jueves, 31 de diciembre de 2009

Digo de nuevo vida

Digo de nuevo vida
despierto al mar con su linaje de algas
Vagabunda de un tiempo lacerado
voy llenando mi alforja con sonidos
reconciliando nombres
sacudiendo arboledas derrotadas
Porque la muerte araña
en todos los suburbios de la pena
quisiera amenazarla con un pájaro
resucitar la fórmula del beso
Donde se dice sombra
planto el día
Invento eternidad en el instante

Onírisis- Torres Agüero Editor

Emily Dickinson- Poema No 5


Tengo un pájaro en primavera
que canta para mí
primaverales reclamos.
Y cuando se acerca el verano
y la rosa esté aquí,
el pájaro se ha marcahdo.

Mas no siento desconsuelo
pues sé que mi pájaro,
aunque lejos,
aprende del otro lado del mar
para mí nuevas melodías,
y volverá.

Raudas en mano más segura
asidas en una tierra más genuina,
son mías.
Y aunque ahora se van,
digo a mi corazón que vacila,
son tuyas.

En un brillo más sereno,
en una luz más dorada
veo
cada pequeña duda, cada miedo,
cada discordia terrenal
terminada.

Por eso no sentiré desconsuelo
sabiendo que mi pájaro,
aunque lejos, desde un árbol distante
melodías brillantes para mí traerá.

Poemas- Selección y traducción Mirta Rosemberg- Centro Editor de América Latina.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

El lirismo personal- Rutebeuf




Joan Baez canta el poema de Rutebeuf en una admirable recreación


Rutebeuf es uno de los primeros poetas que crean una obra no sujeta a transformaciones posteriores; no es un juglar que escribe según las normas a las que aludimos al referirnos a las canciones de gesta y que permiten que la obra original se transforme al ser reproducida por otros juglares. Al mismo tiempo, nunguna corte lo ampara, por lo menos de modo permanente. Los elementos de su biografía sólo pueden deducirse de lo que él cuenta en su obra y, ciertos o no, son lo suficientemente numerosos para que esta imagen sea completa y convincente. Sale de su casa a ofrecer sus cantares y poemas, las proponen en cortes y en la plaza pública y, según se lamenta en sus poemas, regresa atemorizado a su hogar - lo aguardan las reconvenciones de su mujer- porque no puede resistirse a la tentación de jugar a los dados el dinero ganado; "Los dados me matan./Los dados me acechan y espían./ Los dados me asaltan y desafían" escribe. Su vida ceadora transcurre entre 1245 y 1280. El lirismo personal no es la única vertiente de su obra, que abarca casi todos los géneros, del fabliau al milagro. Cuando San Luis convoca a las cuzadas, Rutebeuf es su portavoz poético y, contrastándolas con el arrojo y la fe que entonces reclama como las virtudes necesarias para marchar al combate cristiano, fustiga la poltronería de las órdenes monacales y la avaricia del burgués. En el conflicto entre la Universidad y las Órdenes toma partido por la primera. Su violencia satírica, su aliento épico en los llamados a las cruzadas, aparecen epxresados en versos de factura virtuosa: no podía elegir sino el virtuosismo un poeta juglar que pretendía conquistar homenajes y dinero con su arte cuando la mayor parte de lo escrito entonces estaba versificado. Este es uno de los rasgos- entre varios otros - que emparentan a Rutebeuf, el poeta parisino por excelencia del siglo XIII, con su par del siglo XV, Francois Villon.

LA QUEJA DE RUTEBEUF

Los males nunca vienen solos.
Todo el mal que pudo ocurrirme
ya me ocurrió.
¿Y qué se han hecho mis amigos,
los que tan de cerca tenía
y tanto amaba yo?
Creo que los sembré muy dispersos,
y, no habiéndolos bien sembrado,
ninguno floreció.
Todos ellos me han traicionado,
pues mientras Dios por todo lado
me acosó y persiguió
ni uno de ellos volvió a mi casa.
Se los llevó sin duda el viento:
murió su amor.
Son amigos que el viento arrastra,
y el viento que sopló en mi puerta
se los llevó.

Literatura medieval francesa- Centro Editor de América Latina, Buenos Aires

viernes, 18 de diciembre de 2009

Olga Orozco y Paulina Movsichoff




De izquierda a derecha: Olga Orozco y Paulina Movsichoff en el Congreso de Literatura y Pensamiento Latinoamericano hacia el año 2000, realizado en Potrero de los Funes, San Luis, en noviembre de 1995

domingo, 13 de diciembre de 2009

Carmen Boullosa: La virgen y el violín (Entrevista)

Pacto con la vida- Leda Valladares



Vengo de pactar con la luz del día,
con los sopores tibios de la siesta.
He jurado abrir todas mis ventanas
y dejarme estar en la dulce siesta.

Yo prometo en el rito de la vida
quedarme en lo profundo y estar quieta;
Gozarla lentamente como un clima
sentada bajo el marco de su puerta.

La vida es más que luto o alegría
perpetuamente vida y sólo vida;
alfilerazo, aroma, resplandor
que se mete en la sangre y la desquicia.

No son hechos, lugares ni personas
los que me han puesto pensativa.
Es la diaria filtración del misterio
y su tatuaje hirviente en carne viva.

Me colma andar bajo la luz celeste,
ser cómplice del cielo que me mira.
No hay sombra que me nuble el corazón
si estoy enamorada de la vida.

Camalma- Rodolfo Alonso Editor

sábado, 12 de diciembre de 2009

Es infinita esta riqueza abandonada- Edgar Bayley




esta mano no es la mano ni la piel de tu Alegría
al fondo de las calles encuentras siempre otro
cielo
Tras el cielo hay siempre otras hierbas playas
distintas
Nunca termina es infinita esta riqueza
abandonada
nunca supongas que la espuma del alba se ha
extinguido
después del rostro hay otro rostro
tras la marcha de tu amante hay otra marcha
tras el canto un nuevo roce se prolonga
y las madrugadas esconden abecedarios inauditos
islas remotas
siempre será así
algunas veces tu sueño cree haberlo dicho todo
pero otro sueño se levanta y no es el mismo
entonces tú vuelves a las manos al corazón de
todos de cualquiera
no eres el mismo no son los mismos
otros saben la palabra tú la ignoras
otros saben olvidar los hechos innecesarios
y levantan su pulgar han olvidado
tú has de volver no importa tu fracaso
nunca termina es infinita esta riqueza
abandonada
y cada gesto cada forma de amor o de reproche
entre las últimas risas el dolor y los comienzos
encontrará el agrio viento y las estrellas
vencidas
una máscara de abedul presagia la visión
has querido ver
en el fondo del día lo has conseguido algunas
veces
el río llega a los dioses
suben murmullos lejanos a la claridad del sol
amenazas
resplandor en frío
no esperas nada
sino la ruta del sol y de la pena
nunca terminará es infinita esta riqueza
abandonada

*Poeta argentino (1919-1990). Participó de la revista Arturo y más tarde de Poesía Buenos Aires. Fue uno de los principales propulsores del Invencionismo, que en su manifiesto de 1945 afirmaba: "El Arte ha sido durante mucho tiempo una renuncia a la responsabilidad, una abstención ante el mundo real. Pero ahora no se trata de embellecer el mundo en la obra de arte o en la imaginación, o de afearlo, o, simplemente, de copiarlo. Es preciso inventar nuevas realidades. Es preciso reconstruir el mundo". Fue además autor de relatos, manifiestos, ensayos sobre poesía y pintura (Realidad interna y función de la poesía; Estado de alerta y estado de inocencia). Publicó varios libros de poemas, entre otros: En común, La vigilia y el viaje, El día, Celebraciones, Alguien llama. Siempre está con nosotros.

