros
países escritoras proletarias pero si hay textos de tradición oral que han sido recogidos por sociólogos como el “Juan Pérez Jolote” del doctor en antropología Ricardo Pozas.
Dentro de la cultura de la pobreza se atesoran bienes inesperados. Para Jesusa
Palancares, la protagonista de la novela Hasta no verte Jesus mío, asomarse por la ventana de su cuarto y ver el cuadrángulo de cielo estrellado era ya una gracia sin precio y sin explicación posible, un regalo suntuoso. Todo el cuarto adquiría una calidad gratuita, el cielo estaba de más como una gracia sorpresiva. Jesusa vivía siempre a la orilla del precipicio, por lo tanto el cielo
estrellado por su ventana era un hecho milagroso, algo así como lo real maravilloso de que habla Alejo Carpentier al referirse a América Latina.
María Sabina, quien murió hace años, atrajo a su humilde choza en Huautla de Jiménez,
Oaxaca a sabios como Gordon Wasson y Roger Heim quienes gracias a la ceremonia de los
hongos alucinantes, cultivaron varias especies haciendo un nuevo descubrimiento para la ciencia al entregarle nuestra materia prima al doctor Alberto Hofmann en Basilea, Suiza.
Hofmann es nada menos que el descubridor del LSD. En la ceremonia de los hongos con María Sabina, los hongos amargos se ingieren con chocolate. El hongo macho y el hongo hembra, la parejita los niños santos, las personitas como ella los llama dan conocimiento y la hacen entonar cantos chamánicos que mucho tienen que ver con aquello que las mujeres sentimos cuando somos jóvenes y nadie, ni la familia, ni el marido, ni la sociedad nos ha mediatizado: esa fuerza explosiva con la que amanecemos y salimos a pisar el día antes de que las formas aprisionen nuestro ímpetu, no, no, no, no, no, tú no, no hagas, no digas, no, qué dirán, a ti no te
tocó ni modo, no, confórmate, antes de poder mecernos con María Sabina y repetir tras de ella: "Soy la mujer libre que está debajo del agua" y canturrear tomadas de su mano:

Porque soy el agua que mira,
Porque soy la mujer sabia en medicina,
Porque soy la mujer yerbera
Porque soy la mujer de la brisa
Porque soy la mujer del rocío.
Vengo con mis trece chuparrosas
Soy mujer que mira hacia adentro
soy mujer que mira hacia adentro
soy mujer que mira hacia adentro
soy mujer de luz,
soy mujer de luz
soy mujer día
soy mujer que truena
soy mujer Cristo
soy mujer Jesucristo
soy mujer estrella grande
soy mujer estrella cruz
soy mujer luna