La claridad y otros poemas- Centro Editor de Améica Latina

Emily Dickinson. Poemas






1355

Como cualquier parásito, la mente
vive del corazón.
Si éste está bien provisto de alimento,
se verá bien cebada.

Pero si el corazón ayuna,
su agudeza se debilita;
tan absoluto para ella
es su alimento.


1406

De ningún pasajero se sabe que escapara
si se alojó una noche en la memoria;
esa astuta posada subterránea
cuyo ardid es que nadie salga de ella de nuevo.

1438

Contempla este pequeño
tósigo, don de todo lo que vive,
y tan común como desconocido,
cuyo nombre es amor.

No tenerlo es miseria
y tenerlo es herida.
Sólo - si acaso - el paraíso
se hallará equivalente.


Traducción: Manuel Arango

Tres poetas norteamericanos- Editorial Norma

viernes, 11 de diciembre de 2009

Emily Dickinson- Tres poemas





119

Háblale con prudencia a un mendigo
del Potosí y sus minas
y reverencia al que tiene hambre
de tus viandas y vinos.

Da a entender con cautela al prisionero
que llegaste a ser libre:
anécdotas de aire en las mazmorras
han resultado de mortal dulzura.

135

Aprendemos el agua de la sed
y la travesía de los mares de la tierra,
el arrebato de la angustia
y la paz del recuento de batallas,
el amor de su hueco memorioso,
de la nieve los pájaros.

136

Si tienes un arroyo pequeñito en el pecho
donde brotan tímidas flores
y ariscas aves bajan a beber
entre sombras que tiemblan,

y tan callado fluye
que nadie lo sospecha
pero tú bebes cada día en él
tu sorbito de vida,

guárdalo en marzo cuando los ríos se desbordan
cuando la nieve corre
por la colina abajo
y la crecida arrastra puentes,
y más tarde, en agosto
cuando el prado esté perdido,
cuida que este pequeño arroyo vivo
no se seque un quemante mediodía.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Diecisiete advertencias en busca de un poema feminista- Erica Jong




1. Cuídate del hombre que critica la ambición; los dedos le hormiguean dentro de los guantes.

2. Cuídate del hombre que critica la guerra por entre los dientes apretados.

3. Cuídate del hombre que critica a las escritoras; su pene es pequeño y no sabe escribir.

4. Cuídate del hombre que quiere protegerte; te protegerá de todo, menos de sí mismo.

5. Cuídate del hombre que sabe cocinar; llenará tu cocina de cacerolas grasientas.

6. Cuídate del hombre que ama tu alma; es un estúpido.

7. Cuídate del hombre que critica a su madre; es un hijo de puta.

8. Cuídate del hombre que dice "hijo de puta" como si fuera una sola palabra; es un fracasado.

9. Cuídate del hombre que ama demasiado la muerte; se está asegurando.

10. Cuídate del hombre que ama demasiado la vida; es un tonto.

11. Cuídate del hombre que critica demasiado a los psiquiatras; tiene miedo.

12. Cuídate del hombre que confía demasiado en los psiquiatras; les debe dinero.

13. Cuídate del hombre que elige tus vestidos; quiere llevarlos.

14. Cuídate del hombre que te parezca inofensivo; te sorprenderá.

15. Cuídate del hombre al que sólo le importan los libros; se correrá como una gota de tinta.

16. Cuídate del hombre que escribe floridas cartas de amor; está preparándose para años de silencio.

17. Cuídate del hombre que elogia a las mujeres liberadas; está pensando en dejar su trabajo.



Poesías. Grijalbo

William Blake y la imaginación- William Butler Yeats





Han existido hombres que amaron el futuro como a una amante, y el futuro mezcló el aliento de ella con el de ellos y agitó sus cabellos alrededor apartándolos de la comprensión de su tiempo. William Blake fue uno de estos hombres y si habló confusamente y de manea oscura fue porque hablaba de cosas para las que el lenguaje no podría encontrar modelos en el mundo que él conocía. Anunciaba la religión del arte, con la que nadie soñaba en el mundo que él conoció; y la comprendió de modo más perfecta que los miles de espíritus sutiles que han recibido su bautismo en el mundo que conocemos, porque al comienzo de las cosas importantes – en el comienzo del amor, y del día, en el comienzo de cualquier trabajo – existe un momento en el que comprendemos más perfectamente que más tarde, hasta que todo ha terminado. En su tiempo la gente culta creía divertirse con libros de imaginación, y “formar sus almas” escuchando sermones y haciendo ciertas cosas. Cuando debían explicar por qué la gente sería como ellos, honraba a los grandes poetas, se les hacía muy difícil dar esa explicación por falta de buenas razones. En nuestro tiempo estamos de acuerdo en que “formamos nuestras almas” siguiendo a algunos de los grandes poetas del pasado, Shelley, Wodsworth, Goethe, Balzac, Flaubert o el Conde Tolstoi, en los libros que escribió antes de convertirse en profeta y caer en una clase inferior, o los cuadros de Whistler, mientras nos divertimos, o en el mejor de los casos, formamos un espíritu más pobre, escuchando sermones o haciendo o no haciendo ciertas cosas. Escribimos sobre grandes escritores, incluso de aquello cuya belleza antaño nos había parecido impía, con frases de éxtasis, como aquellas que nuestros antepasados reservaban para las beatitudes y misterios de la Iglesia; y digan lo que digan nuestros labios, en el fondo creemos que la cosas bellas, como dijo Browning en el único ensayo escrito en prosa y no en verso, han “ardido en la mano divina”, y que cuando el tiempo haya comenzado a marchitarse, la mano divina caerá pesadamente sobre el mal gusto y la vulgaridad. William Blake creía en estas cosas cuando nadie lo hacía, y comenzó sus prédicas contra los filisteos que son como las prédicas de la Edad Media contra los sarracenos.
Había aprendido de Jacob Boehme y de antiguos escritores alquimistas que la imaginación era la primera encarnación de la divinidad, “el cuerpo de Dios”, “los miembros divinos”, y dedujo, lo que no hicieron los demás, que las artes imaginativas eran, por lo tanto, las máximas revelaciones divinas, y que la simpatía hacia todas las cosas vivientes, pecaminosas o virtuosas, que despiertan las artes imaginativas, es ese perdón de los pecados que Dios ordenó. La razón, y por la razón él entendía las deducciones que partían de las observaciones de los sentidos, nos ata a la mortalidad porque nos ata a los sentidos, y nos separa a unos de los otros al mostrarnos nuestros intereses en conflicto; pero la imaginación nos separa de la mortalidad mediante la inmortalidad de la belleza, y nos une a todos al abrir las puertas secretas de todos los corazones. Decía una y otra vez que todo lo que vive es sagrado, y que nada es impío excepto las cosas que no viven: los letargos y las crueldades, la timidez y la negación de la imaginación, que es la raíz de la que nacieron en tiempos antiguos. Las pasiones, por ser más vivas, son más sagradas; y esto fue una paradoja escandalosa en su época; y los hombres entrarán en la eternidad en alas de éstas.
Todo esto lo comprendía el de forma tan literal que algunos de sus dibujos para Vala, si los hubiera continuado después de los primeros trazos a lápiz y las primeras pinceladas de acuarela, habrían ocasionado un buen escándalo entonces como ahora. Las sensaciones de este cuerpo “necio” de este “fantasma de tierra y agua”, eran en sí mismas cosas semivivas, “vegetativas”, pero la pasión, esa “eterna gloria”, las hacía formar parte del cuerpo de Dios.
Esta filosofía lo convirtió en un poeta más fácilmente que a cualquier hombre de su tiempo, porque hizo que se contentara con expresar todo sentimiento hermoso que le venía a la cabeza sin preocuparse por su utilidad o sin vincularlo con ningún in útil. A veces uno siente, incluso cuando se leen obras de poetas de tiempos mejores – digamos Tennyson o Wordsworth – que turbaron la energía y simplicidad de sus pasiones imaginativas preguntándose si ellas ayudarían u obstaculizarían al mundo, en vez que creer que todas las cosas bellas habían “ardido” en la mano divina. Pero cuando uno lee a Blake, es como si el chorro de una inagotable fuente de belleza hiciera explosión en nuestros rostros, y no sólo cuando leemos “Song of Innocennce”, olas obras líricas que él deseaba llamar “Ideas del Bien y del Mal”, sino también cuando uno lee esos “libros proféticos” en los que habla de manera confusa y oscura, porque se refiere a cosas para cuya expresión no encontraba modelos en el mundo que lo rodeaba. Era un simbolista que debía inventar sus símbolos; y sus condados de Inglaterra, y su correspondencia con las tribus de Israel y sus montañas y ríos, y su correspondencia con las partes del cuerpo humano, son tan arbitrarios como algunos símbolo de Axël, del simbolista Villiers de l’Isle-Adama, mezclando además cosas incongruentes que no tiene la obra de Axël. Era un hombre que buscaba desesperadamente una mitología y que trataba de crearla porque no hallaba ninguna que pudiera emplear. Si hubiese sido un católico de la época de Dante, se habría contentado con María y los ángeles; o si hubiese sido un erudito de nuestros tiempos habría sacado sus símbolos de donde los tomó Wagner, de la mitología de Norse*, o se habría internado con la ayuda del proesor Rhys por la mitología del país de Gales que encontró en “Jerusalén”; o se hubiese ido a Irlanda y escogido para sus símbolos la montañas sagradas, en cuyas laderas el campesino aún ve los fuegos encantados y las divinidades que no se han desvanecido de las creencias, aunque sí de las oraciones de los corazones sencillos; entonces se habría expresado sin mezclar cosas incongruentes porque habría hablado de cosas que han estado durante mucho tiempo impregnadas de emoción; hubiera sido menos oscuro en sus expresiones porque la mitología tradicional habría estado en el umbral de su explicación y en el margen de su sagrada oscuridad. Si Enitharmon se hubiese llamado Freia, o Gwydeon, o Dana y hubiesen vivido en la antigua Noruega, o el antiguo Gales, o la antigua Irlanda, nos habríamos olvidado que su creador era un místico; y el himno de su arpa, que figura en Vala, nos habría hecho recordar muchos himnos antiguos.
La felicidad de la mujer es la muerte del que más ama,
Que muere de amor por ella,
Atormentado por celos feroces y angustias de adoración.
La noche del amante está presente en mi canción,
Y las nueve esferas se regocijan bajo mi poderoso control.