La literatura latinoamericana oscila entre la supervivencia de sus habitantes siempre
expuestos al hambre, y el milagro que significa estar vivo en un mundo tan lleno de
calamidades y en una sociedad tan poco preparada para enfrentar los retos que los
norteamericanos han convertido en el slogan “time is money.”
En su libro Las posibilidades del odio, María Luisa Puga es un mendigo a quien le falta una pierna, lo único que tiene para defenderse en la vida es su muleta de madera oscura con la punta cubierta por una tira de hule negra y gastada, su muleta a la cual le dedica todos los días un buen rato de caricias suaves e idénticas. ¿Cómo pudo María Luisa Puga meterse en la piel de un mendigo, cómo pudo moverse entre sombras, torpes, malolientes y quejosas? ¿Cómo supo lo que significa comer para un muerto de hambre? Simple y llanamente porque María Luisa es
una escritora latinoamericana y como tal pertenece al continente del hambre. Si su mendigo es africano, María Luisa se ha entrenado a verlo en México y nos describe así su hambre: "El hambre y él eran lo mismo. Nunca no había sentido hambre, y había acabado por acostumbrarse. A tal punto que ya no pensaba en comer. Cuando por la noche en su callejón mascaba lentamente su pedazo de pan, o a veces las papas cocidas y frías que le dejaba en la bolsa, se le apelotonaban en la garganta (por más que masticaba largo rato). Muchas veces sdormía con la comida en la boca. Con la fruta le iba mejor. El jugo se le escurría por todos lados y le traía recuerdos viejos, inalcanzables. Pero todo lo comía muy lentamente, con un callado pavor". En Las mariposas María Luisa Puga cuestiona la existencia de un guerrillero
que no sabe ya si está vivo, que ha llevado una vida caótica, accidental, que no ha tenido más destino ni más pasado que el autobús del que acaba de bajar, que sólo se sabe vivo porque de pronto le sube de adentro un llanto enorme, vasto que nace desde antes de él y lo abraza como si estuviera esperándolo. Un poco a la manera de Camus. Marta Traba en su Conversación al Sur, se alía a las Madres de la Plaza de Mayo llamadas Las Locas, y En cualquier lugar analiza e intenta poner en su lugar la tragedia que han vivido en América Latina, los que lucharon en su
país contra la dictadura, los guerrilleros en la clandestinidad y los exiliados.
Al ser minoría ellas mismas, las escritoras de América Latina se han aliado a las
minorías. Son ellas quienes se involucran, denuncian, se indignan y, como decimos
vulgarmente, se la juegan. Marta Traba fue perseguida y expulsada; a Luisa Valenzuela le cayó la policía tres días después de haber salido de su país, al igual que les cayó a los escritores Rodolfo Walsh y Haroldo Conti, que fueron asesinados; Alicia Partnoy -demasiado joven para tanto sufrimiento- publicó en Estados Unidos The little school, La escuelita, sobre esa nueva forma de tortura que es la desaparición; Elvira Orphée en su libro La última conquista de El Ángel declara que la tortura le parece una de las grandes abominaciones del hombre.
Pobrecita de América Latina que no está viviendo precisamente su siglo de las luces. La realidad que describen muchas escritoras es la de los oprimidos, la de aquellos contra quienes se ejerce la violencia, ya sea política, ya sea la del hambre en el que viven las grandes mayorías de nuestros pueblos. La conciencia social la adquieren muy pronto escritoras de la talla de unaRosario Castellanos que, al igual que Gabriela Mistral, fue maestra y al igual que ella se preocupó por la situación de los oprimidos.
De México, la escritora más completa, la más destacada después de Sor Juana Inés de
la Cruz, es, desde luego, Rosario Castellanos que dice en uno de sus únicos poemas felices:

Aquí tienes mi mano,
la que se levantó de la tierra,
colmada como espiga en agosto.
Aquí están mis sentidos
de red afortunada,
mi corazón, lugar de las hogueras,
y mi cuerpo que siempre me acompaña.
He venido, feliz como los ríos,
cantando bajo un cielo de sauces y de álamos
hasta este mar de amor hermoso y grande.
Yo ya no espero, vivo.

A Rosario Castellanos, poeta, novelista, ensayista, periodista, también el mundo la
defraudó. Trescientos años después, las circunstancias de Rosario Castellanos no serán muy distintas a las que hicieron que Sor Juana Inés de la Cruz escogiera el convento de las Jerónimas para poder dedicarse a la pasión de su vida: escribir, estudiar, leer. Nacida en Comitán, Chiapas, en 1925, Rosario Castellanos muy pronto habrá de indignarse en contra de la explotación de los chamulas que caminan silenciosos y furtivos. Blanca, casi transparente, con unos grandes ojos negros, Rosario Castellanos será siempre una flor de invernadero, sus manos y sus pies pequeñísimos, frágiles, hacían exclamar a Miguel Ángel Asturias:
"¡Pero qué manitas de Maya!"
Cronista de un mundo de explotados, Rosario es a su vez explotada en una sociedad que
aún no protege ni respeta a las mujeres; en una sociedad en la que la mujer es sólo una "esclava del señor," una "hágase en mí según tu voluntad."
Rosario Castellanos no vive la vida, la padece. Mientras el hombre se lanza, ella conoce la rutina, los oficios pequeños, la renuncia.
Si para el hombre, el amor no suele ser sino el momento en que se enamora, para la
mujer el amor es la inmanencia, la entrega, la selección de un modo de vida durable hasta la muerte: concebir a los hijos y criarlos. Para el hombre, el matrimonio no es un fin en sí; la mujer permanece en los patios interiores, apaga las antorchas, termina la tarea del día. Cuando es joven, hace la reverencia, baila los bailes y se sienta a esperar el arribo del príncipe. Cuando es vieja, aguarda a que le den la orden de que se retire. Rosario le dice al hombre:

Inclinada a tu orilla siento cómo te alejas
trémula como un sauce contemplo tu corriente
formada de cristales transparentes y fríos.
Huyen contigo todas las nítidas imágenes,
el hondo y alto cielo,
los astros imantados, la vehemencia
ingrávida del canto.
Con un afán inútil mis ramas se despliegan
se tienden como brazos en el aire
y quieren prolongarse en bandadas de pájaros
para seguirte a donde va tu cauce.
Eres lo que se mueve, el ansia que camina
la luz desenvolviéndose, la voz que se desata.
Yo, soy sólo la asfixia quieta de las raíces
hundidas en la tierra tenebrosa y compacta.

En la infancia de Rosario está la clave de su vocación de escritora. Rosario tuvo un
hermano menor, Benjamín, y todos los mimos y las caricias de sus padres fueron para él, por ser el hijo varón. Rosario deseó su muerte y cuando murió, la niña se sintió culpable. Benjamín Castellanos -a quien ella llama Mario en su novela Balún Canán- aunque ausente, siguió siendo el preferido, sus padres se encerraron sobre sí mismos con su dolor y la dejaron a solas con su nana chamula. Rosario oyó a su padre decir, cuando murió Benjamín: "Ahora ya no tenemos por quién luchar".

Tal vez cuando nací alguien puso en mi cuna
una rama de mirto y se secó.
Tal vez eso fue todo lo que tuve
en la vida, de amor.

De la mano de su nana Rufina, la niña se puso a descifrar las cosas de la tierra y a
apuntarlas para que se le quedaran grabadas. En la escuela fue siempre estudiosa y sus compañeras la buscaban para que les explicara lo que no entendían. Dolores Castro, amiga de infancia, cuenta que era una niña tan delgada y tan frágil que la directora la eximió de la gimnasia y del deporte, y cuando en 1939, la familia Castellanos, ya sin tierras -expropiadas por la Reforma Agraria-, se trasladó a México; también en la Secundaria le prohibieron correr, jugar a la pelota, de suerte que durante el recreo Rosario se quedaba leyendo. Tampoco iba a fiestas, se excusaba diciendo que iría con mucho gusto en cuanto en-gor-da-ra. En Tuxtla, en la
revista El estudiante se publicaron sus primeros poemas. Pero el hermano muerto, Benjamín, la hizo regresar siempre a esos primeros años en Comitán, Chiapas. Sus dos novelas se sitúan en Comitán, sus cuentos Ciudad Real también, y el tema de la soltería y de la vergüenza que significa no pescar a un hombre es recurrente a lo largo de toda su obra, como lo es el de una sociedad muy estratificada, muy jerarquizada en que los indios están siempre al servicio de los
blancos.
Una mañana, en Chiapas, unos visitantes se extrañaron al ver que un campesino iba
montado con su haz de leña a lomo de burro mientras su mujer caminaba tras él, con su leña en los hombros. Cuando le preguntaron por qué la mujer iba a pie, respondió:
-- Es que ella no tiene burro.
Rosario llegó muy pronto a la certeza de que ninguna mujer en su patria tenía burro ni por equivocación y aunque Rosario más tarde habría de casarse, de tener un hijo, ella misma le contó a la escritora Beatriz Espejo que desde niña se refugió en la soledad y supo que escribir disminuía esa sensación.
Dijo textualmente: "Mi experiencia más remota radicó en la soledad individual; muy
pronto descubrí que en la misma condición se encontraban todas las otras mujeres a las que conocía: solas solteras, solas casadas, solas madres. Solas en un pueblo que no mantenía contacto con los demás. Solas soportando unas costumbres muy rígidas que condenaban el amor y la entrega como un pecado sin redención. Solas en el ocio, porque ése era el único lujo que su dinero sabía comprar. (...) Me evadí de la soledad por el trabajo, esto me hizo sentirme solidaria con los demás en algo abstracto que no me hería ni me trastornaba como más tarde iban a herirme el amor y la convivencia".