Cantar sin cesar siguiendo las notas de mi mano inmortal.
La solemne, silenciosa luna.
Reverbera la armonía viva sobre mis miembros.
Los pájaros y los animales se regocijan y juegan,
Y cada uno busca su pareja para mostrar su más profunda alegría.
Furiosos y terribles juguetean y torno rojo el piélago del infierno.
El abismo levanta su cabeza desgreñada,
Y perdido, en las infinitas alas susurrantes, se desvanece con un grito.
El grito apagado siempre está muriendo,
Y la voz viva, siempre está viviendo en su recóndita alegría.

1897


*Norse, nórsico: relativo a una de las lenguas populares de noruega que deriva de la gótica primitiva. Nombre empleado para designar el dialecto de las islas Fercé, Orcadas y Shetland.



Ideas sobre el bien y sobre el mal. Traducción: Esther Elena Sananés.

martes, 8 de diciembre de 2009

Kali decapitada- Marguerite Yourcenar







Kali, la terrible diosa, merodea por las llanuras de la India.
Puede vérsela, simultánemente en el Norte y en el Sur, y al mismo tiempo en los lugares santos y en los mercados. Las mujeres se estremecen al verla pasar, los hombres jóvenes, dilatando las ventanas de la nariz, salen a la puerta para verla, y los niños recién nacidos saben ya su nombre. Kali, la negra, es horrible y bella. Tan delgada es su cintura que los poetas que la cantan la comparan con la palmera. Tienen los hombros redondos como el salir de la luna de otoño; unos senos turgentes como capullos a punto de abrirse; sus muslos ondean como la trompa del elefante recién nacido, y sus pies danzarinos son tiernos como brotes. Su boca es cálida, como la vida; sus ojos profundos, como la muerte. Tan pronto se mira en el bronce de la noche como en la plata de la aurora o en el cobre del crepúsculo, y se contempla en el oro del mediodía. Pero sus labios no han sonreído jamás; un collar de huesecillos rodea su alto cuello y en su rostro, más claro que el resto del cuerpo, sus grandes ojos son puros y tristes. El rostro de Kali, eternamente mojado por las lágrimas, está pálido y cubierto de rocío como la faz inquieta de la mañana.
Kali es abyecta. Ha perdido su casta divina a fuerza de entregarse a los parias, a los condenados, y su rostro, al que besan los leprosos, se halla cubierto de una costra de astros. Se aprieta contra el pecho sarnoso de los camelleros procedentes del Norte, que nunca se lavan a causa de los grandes fríos; se acuesta en los lechos infectados de piojos con los mendigos ciegos; pasa de los brazos de los Brahmanes al abrazo de los miserables - raza fétida, deshonra de la luz - encargados de bañar a los cadáveres. Y Kali, tendida en la sombra piramidal de las hogueras, se abandona sobre las tibias cenizas. Ama asimismo a los barqueros que son fuertes y ásperos; acepta hasta a los negros que sirven en los bazares, a quienes se azota más que a las bestias de carga; frota su cabeza contra sus hombros, cuajados de rozaduras por el ir y venir de los fardos. Triste como una enferma con fiebre que no consiguiera encontrar agua fresca, va de pueblo en pueblo, de encrucijada en encrucijada, a la vista de los mismos monótonos deleites.
Sus piececitos bailan frenéticamente, moviendo las ajorcas, que tintinean, pero sus ojos no cesan de llorar, su boca amarga nunca besa, sus pestañas no acarician las mejillas de los que la abrazan, y su rostro permanece eternamente pálido como una luna inmaculada.
Hace mucho tiempo, Kali, nenúfar de la perfección, se sentaba en el trono del cielo de Indra como en el interior de un zafiro; los diamantes de la mañana brillaban en su mirada y el universo se contraía o se dilataba, según los latidos de su corazón.
Pero Kali, perfecta como una flor, ignoraba su perfección y, pura como el día, no conocía su pureza.
Los dioses celosos acecharon a Kali una noche de eclipse, en un cono de sombra, en el rincón de un planeta cómplice. Fue decapitada por el rayo. En vez de sangre, brotó un chorro de luz de su nuca cortada. Su cadáver, dividido en dos trozos y arrojado al Abismo de los Genios, rodó hasta llegar al fondo de los Infiernos, por donde se arrastran y sollozan aquellos que no han visto o han rechazado la luz divina. Sopló un viento frío, condensó la claridad que se puso a caer del cielo; una capa blanca se acumuló en la cumbre de las montañas, bajo unos espacios estrellados donde empezaba a hacerse de noche. los dioses-monstruos, el dios-ganado, los dioses de múltiples brazos y múltiples piernas, semejantes a unas ruedas que dan vueltas, huían a través de las tinieblas, cegados por sus aureolas, y los Inmortales, despavoridos, se arrepintieron de su crimen.
Los dioses contritos bajaron del Techo del Mundo hasta el abismo lleno de humo por donde se arrastraron los que existieron. Franquearon los nueve purgatorios; pasaron por delante de los calabozos de barro y de hielo en donde los fantasmas, roídos por el remordimiento, se arrepintieron de las faltas que no cometieron. Los dioses se sorprendían al hallaren los hombres aquella imaginación infinita del Mal, aquellos recursos y aquellas innumerables angustias del placer y del pecado. Al fondo del osario, en un pantano, la cabeza de Kali sobrenadaba como un loto, y sus largos y negros cabellos se extendían a su alrededor como raíces flotantes.
Recogieron piadosamente aquella hermosa cabeza exangüe y se pusieron a buscar el cuerpo que la había llevado. Un cadáver decapitado yacía en la orilla. Lo cogieron, colocaron la cabeza de Kali encima de aquellos hombros y reanimaron a la diosa.
Aquel cuerpo pertenecía a una prostituta, ajusticiada por haber tratado de entorpecer las meditaciones de un Brahman. Sin sangre, aquel cadáver parecía puro. La diosa y la cortesana tenían ambas, en el muslo izquierdo, el mismo lunar.