Da vergüenza estar sola. El día entero
arde un rumor terrible en su mejilla
pero la otra mejilla está eclipsada.
La soltera se afana en quehacer de ceniza,
en labores sin mérito y sin fruto;
y a la horas en que los deudos se congregan
alrededor del fuego, del relato,
se escucha el alarido
de una mujer que grita en un páramo inmenso
en el que cada peña, cada tronco
carcomido de incendios, cada rama
retorcida, es un juez
o un testigo sin misericordia.
De noche la soltera
se tiende sobre el lecho de agonía.
Brota un sudor de angustia a humedecer las sábanas
y el vacío se puebla
de diálogos y de hombres inventados.
Y la soltera aguarda, aguarda, aguarda.
Y no puede nacer en su hijo, en sus entrañas,
y no puede morir
en su cuerpo remoto, inexplorado,
planeta que el astrónomo calcula
que existe aunque no lo ha visto.
Asomada a un cristal opaco, la soltera
astro extinguido, pinta con un lápiz
en sus labios la sangre que no tiene.
Y sonríe ante un amanecer sin nadie.

Sor Juana murió joven, a los cuarenta y cuatro años, Rosario a los cuarenta y nueve;
Sor Juana murió bella, su retrato lo dice, murió joven, antes de exponerse al ultraje de ser vieja y cuando elogiaron el único retrato que conocemos de ella, que la muestra en su celda con su hábito de jerónima y su pluma en la mano, escribió:

Éste que ves, engaño colorido
que del arte ostentando los primores
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;
éste, en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido,
es un vano artificio del cuidado,
es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado,
es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada".

Rosario se veía a sí misma con ese mismo desencanto, y de joven hizo siempre todo lo
posible por parecer una monja. Una noche -relata Alaíde Foppa-, se fue la luz en la facultad de Filosofía y Letras y Rosario sintió que un muchacho la tomaba del brazo para ayudarla a bajar la escalera. Su reacción inmediata fue: "Cuando vuelva la luz y vea que soy yo, me va a soltar". Su inseguridad y su poca fe en su aspecto físico se trasluce en su poema Autorretrato

Yo soy una señora: tratamiento
arduo de conseguir, en mi caso, y más útil
para alternar con los demás que un título
extendido en mi nombre en cualquier academia.
Así pues, luzco mi trofeo y repito:
Yo soy una señora. Gorda o flaca
según las posiciones de los astros,
los ciclos glandulares
y otros fenómenos que no comprendo.
Rubia, si elijo una peluca rubia.
O morena, según la alternativa.
(En realidad, mi pelo encanece, encanece).
Soy más o menos fea. Eso depende mucho
de la mano que aplica el maquillaje.
(...)
... Soy mediocre
lo cual, por una parte, me exime de enemigos
y, por la otra, me da la devoción
de algún admirador y la amistad
de esos hombres que hablan por teléfono
y envían largas cartas de felicitación.
Que beben lentamente whisky sobre las rocas
y charlan de política y de literatura.
Amigas... hummmmm... a veces raras veces
y en muy pequeñas dosis.
En general, rehuyo los espejos.
Me dirían lo de siempre: que me visto muy mal
y que hago el ridículo
cuando pretendo coquetear con alguien.
Soy madre de Gabriel, ya usted sabe, ese niño
que un día se erigirá en juez inapelable
y que acaso, además, ejerza de verdugo.
Mientras tanto lo amo.
(...)
Sufro más bien por hábito, por herencia, por no
diferenciarme más de mis congéneres
que por causas concretas.
Sería feliz si yo supiera cómo.
Es decir, su me hubieran enseñado los gestos,
los parlamentos, las declaraciones.
En cambio, me enseñaron a llorar. Pero el llanto
es en mí un mecanismo descompuesto
y no lloro en la cámara mortuoria
ni en la ocasión sublime ni frente a la catástrofe.
Lloro cuando se quema el arroz o cuando pierdo
el último recibo predial.

También el corazón de Sor Juana fue violento, escapó al control de su inteligencia y sus poemas no sólo son "humanos", como habría de reprochárselo Sor Filotea, sino amorosos:

En dos partes dividida
tengo el alma en confusión:
una esclava de la pasión,
y otra a la razón medida.

Siempre fue celosa, defendió y comprendió a los celosos, a los despechados; supo desde el principio que los celos perfeccionan el amor:
¿Hay celos? Luego hay amor.

¿Hay amor? Luego hay celos.

Cuando uno ama, no la aman a uno, desde el siglo XVII hasta nuestros días.

Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata;
maltrato a quien mi amor busca constante.

Después de los años de vida en la corte, Sor Juana escoge la clausura; primero las
Carmelitas Descalzas cuya orden le resulta demasiado rigurosa y finalmente el Convento de San Jerónimo en el que muere.
En el convento, sus hermanas la interrumpen, entran a su celda, le impiden trabajar,
tocan y cantan en la celda vecina. Dos criadas se pelean y escogen como árbitro a Sor Juana. Una amiga la visita haciéndole muy mala obra con muy buena voluntad. Las horas que destina a su estudio después del trabajo de la comunidad, son las mismas que sus hermanas escogen para venirle a estorbar. Sor Juana vive el drama de una mujer que tiene que disculparse por amar el estudio.
"Una prelada muy santa y muy cándida que creyó que el estudio era cosa de Inquisición
me mandó que no estudiase. Yo la obedecí unos tres meses que duró el poder ella mandar, en cuanto a no tomar el libro, que en cuanto a no estudiar absolutamente, como no cae debajo de mi potestad, no lo pude hacer, porque aunque no estudiaba en los libros, estudiaba en todas las cosas que Dios creó, sirviéndome ellas de letras, y de libro toda esa máquina universal. Nada veía sin reflejo; nada oía sin consideración, aun en las cosas más menudas y materiales".
Sor Juana también ayuda en la cocina, porque Dios está en los pucheros, como dijo
Santa Teresa, y se pone a filosofar al aderezar la cena y descubre, mientras guisa, secretosnaturales: cómo un huevo se fríe en la manteca o en el aceite y por lo contrario se despedaza en el almíbar; y viendo todo esto, afirma que si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito.
Después de tres meses, se levantó el castigo y Sor Juana pudo volver a su biblioteca de cuatro mil volúmenes. Pero el gusto no le duró mucho; Sor Juana se sintió enferma y su médico le vedó toda lectura. Más tarde, al ver su quebranto, le permitió volver a sus amados libros. Sin embargo, Sor Juana ya muy adolorida y mortificada porque era mucha la malevolencia, la envidia, la persecución en su contra, cedió a la presión del convento y dos años antes de su muerte donó al obispo su nutrida biblioteca y sus instrumentos de matemáticas y de música para que los vendiera en beneficio de los pobres y, así, por la mezquindad de los religiosos, se
perdió la obra de una vida que nos hubiera servido de documento sobre el movimiento
intelectual del siglo XVII.
Ya sin su biblioteca, Sor Juana pretendió desviarse hacia el misticismo, pero era
demasiado cerebral, demasiado intelectual, razonaba demasiado para creer a pie juntillas y su espíritu y su sabiduría predominaron siempre sobre la fe ingenua. Sor Juana castigó su pasión por las letras con silicios, con tal dureza que su confesor dijo:
Es menester mortificarla para que no se mortifique mucho, yéndole la mano en
sus penitencias para que no pierda salud y no se inhabilite, porque Sor Juana no
corre en la virtud sino vuela.
Sor Juana en realidad volaba hacia la muerte y cuando hubo una epidemia de tifo en el
convento se dedicó a cuidar a sus hermanas -estas mismas hermanas que tanto la habían
molestado- quienes la contagiaron, haciéndola morir el 17 de abril de 1695. Sor Juana vivió cuarenta y cuatro años, cinco meses, cinco días y cinco horas.
Rosario Castellanos murió en la forma más absurda, al tratar de conectar una lámpara
en su casa de Tel Aviv. La descarga eléctrica la mató y falleció solita a bordo de la ambulancia que la llevaba al hospital. Nadie la vio, nadie la acompañó. Al irse, se llevó su memoria, su risa, todo lo que ella era, su modo de ser río, ser adiós y nunca. En Israel, le rindieron grandes honores. En México, la enterramos bajo la lluvia, la convertimos en parque público, en escuela, en lectura para todos, la devolvimos a la tierra. En el fondo, Rosario siempre supo que iba a
morir; entretejió el hilo de la muerte en casi todos los actos de su vida, los cotidianos y los literarios. Había en ella algo inasible, un andar presuroso, un tránsito que iba de la risa al llanto,
del corredor a la mesa de escribir, un ir y venir de sus clases en la facultad de Filosofía y Letras al Instituto Kairós, una premura, un ansia que punzaba sin mañana y sin noche. Muchas veces avisó que se iba a morir:

Yo no voy a morir de enfermedad
ni de vejez, de angustia o de cansancio.
Voy a morir de amor, voy a entregarme
al más hondo regazo.
Yo no tendré vergüenza de estas manos vacías
ni de esta celda hermética que se llama Rosario.
En los labios del viento he de llamarme
árbol de muchos pájaros.

La literatura latinoamericana es vasta y nueva, tan vasta y nueva como el gran
continente que aún no acaba de descubrirse. Todavía hoy seguimos adorando al sol y, aunque nos juegue malas pasadas, es un Dios fuerte el que le rendimos tributo. Muchas veces debieron los antiguos mexicanos llenarse de pavor al ver que sus dioses del fuego, del aire, de la fertilidad, de la lluvia, del agua, de la guerra, eran reemplazados por un solo dios, que no sólo no ejercía sus poderes sino moría en la cruz como una pobre cosa. A las escritoras -toda proporción guardada- nadie les ha cambiado su calendario, y el centro de su sistema solar sigue siendo el hombre, y las reglas de su vida las que dicta la sociedad patriarcal. La literatura de las
mujeres latinoamericanas aún no se descubre a sí misma; una variedad infinita de géneros nos esperan en el futuro. Tan vasto como es el continente, tan vastas son nuestras posibilidades. A la tierra venimos a conocer nuestros rostros, nos dice la filosofía náhuatl. Tal parece que conocer nuestro rostro ha sido el paulatino descubrimiento de la literatura de las mujeres; pero aún nos falta convertir la propia literatura en un vehículo subversivo. Cuando las mujeres en el
arte son subversivas, lo son por índole propia, por naturaleza, como en el caso de Frida Kahlo, de Pita Amor, pero libres o rebeldes, la comunidad humana no les ayuda a realizarse.
A Pita Amor siempre le costó trabajo adaptarse al mundo, siempre fue la voz que se
aísla en la unidad del coro, en el seno familiar y en el internado en Monterrey que no aguantó y en donde no la aguantaron. Fue la más chica de siete Amores que todo lo perdieron en la Revolución. Nunca pudo salirse de sí misma para amar realmente a otro: la única entrega que supo consumar fue la entrega a sí misma. Demasiado enamorada de su persona, los demás le interesaron sólo en la medida en que la reflejaban; no fueron sino una gratificación narcisista.
Desde muy joven, Pita Amor pudo participar en la vida artística de México gracias a su hermana mayor, fundadora de la primera Galería de Arte Mexicano en nuestro país. En esta galería acondicionada en el sótano de la casa de los Amor, expusieron José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, Julio Castellanos, el Dr. Atl, Juan O’Gorman, Rufino Tamayo, María Izquierdo y la joven Pita pudo tratarlos. Se hizo amiga de Juan Soriano,Cordelia Urueta, Roberto Montenegro, Raúl Anguiano, Frida Kahlo, Antonio Peláez y todos la pintaron. Los años 20, los 30 fueron extraordinariamente fecundos para México: surgieron novelistas y poetas, el muralismo atrajo a muchos artistas extranjeros y hubo una enorme efervescencia en torno a lo mexicano y a nuestro llamado Renacimiento. Vinieron a México