Kali no volvió, Nenúfar de perfección, a sentarse en el trono del cielo de Indra. El cuerpo, al que habían unido la cabeza divina, sentía nostalgia de los barrios de mala fama, de las caricias prohibidas, de los cuartos en donde las prostitutas meditan secretas orgías, acechan la llegada de los clientes a través de las persianas verdes. Se convirtió en seductora de niños, incitadora de ancianos, amante despótica de jóvenes, y las mujeres de la ciudad, abandonadas por sus esposos y considerándose ya viudas, comparaban el cuerpo de Kali con las llamas de la hoguera. Fue inmunda como una rata de alcantarillas y odiada como la comadreja de los campos. Robó los corazones como si fueran pedazos de entraña expuestos en los escaparates de los casqueros. Las fortunas licuadas se pegaban a sus manos como panales de miel. Sin descanso, de Benarés a Kapilavistu, de Bangalor a Srinagar, el cuerpo de Kali arrastraba consigo la cabeza deshonrada de la diosa, y sus ojos límpidos continuaban llorando.
Una mañana, en Benarés, Kali, borracha, haciendo muecas de cansancio, salió de la calle de las cortesanas. En el campo, un idiota que babeaba tranquilamente sentado en un montón de estiércol se levantó al verla pasar y se echó a correr tras ella. Ya sólo le separaba de la diosa la longitud de su sombra. Kali aminoró el paso y dejó que el hombre se acercara.
Cuando él la dejó, emprendió de nuevo el camino hacia una ciudad desconocida. Un niño le pidió limosna; ella no le avisó que una serpiente dispuesta a morder se erguía entre dos piedras. Sentía un furor contra todo ser viviente y al mismo tiempo un deseo atroz de aumentar con ello sus sustancia, de aniquilar a las criaturas saciándose con ellas. Se la pudo ver en cuclillas, junto a los cementerios; su boca masticaba los huesos como los dientes de las leonas. Mató como el insecto hembra que devora a sus machos; aplastó a los hijos que paría como una cerda que se revuelve contra su camada. Y a los que exterminaba, los remataba después bailando encima de ellos. Sus labios, maculados de sangre, exhalaban el mismo olor insípido de las carnicerías, pero sus brazos, consolaban a sus víctimas y el claro de su pecho hacía olvidar todos los males.
En la linde de un bosque, Kali tropezó con el Sabio.
Se hallaba sentado, con las piernas cruzadas, con las palmas unidas, y su cuerpo descarnado estaba seco como la leña preparada para encender la hoguera. Nadie hubiera podido adivinar si era muy joven o muy viejo; sus ojos, apenas eran visibles por debajo de sus párpados medio cerrados. La luz se disponía en torno a él en forma de aureola, y Kali sintió subir de las profundidades de sí misma el presentimiento del descanso definitivo, parada de los mundos, liberación de los seres, día de bienaventuranza en que la vida y la muerte serían igualmente inútiles, edad en que Todo se resorbe en Nada, como si esa pura nada que acababa de concebir se estremeciera en ella a la manera de un futuro hijo.
El Maestro de la gran compasión levantó la mano para bendecir lo que pasaba.
- Mi cabeza muy pura fue soldada a la infamia - dijo ella -. Quiero y no quiero; sufro y, no obstante, gozo: me da horror vivir y miedo morir.
- Todos estamos incompletos - dijo el Sabio - . Todos nos hallamos divididos y somos sombras, fantasmas sin consistencia. Todos creemos llorar y gozar desde hace siglos.
- Yo fui diosa en el cielo de Indra - dijo la cortesana.
- Y tampoco estabas libre del encadenamiento de las cosas, y tu cuerpo de diamante no estaba más resguardado de la desgracia que tu cuerpo de barro y carne. Tal vez, mujer sin ventura, al errar deshonrada por los caminos te hallas más cerca de acceder a lo que no tiene forma.
- Estoy cansada- gimió la diosa.
Entonces, tocando las trenzas negras y manchadas de ceniza de la punta de los dedos, dijo el Sabio:
- El deseo te enseñó la inanidad del deseo; el arrepentimiento te enseña la inutilidad de arrepentirte. Ten paciencia, ¡oh, Error!, del que todos formamos parte... ¡Oh, imperfecta!, en que la perfección toma conciencia de sí misma, ¡Oh, Furor!, que no eres necesariamente inmortal...


Cuentos orientales- Maguerite Youcenar

domingo, 6 de diciembre de 2009

Poemas- Denise Levertov



ESPERO

En los bancos, en las esquinas
de las salas de espera de la tierra,
al lado de árboles cuya savia se eleva, se eleva
para escapar en hojas grises y perderse
en el aire último.

Espero
por quien viene al fin,
tarde, perdido, por siempre
añorado, caminando
no mi camino sino cruzando
la esquina donde yo espero.

EL GOLFO II
(Fines de diciembre, 1968)

Mi alma es un muchacho negro con un largo camino
que recorrer,
un largo camino para saber si lo negro es hermoso.
¿Pero no vuela tu alma, no sabes quién eres?

Vuela, ha volado, sí, poemas y alabanzas
lo atestiguan, pero como un gastado barrilete,
la seda vieja remendada con papel,
resiste al viento, tropieza, se ladea,
está cayendo.
¿Y hablaste de ella
como de un muchacho?
Aquel muchacho con largos, fríos
tallos de gladiolos robados doliendo en sus brazos:
sin lugar adonde ir.

EL POEMA NO ESCRITO.

Por semanas el poema de tu cuerpo,
de mis manos sobre tu cuerpo
que acarician, recorren, en el rito de
adoración, descendiendo
su camino de maravilla
desde el latido de la garganta al vello del pecho
al sereno vientre al pene;
por semanas aquel poema, aquella oración
no escrita.
El poema no escrito, el acto
abandonado en la mente, sin hacer. Los años
un bosque de piedras gigantes, de troncos fósiles,
bloqueando el altar.

Colección Fundarte, Venezuela,1980

Seis poetisas griegas- Carolina Ponce Hernández





I. Safo

Cuando se habla de mujeres que escribieron poesía en la Grecia antigua, inmediatamente surge el nombre de Safo y las leyendas que en torno a ella se han elaborado. Alrededor del año 630, antes de Cristo, nació en la isla de Lesbos. No hay seguridad en cuanto a su ciudad de origen, por lo que aún se discute si es originaria de Erso o de Mitilene - en la que transcurrió la mayor parte de su vida.
Los investigadores nos informan que estuvo en Sicilia entre 604-603 antes de Cristo y 596-595 antes de Cristo exiliada y, como dato dudoso, que se casó con Cercilas, comerciante de la isla de Andros. Tuvo una hija, Cleis o Cleide, a la que, como puede verse, tenía un profundo amor.

Tengo una niña linda
con la hermosura
de las flores de oro,
Cleide, mi encanto.
Por ella yo daría
la Lidia entera y mi tierra querida.