André Breton y Antonin Artaud, Henri Cartier Bresson y Paul Strand, Edward Weston y Tina Modotti, Eisenstein y Trotsky, Frances Toor, Anita Brenner, Hart Crane, Carleton Beals, William Spratling, Pablo O’Higgins, Jean Charlot y mucho más. Miguel y Rosa Covarrubias se pusieron a recorrer la república desenterrando piezas precortesianas y Lupe Marín, un día en que Diego Rivera no le dio para el gasto, le sirvió a la hora de la comida una riquísima sopa de tepalcates.
En medio de sus idas al cabaret de la época, el Leda, Pita Amor produjo de pronto y
ante el azoro general, su primer libro de poesía: Yo soy mi casa. Don Alfonso Reyes inmediatamente apadrinó a Pita al declarar: "...Y nada de comparaciones odiosas, aquí se trata de un caso mitológico".
"Grandes letreros luminosos con mi nombre -dice Pita- anunciaban mis libros y mi
bella cara se difundió en tarjetas postales. (...)Frente al éxito a mí me preocuparon siempre más mi belleza y mis turbulentos conflictos amorosos.
Porque yo -que he sido joven - y soy joven- porque tengo la edad que quiero tener, soy bonita cuando quiero y fea cuando debo.
Y soy joven cuando quiero y vieja cuando debo.
Yo que he sido la mujer más mundana y más frívola del mundo, no creo en el tiempo
que marca el reloj ni el calendario.
Creo en el tiempo de mis glándulas y de mis arterias. La angustia hace mucho que la
abolí. La abolí por haberla consumido.”
Resulta contradictorio pensar que esta mujer que no cejaba en su afán de escándalo y
salía desnuda bajo su abrigo de pieles al Paseo de la Reforma y se abría el abrigo al gritar entre los automóviles: Yo soy la reina de la noche regresara en la madrugada a su departamento y escribiera sobre la bolsa del pan y con el lápiz de las cejas:

Dios invención admirable
hecha de ansiedad humana
y de esencia tan arcana
que se vuelve impenetrable.
¿Por qué me dices que no
cuando te pido que vengas?
Dios mío, no te detengas
¿o quieres que vaya yo?

Pita Amor fue de escándalo en escándalo sin la menor compasión por sí misma. En un
programa de televisión, cuajada de joyas y sobre todo con un escote que hizo protestar a la Liga de la Decencia que la censuró diciendo que no se podía recitar a San Juan de Dios, enseñando los pechos, Pita Amor se puso a decir sus Décimas a Dios que fueron el delirio.

Casa redonda tenía
de redonda soledad:
el aire que la invadía
era redonda armonía
de irrespirable ansiedad.
Las mañanas eran noches,
las noches desvanecidas
las penas muy bien logradas
las dichas muy mal vividas.
Y de ese ambiente redondo,
redondo por negativo,
mi corazón salió herido
y mi conciencia turbada,
un recuerdo he mantenido:
redonda, redonda nada.