No llores, Cleide:
donde se honra a las musas
no se permiten
trenos, en nuestra casa no sientan bien.

Cuanto se ha dicho desde la Antigüedad sobre ella, es discutible, aunque parezca verosímil; creo que casi nada ha sido comprobado, excepto lo que está escrito en su propia obra. Se supones que pertenecieron a la aristocracia local por dos datos: a) era amiga de Alceo, un aristócrata amigo de tiranos, quienes en aquellos momentos hacían revoluciones en muchas ciudades de mundo griego para ya derrocar a los ineficaces reyes; b) vivía en una casa donde se honraba a las musas, y donde los jóvenes de regiones cercanas iban a aprender, lo cual suponía un fenómeno de las "aristai" más que de las clases populares.
Sin embargo, de lo que nos llega de su obra sólo hay un fragmento que pudiera tal vez hacer una referencia indirecta a un posible familiar del tirano Pitaco. Subrayo las palabras para que se vea cuán frágiles y tenebrosas son, a veces, las discusiones de los eruditos. Lo único que podemos desprender de un poema - es que estaba rodeada de muchachas (frs. 5, 6, 7, 8, 14, 19,25, y otros), y que, como ya se vio, su casa lo era de las musas.
No sabemos si se casó o no. Tenemos la certeza de que Cleide fue su hija. Además tuvo un hermano (fr. 3):

"Cipria y Nereides, otorgadme
que vuelva acá mi hermano incólume,
y que se cumpla todo cuanto
quisiera en su alma que ocurriese (...)

Menciona a su madre:

(a)

"Pues mi madre solía decir
que en su tiempo, si una llevaba
el pelo envuelto en un turbante
de tonos brillantes, sin duda
que eso era muy grande adorno(...)

(b)

Yo para ti, Cliede, no tengo
ningún pañuelo de colores
ni sé donde pueda encontrarse.

¡Cuál es nuestro oficio frente a Safo? Leer lo poco que de ella tenemos y encontrar la belleza de su quehacer poético. Hay en Safo, - en la primera poetisa que conocemos de la literatura occidental -, valores y aciertos que la elevan al grupo de los grandes poetas líricos. El uso de los distintos metros, la creación de la estrofa sáfica y, como dicen los conocedores, el manejo de ritmos en su dialecto eólico con las aliteraciones, las enumeraciones, el dialogismo, las interrogaciones, las descripciones breves pero precisas y originales, la colocan en un lugar importante en la lista de los líricos arcaicos. Y esto era reconocido por los antiguos; no olvidemos que Platón la llamó la "Décima musa".
El lector de la obra de Safo en traducción española (hay buenas versiones como la de Juan Ferraté en España o la de Carlos Montemayor en México) puede apreciar la sensibilidad de la escritora, por ejemplo en sus expresiones de súplica a Afrodita, la diosa del amor, para que la auxilie (poema 1 y fr, 2); en las de pena por la separación. "De veras, quisera estar muerta /(...) Ella, al dejarme ,/ vertió muchas lágrimas (...) (fr.6); cuando recuerda a sus amigas o piensa que la recuerdan: "Ella a menudo en Sardis, / tendrá su pensamiento, puesto aquí" (fr. 7); y yo, contestando, le dije: / "Ve en paz y recuérdame./ Pues sabes el ansia/ con que te he mimado./ Y por si no, quiero/ recordarte.. y cuanto gozamos". (fr. 6)
La sensibilidad de Safo muestra la delicadeza de sus sentimientos: nada hay vulgar o desagradable, le molestan y no usa palabras obscenas o escatológicas (fr.27); si piensa en la vejez y en la muerte: la primera impide que una mujer vieja se case con un joven (fr.22), y la segunda, ¿es un deseo? : "Y un ansia me está cogiendo / de estar muerta y ver los lotos / empapados de rocío/ a orillas del Aqueronte.
Pero ya sabemos que el gran tema de Safo es el amor, y que fue a partir de sus versos amorosos que se creó la imagen de "lesbiana", esa mujer de la isla de Lesbos que amó a las muchachas que estaban en la casa de las musas. Ya en la Asamblea de la mujeres, comedia de Aristófanes, unos doscientos años después de Safo, el cómico hace burlas de las mujeres de Lesbos: las espartanas, las atenienses, etcétera, deben cuidarse de ellas. Sin embargo, no olvidemos que la comedia antigua y media hizo gran parte de sus chistes destruyendo reputaciones y atacando personalidades, tanto de sus contemporáneos como de los griegos anteriores. Cuánto de lo que se decía era verdad, tendría que estudiarse en cada caso.
Sin duda, desde la Antigüedad hasta nuestro días, desde Aristófanes, Séneca y San Agustín hasta Wilamowitz o Jaegger, pasando por Mirabeau y llegando a Fernández-Galiaao, todo tipo de críticas posiciones al respecto se han presentado y defendido; la mayoría de ellas acepta el homo sexualismo de Safo, pero dándole diversas interpretaciones; muy pocos (Wilamowitz) consideran que los textos pueden ser vistos y estudiados sin necesidad de arrojar sobre ellos "la mancha de la perversión sexual".
En realidad a mí no me interesa ni me preocupa el posible lesbianismo de Safo. De cualquier manera, su poesía está ahí reluciendo en todo su antiguo esplendor: dice las cosas sin rebuscamientos, tal como las siente, encontrando símiles en una naturaleza cercana y conocida por todos (el griego del siglo VII antes de Cristo, y el mexicano de 1996):

Estrella de la tarde, que a casa llevas
cuanto dispersó la Aurora clara
llevas a casa a la oveja
llevas a casa a la cabra,
y de la madre a la hija separas.
Como la manzana que, roja, se empina en la alta rama,
en lo alto de la rama más alta (...)
Con el jacinto que en el monte, el pastor
pisa con el pie (...)
Y cuando pinta el amor puedo afirmar
que es completamente femenina (...)

Yo no sé si los hombres sienten de la misma manera; puede ser, ya que Catulo la reinterpretaba muy bien (poema 51). El autor de Sobre lo sublime examina el fragmento de Safo anotando la enumeración y dice: "(...) para nosotros la causa de lo sublime sería el poder elegir siempre entre los elementos inherentes a los más importantes y hacerlos formar, mediante una superposición sucesiva como un solo cuerpo (...)" Así, Safo señala en todos los casos las emociones que acompañan la locura amorosa, partiendo de los síntomas y de la verdad misma de la pasión.
Mas, ¿en qué demuestra ella su destreza? En su poder para elegir primero los más sobresalientes y los más tensos de ellos, para unirlos después unos a otros. Vaya aquí cómo se expresa por primera vez en la literatura occidental este conjunto de versos que es uno de los tópicos (con suma de tópicos particulares) más usados en la poesía amatoria.

Me parece igual de un dios, el hombre
que frente a ti se sienta y tan cerca
te escucha absorto hablarle con dulzura
y reírte con amor
Eso, no miento, no, me sobresalta
dentro del pecho el corazón: pues cuando
te miro un sólo instante dentro ya no puedo
decir ni una palabra
La lengua se me hiela y un sutil
fuego no tarda en recorrer mi piel,
mis ojos no ven anada, y el oído
me zumba, un sudor
frío me cubre, y un temblor me agita
todo el cuerpo, y estoy, más que la hierba,
pálida, y siento que me falta poco
para quedarme muerta.

Y llegan los análisis psiquiátricos del poema y la autora: arritmia cardíaca, inhibición del habla, perturbación visual, etcétera, que nos hablan de "un ataque de ansiedad"; pero nosotras sabemos que es la fiel y magistral pintura de las sensaciones de una mujer, en un momento especial, frente a la persona amada; y quien no lo entiende por no haberlo experimentado es que todavía le falta bastante que vivir.
Si para algunos lo más importante es la guerra y para otros la navegación y el comercio, para Safo lo más importante es el amor y la persona amada, "ver su andar amable/ y el brillo chispeante de su cara (...) (fr.5).
Y es muy cierto que Eros nos sacude el alma "como un viento que en el monte / sobre los árboles cae (fr.29), y nos afloja los miembros por completo "dulce, amargo, irresistible (...)". Por el amor la hija abandona a la madre y ya no puede poner atención a su labor (fr.29), y se hacen las bodas, para las que Safo escribe los epitalamios contándonos cómo los jóvenes cantaban toda la noche para los novios, y en esa noche no se veían sueño (fr.33).
Las muchachas se adornan con guirnaldas de violetas y rosas, frotan el cuerpo con perfume, se trenzan el cabello con vástago de anís, y cantan acompañadas de la delicada flauta, la lira y los crótalos para que su voz aguda llegue hasta el cielo mezclada con la bella voz penetrante de los hombres, en tanto que todo se inunde de aroma de mirra, canela e incienso (frs. 6, 19 y 41).
La poetisa Nóside, trescientos años después y desde Italia le mandó un epigrama:

Si navegas, viajero, a gozar en las Gracias floridas
de Safo en Mitilene, la de los bellos coros,
parte a decirles que adicta a las musas y a ella
Lócride me engendró, y es Nóside mi nombre.

Para alguien que lee sólo traducciones puede parecer demasiado simple y coloquial la poesía de Safo; debemos advertir que este tipo de poesía, casi toda monódica, de una sola voz, tenía e ritmo, la melodía y la sonoridad que prestaban la combinación de sílabas largas y breves y la distribución de los acentos; además de ser acompañada por los acordes de la lira. El conjunto presentaba, con seguridad, una armonía que acaso lejanamente podamos imaginar.
Y para despedirnos de Safo, el fragmento diez:

Las estrellas que cercan la luna
atrás ocultan su luciente cara,
cuando está llena y más que nunca brilla
sobre la tierra (...)


II. Corina, Erina, Nóside y Ánite

Catálogos, antologìas y estudios eruditos de Alejandría en adelante, nos mencionan nombres de bastante poetisas, sin embargo sólo de algunas de ellas nos llegan unos cuantos versos: de Erina, Corina, Mero, Nóside y Ánite.
A las dos primeras intentan algunos colocarlas en la época de Safo, y a casi todas quieren hacerlas de Mitilene. He allí un ejemplo de hasta donde puede un elemento dominante jalar con su fuerza de atracción a los más pequeños. Los estudios recientes dicen, yo no sé por qué, que era obscena y grosera. Los dos fragmentos que leo no dan pie para tales afirmaciones y casi para ninguna otra.
De Erina dicen que escribió trescientos hexámetros y algunos epigramas. Toda su producción tuvo una ran figura central: Báucide, su amiga que recién casada y jovencita murió. También Erina murió muy joven.
Con los escasos datos anteriores tenemos, como lo confirman los textos, que los dos epigramas son epitafios para Báucide; que el poema en hexámetro, “la rueca” había de muchachas dedicadas a labores domésticas. Los epitafios siguen los tópicos clásicos que han perdurado por dos mil quinientos años (por lo menos): se informa al que pasa que ahí están los restos, en este caso de cenizas, de alguien, y se especifica algún dato personal del muertito:

Oh, sirenas y estela funérea que guardas
Para Hades mis exiguas cenizas. Al que cerca
De mi túmulo, sea paisano o venido de alguna otra ciudad,
Pasare, saludadle y decidle que la tumba de una joven
Casada recubre y que sepa,
Explicádselo así, que me llamó Báucide
Mi padre, quien en mi sepulcro grabó este epitafio.

Notemos el elemento de las sirenas que adornaban la urna como un símbolo de encantamientos para llegar al otro mundo, de donde ya no se puede egresar. Notemos, además, el elemento sentimental en la relación amistosa que debió ser profunda entre Báucide y Erina.
Al que nos llega de Erina no puede considerarse original, sin embargo, nos demuestra una educación “intelectual” que la posibilitó para elaborar bien su poesía con los rasgos característicos del epigrama: dar una información concisa y precisa, pero individualizando y poniendo un toque emotivo.
Mero fue esposa de un filólogo y madre de un escritor de tragedias al que llamaron Homero; todo lo cual indica cómo campeaban las letras en su círculo familiar. Se dice que escribió un himno épico, poemas líricos y otras cosas, pero no sólo nos llegaron dos epigramas y ambos fueron hechos para acompañar sendas ofrendas: el primero, un racimo de uvas que se entregó en el templo de Afrodita; el segundo, unas estatuillas dedicadas a las ninfas. Esto último fue un encargo que Clónimo hizo a la poetisa; ¿le pagarían por ello o fue un mero favor? Parece más bien lo primeo, porque este tipo de trabajos era usual y, como veremos con los restantes epigramistas, podría considerarse como una profesión.

Salud, Hamadriades, ninfas del río, que siemrpe
Recorréis, inmortales, con vuestros pies rosados
Nuestras frondas; guardad a Cleónimo hermosas
Estatuas, oh deidades, en el pinar consagra.

Nóside fue del sur de Italia, de la Lócride, y vivió el enfrentamiento de los locros contra los bretios (del Bruttium), alrededor del 280 antes de Cristo, donde vencieron los primeros, así que los bretios tuvieron que arrojar sus escudos para huir. Se percibe que en todo el epigrama el tono del poeta arcaico Arquíloco. Nóside dice;

De sus tristes espaldas las armas tiraron los Bretios
Heridos por las manos de los ágiles Locros,
Y ahora en el templo divino ellas cantan su hazaña
Sin echar de menos aquellos viles brazos.

La adjetivación es precisa y bien lograda; tristes espaldas de los vencidos, manos de los ágiles vencedores; la prosopopeya con ecos de metáfora es afortunada: ellas, las armas, cantan y no extrañan a los vencidos.
El epigrama personal en que ofrece una prenda a Hera Lacinia, la diosa de los partos, es interesante por el contenido de puros elementos femeninos. En él nos presenta su línea familiar únicamente a través de las figuras de sus antecesoras; su abuela y su madre:

Tú, que el Lacinio oloroso a menudo contemplas
Desde los cielos, Hera venerable, reibe
El ropaje de lino que a ti de Cléoca ofrece,
La excelente Teofilide, con Nóside, su hija.

Cuatro epitafios van acompañando retratos de jovencitas, en cuadros que se confunden con la realidad; la gracia, la dulzura y la belleza se cantan al mismo tiempo que le vida honesta, la alegría y los buenos padres. Pero, entre el resto destaca, sin duda, el epitafio escrito a Rintón, quien componía parodias de tragedias;
Acompaña, al pasar junto a mí, tu amistoso saludo
Con una carcajada; soy Rintón, siracosio,
ruiseñor de las musas humildes, pero he cosechado
con parodias trágicas mi ramita de yedra.

Epitafio original que solicita carcajadas y no lágrimas, como que está dedicado a un escritor de parodias, hombre amable y sencillo que no se vanagloria de ser “grande”, sino sólo un humilde ruiseñor que pide su amita, no de laurel sino de yedra.
De las poetisas griegas nos ha llegado un solo epigrama para un prostituta y no es de Nóside:

Vayamos al templo y veamos qué artística queda
La imagen de Afrodita con su ornato de oro.
Poliárquide fue quien la trajo, que mucho ganara
Gracias a la belleza de su propio cuerpo.