A tres siglos de distancia, Rosario Castellanos pudo escribir lo mismo que Sor Juana:
pide perdón a la sociedad hostil y masculina por atreverse a ingresar al mundo de la cultura yson tantos los obstáculos que le ponen que cae exhausta antes de llegar a la meta. Antes de cumplir los cincuenta años, Sor Juana renuncia al estudio y regala su biblioteca, Rosario es víctima de la soledad, Guadalupe Amor se desquicia, Inés Arredondo, extraordinaria narradora enferma y muere, los libros de Elena Garro no son los de antes ni están a la altura de su primera aparición, la de Los recuerdos del porvenir novela, y El hogar sólido, teatro.
Y no son las únicas. A lo largo de la literatura femenina y me refiero a autoras de la generación de Rosario Castellanos , las mujeres son solteras o suicidas. Baste nombrar a la poetisa argentina Alejandra Pizarnik, a Alfonsina Storni la uruguaya que entró caminando al mar y cuyo cuerpo devolvieron las olas a la playa, a Antonieta Rivas Mercado quien se pega un tiro en la sien frente al altar mayor de Notre Dame con la pistola de su amante José Vasconcelos, a Violeta Parra la que le cantó Gracias a la vida, a Julia de Burgos, la feminista
puertorriqueña autora de un poema premonitorio acerca de aquellos que mueren con un número amarrado al tobillo y cuyos cuerpos jamás son reclamados. Muere Julia de Burgos en una calle de Nueva York, yace desnuda sobre una plancha de mármol, cuerpo desconocido en el depósito de cadáveres, como desnuda murió la poetisa costarricense Eunice Odio encontrada en su tina en México tres días después. El suicidio femenino no se limita a las escritoras latinoamericanas. Más al norte, Sylvia Plath, la poetisa norteamericana muere al introducir su cabeza en el horno de la cocina al igual que Virginia Woolf metió piedras en las bolsas de su suéter para llegar más pronto al fondo del agua, en Inglaterra. La brasileña Clarice Lispector se
quemó la mano y parte de la cara fumando en la cama. Fue un accidente pero era también una forma de paliar la angustia en la cual vivía. Nélida Piñón testigo de esa angustia la acompañó muchas veces en sus caminatas solitarias a cualquier hora del día y de la noche. Marta Traba alguna vez declaró: "Quisiera ser un hombre, pero un negro y un obrero. Eso equivaldría a ser mujer."
Las escritoras son también contestatarias sino del régimen al menos de su régimen
interior. Viven en función de su escritura y sin embargo, todavía hoy, nunca dejan de sentirse culpables -la culpabilidad es la mejor arma de tortura- culpables de no reunir ese atadijo de cualidades llamadas femeninas, la dependencia del hombre, la dulzura, la inocencia, el azoro ante la maldad humana, las artes culinarias.
Las mujeres escritoras dieron su vida en una proporción mucho mayor que la de los
escritores. Y no es que fueran desequilibradas, vivían en una sociedad desequilibrada, hostigadora, hostil a la mujer. Temían incluso declarar que escribir era su oficio como si este aniquilara su capacidad de ser mujer y las convirtiera automáticamente en alguna clase de esperpento. Natalia Ginzburg, la escritora italiana alguna vez declaró: "No estoy analizando si soy buena o mala escritora, lo único que afirmo es que ése es mi oficio."
Cuando las mujeres se den cuenta de que una mujer es un ser extraordinario, lleno de
gracia y de armonía, como un árbol, una ola de mar, entonces escribirán. Cuando sepan que una mujer lleva a todo el universo en su seno, el sol, el cielo, los campos y las ciudades, cuando acepten que tienen dentro de sí algo maravilloso y estén dispuestas a decirlo, a gritarlo, entonces abrirán las compuertas, nos darán su intimidad con la tierra, consigo mismas, sin tapujos, sin hipocresía; no temerán perder el hombre, puesto que se habrán ganado a sí mismas y si la sociedad las rechaza es que ellas se habrán rechazado primero; entonces fluirá el agua
que aún no fluye, no sólo el líquido amniótico que hace vivir al feto sino toda esa agua que proviene de fuentes desconocidas, insospechadas, la catarata se nos vendrá encima con toda su violencia, todo lo que las mujeres han guardado dentro de sí durante siglos de represión y también, por qué no decirlo, de indolencia.

Tomado del libro CONFLUENCIAS EN MÉXICO, PALABRA Y GÉNERO, Patricia González Gómez-Cásseres, Alicia V. Ramírez
Olivares, Editoras, BUAP, Puebla, Mexico, 2007.
La presente versión fue tomada del blog Escribirte.com