Los ecos de Safo se dejan oír cuando dice: “nada excede al amor en dulzura, y no hay dicha ninguna/ que aventajarle pueda, ni la miel en la boca (…)
En mi opinión después de Safo y conociendo lo poco que de ellas nos ha llegado, la más original es Nóside, ya que muestra rasgos de ingenio, de humor; una apreciación más popular en que la percibe una postura de cierto juicio crítico frente al hecho que describe. No dejo de reconocer, sin embargo, que Erina, Ánite y Mero son más citadas por sus contemporáneos e incluso los estudiosos actuales hablan de las influencias de éstas en el resto de los escritores de epigramas. Quizá por eso mismo, encuentro esa pequeña diferencia.
Ánite es de quien más epigramas tenemos – veinticuatro -, de los cuales veinte es seguro que sean de ella y cuatro están en duda. De Nóside son doce, de Mero son dos y tres de Erina. Los datos biográficos de Ánite son todos inciertos, tal vez lo único probable es que vivió por 300 antes de Cristo en un lugar donde se rendía culto especial a Pan.
Algunos de sus epigramas son para ofrendar fuentes o estatuas; hay otros para ofrendar objetos como una lanza o un caldero, y otros son epitafios; cuatro dedicados a jovencitas, otros a hombres y otros - ¡época helenística! – a animales, como es el caso de una perra mordida por una víbora, o un gallo que ya no agitará más las alas, o un delfín fanfarrón arrojado a la suave playa por la “purpúrea marea del ponto”. Hay también descripciones de pinturas de niños jugando con animales.
Sin embargo, sucede que si de Ánite tenemos más epigramas, es de la que menos sabemos, ya que nunca menciona nada sobre sí misma. ¿Sería acaso ese tipo de mujer que se limita a hacer todo el trabajo que le encargan, pero que no utiliza su instrumento de expresión para comunica algo suyo, personal? Es seguro que era una profesional solicitada y que dominaba ese oficio de los versos por encomienda, pues encontramos sencillez, precisión y manejo del detalle exacto para pintar cada intención:

Queda aquí, lanza homicida, y no vieras más triste
sangre de enemigos con tu garra de bronce;
de Atenea descansa en el alto santuario marmóreo
y el valor pregona del crete de Equecrátides.

La adjetivación de lanza homicida era muy común en Grecia, en cambio la figura de “garra de bronce” muestra cierta originalidad:

A cambio del lecho nupcial y el solemne himeneo,
Tu m adre ha puesto encima de tu marmórea tumba
Una virgen ¡oh Tersis!, que tiene tu talla y tu belleza;
Y así, aún después de muerta, diríase que hablas.

El epitafio anterior dedicado a la doncella Tersis, aunque bien construidos, no pasa de ser una repetición de esos lugares comunes que mencionan, a petición de la madre, la estatua de “tamaño original” con que se adorna a la tumba.
Mejor logado es el epigrama que dialoga con la estatua de Pan a quien está dirigido. La forma espontánea con que se habla a ese dios travieso y bromista del bosque, recuerda el tono coloquial de plática entre amigos;

-¿Por qué solitario en la selva frondosa te sientas,
Pan rústico, a tañer esa dulce caña?
-Así vagará en estos montes que baña el rocío
la ternera paciendo los esbeltos tallos.

Si alguna de nuestras poetisas tuvo “vena” que pudiéramos llamar campirana o campestre, ésa es sin duda Ánite, quien a pesar de ello suele usar los recursos eternos, sacados de la lista de tópicos, para hacer sus pinturas; huertos floridos, mar canoso, viajero cansado, limpia fuente, agua fresca, verdes hojas, el fresco licor de la fuente, deleitoso refrigerio en el verano, el descansar tendido bajo el laurel o el álamo, etcétera.
Distinguiendo a Safo, que ocupa su lugar entre los mejores poetas líricos, las demás – por lo que podemos conocer de ellas – tienen su lugar a la par en el numeroso grupo de epigramistas helenísticos, con sus claras excepciones. Como todos repiten los tópicos comunes, las adjetivaciones son conocidas; muy de vez en cuando se encuentra un giro original o un tono personal más profundo. Podría añadir el hecho de que fueran mujeres en una sociedad “machista”, les daba una connotación especial, porque significa que estudiaron y escribieron demostrando de esa manera una capacidad y una fuerza de lucha que cristalizó en su actitud y en su obra. Pero dicen que he escrito lo anterior, porque sería otro más de los lugares comunes, de esos tópicos feministas que cada día que pasa y cada vez que se repiten van perdiendo más y más su contenido semántico. ¡No vayamos a caer en las parodias del Rintón de Nóside! (De quien ya hablamos). Lo que hacen las mujeres ahí está, igual que lo que hacen los hombres, para ser estudiados por todos.
Y para terminar un epigrama de un poeta, quizá Meleagro, a Erina y sin comentarios. Cada quien saque los suyos.

A Erina, la abeja virgínea que flores libaba
De las musas, la más joven de los poetas,
Plutón la raptó como esposa. Razón tuvo en vida
La niña al decir: “Envidioso eres, Hades”.

La experiencia literaria. Núm 6-7, marzo de 1997- Facultad de Filosofía y Letras – Colegio de Letras – Universidad Autónoma de México.

Carta a Julia de Burgos- Rosario Ferré






Al releer algunos de tus poemas, Julia amiga, me siento a veces invadida por la ira, por la tentación de recriminarte, de exigirte que desde tu lugar intocable en la muerte me respondas, me hables, rompiendo la sencillez de tu conciencia, el silencio de esa paz que lograste al poder morir, como querías, en plena vida; al poderte morir, Julia, antes de muerta, para aclararme la razón de ciertas cosas.
Al releer, por ejemplo, poemas como Es un algo de sombra, o Mi senda es el espacio, no puedo menos que sentirme indignada con esos hombres a quienes te decidiste a amar, con esos hombres que escogiste y que en ningún momento estuvieron “a la altura de tu vida”, como dice el bolero popular. Hombres que considerabas fuente de todo valor, de toda alegría, de toda identidad espiritual; hombres que comparabas con el mar, con el sol (“¡Si fuera todo mar, para nunca salirme de tu senda! ¡Si Dios me hiciera viento, para encontrarme por tus velas!”)
Y que fueron siempre hombres pequeños y cicateros, que en ningún momento alcanzaron tu profundidad, tu enorme fuerza.
Siento entonces la tentación de pensar que tuviste una suerte verdaderamente deplorable al escoger a tus compañeros, precisamente entre aquellos hombres “Aburguesados de cuerpo, mente y energía que huyen ferozmente a amar, con esos hombres que escogiste y que describes en tu poema Nada; hombres para quienes tu cuerpo no fue otra cosa que un estímulo para su lujuria, útil sólo en la procreación de la dinastía, en la perpetuación de los intereses creados. Siento entonces la tentación de condenarte por tu ceguera, Julia, por tu increíble insensibilidad ante tu propia fuerza, ante la fuerza indestructible de tu capacidad para el amor.
Luego me asalta la tentación de pensar que no entendiste con claridad cuán necesario era asumir en tu vida aquellos preceptos de libertad que predicaste desde un principio en tu obra, de si tu vida fue en verdad la expresión de una mujer que luchó por sus derechos, la expresión de esa mujer auténtica que pintas en tu poema A Julia de Burgos, como nadie ha logrado hacerlo después. Leo entonces las cartas que le escribiste a tu hermana Consuelo desde Cuba, aquellas cartas desgarradoras en las que te refieres al infame X y en las cuales describes, con lúcida conciencia, tu sometimiento al rol de mujer sumisa, enamorada de un hombre que al encontrarse en la calle con sus amigos, te presentaba cobardemente como mi “amiga Julia de Burgos”, y que nunca quiso formalizar contigo públicamente la unión.
Cartas que leen así: “hago una vida más puritana que la más puritana de la momias femeninas. Paso el día cosiendo, oyendo la radio y hablando con las damas que me rodean en la casa de huéspedes, la noche sentada rígidamente en una reunión formal, comentando las inaptitudes de las sirvientas, manteniendo mi posición de ‘esposa’ prejuiciada y mojigata…Adoro a X y él me adora, pensando en primer lugar en su familia, que le ha dicho que se suicidará si se casa conmigo…”
Pienso entonces en tu gran talento, te veo moviéndote con una claridad vertiginosa en ese breve espacio que te fue otorgado, entre el día de tu nacimiento, en 1914, y e día de tu muerte, a los 39 años, en 1953, como una estrella enceguecida por su cauda y pienso que es necesario andarse con cautela, no adelantarse formulando juicios, en 1977, ante una vida que no podía ser, en 1953, de otra manera.
Recuerdo lo que dijo Virginia Woolf en Una habitación propia, aquello de si para un hombre (dueño del mundo por derecho de nacimiento) escribir una obra perfecta en un mundo que no necesita ni de los poemas, ni de las novelas, ni de los libros de historia, un mundo al cual le importa un comino que “Flaubert encuentre la palabra exacta” y que, por lo tanto, no paga un céntimo por lo que no quiere, es endemoniadamente difícil; mucho más difícil ha de serlo para una mujer. La indiferencia del mundo que Keats, Flaubert y otros han encontrado tan difícil de soportar, en el caso de una mujer no es indiferencia sino hostilidad. El mundo no le dice a ella, como les decía a ellos; “Escribe si quieres, a mí no me importa nada.” El mundo le dice, con una risotada, “¿Escribir? Para qué quieres tú escribir?”
Son ya parte de nuestra leyenda, del mito de nuestro pueblo, los hechos de tu vida. Naciste de origen campesino y piel trigueña en el pueblo de Carolina. No es sorprendente que, luego de tu militancia en el Partido Nacionalista, luego de tus poemas incendiarios, en los que defiendes a las mujeres, a los obreros, a los negros, a todos los desamparados de la tierra; luego de tus dos divorcios y de tu vida supuestamente escandalosa, durante la cual “te diste a la bebida y a la vida fácil”, como suelen decir los que te envidian aún más allá de la muerte, se te despreciara, si no públicamente, en privado, razón por la cual sabías que no hallarías trabajo en Puerto Rico después de tu rompimiento con X. Es un dato revelador de nuestro tiempo el hecho de que, al ingresar al hospital de Harlem donde habías de morir, te identificaras como “maestra y escritora de vocación”, entrada que fue tachada por los oficiales de admisión del mismo, y sustituido por la de “amnésica”.
Es un dato aún más revelador la soledad y el anonimato de tu muerte, el casi entierro en la fosa común de Nueva York, la recolecta entre los amigos para recuperar tus restos y traerlos a descansar en Puerto Rico.
Pero todos estos hechos se borran, vuelan ante mí como nubes inconsecuentes barridas por el viento cada vez que abro tu Obra Poética. Porque todas tus incongruencias, todas tus debilidades, comprensibles, inevitables, quedan reducidas a la nada, a esa misma nada de la sociedad burguesa que tan bien describes en tu poema, ante el despliegue de tu talento.
Lejos de recriminarte tu servidumbre ante el amor, Julia, si te sirvió para crear, tengo que admirarte por ello; lejos de recriminarte por tu sometimiento a seres incomparablemente inferiores a ti y de quienes tú te forjabas una imagen totalmente irreal y enloquecida, si te sirvió para crear, tengo que admirarte por ello. Porque tú lograste superar la situación opresiva de la mujer, su humillación de siglos. Y al ver que no podías cambiarla, utilizaste esa situación, la empleaste, a pesar de que se te desgarraban las entretelas del alma, para ser lo que en verdad fuiste; ni mujer ni hombre, sino simple y sencillamente poeta.

A JULIA DE BURGOS (fragmento)

Ya las gentes murmuran que yo soy tu enemiga
porque dicen que en verso doy al mundo tu yo.
Mienten, Julia de Burgos. Mienten, Julia de Burgos.
La que se alza en mis versos es tu voz; no mi voz;
porque tú eres el ropaje y la esencia soy yo;
y el más profundo abismo se tiende entre las dos.

Tú eres fría muñeca de mentira social,
y yo, viril destello de la humana verdad.

Tú, miel de cortesanas hipocresía; yo no;
que en todos mis poemas desnudo el corazón.

Tú eres como tu mundo, egoísta; yo no;
que todo me lo juego a ser lo que soy yo.

Tú eres la grave señora, señorona;
yo no; yo soy la vida, la fuerza, la mujer.

Tú eres de tu marido, de tu amo; yo no;
yo de nadie, o de todos, porque a todos a todos,
en mi limpio sentir y en mi pensar me doy.

….

Tú eres dama casera, resignada, sumisa,
atada a los prejuicios de los hombres; yo no;
que yo soy Rocinante corriendo desbocado
olfateando horizontes de justicia de Dios.

Tú en ti misma no mandas; a ti todos te mandan;
en ti mandan tu esposo, tus padres, tus parientes,
el cura, la modista, el teatro, el casino,
al auto, las alhajas, el banquete, el champán,
el cielo y el infierno y el qué dirán social.

En mí no, que en mí manda mi solo corazón,
mi solo pensamiento; quien manda en mí soy yo.

….

Poema en veinte surcos

De Sitio a Eros- Joaquín Mortiz, México

*Julia de Burgos ocupa hoy en Puerto Rico, conjuntamente con Luis Palés Matos, el puesto de primer poeta de la literatura nacional. . su obra, tanto por su maestría técnica como por su temática progresista (su defensa de la emancipación femenina y del obrero) ha tenido una enorme influencia en los escritores puertorriqueños contemporáneos.
Su obra la conforman los siguientes libros de versos: Poema en veinte surcos,

sábado, 5 de diciembre de 2009

Sylvia Plath- Paulina Movsichoff



Y la muchacha vuelve a escalar el viento
Alejandra Pizarnik

Te veo pasar
con tu cabellera de delirios
con tu equipaje de furias y naufragios
en donde chilla el ave de la muerte
Despeinadora de la sombra
bacante alucinada que reniega de esperas
y comulga el orgullo sin conocer la dicha
La libertad fue un ascua donde no te quemabas
el odio otra manera de arrojarte en la fe
Me acerco a tu linaje de Casandra
a tu raíz de huérfana
rompiendo los cerrojos del amor
danzando la locura en un mundo de hielo
Oigo latir tu corazón sin pausas
guardado por un ángel
Tu nombre es esa llama que calienta mis miedos
la flor desesperada con que alumbro mi exilio

Onírisis- Torres Agüero Editor

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Relato en un vitral- Olga Orozco




Se rompió de una vez el afiebrado vitral de tu recuerdo.
En menudos fragmentos cayó como el granizo rebelde nuestra historia
desde un alto verano hasta la alcantarilla de los sueños.
Fue imposible rehacer este relato, disputarlo a la arena,
lograr que coincidieran las miradas, los colores, los tiempos.
Nada volvió a su siempre, a su errante sopor.
El sol es un agujero en todas partes
y los más bellos años no son más que una irreconocible polvareda
donde una sombra impía dibujó el laberinto del error, del engaño y del olvido.
Se perdió todo el oro junto con los pedazos del hechizo,
las brillantes escenas que un día encandilaron a las constelaciones del amor,
a los protagonistas ejemplares del mito.
Rojo avasallador, rojo implacable,
el torrente insensato de tu sangre enmascara mi rostro,
lo transforma en eclipse, en nebulosa.
El púrpura violento muere tras el telón de un granate enlutado;
mi cuerpo no soy yo; es un cuerpo sin nadie,
decapitado a ciegas por los tigres guardianes de las tentaciones
a cambio de otros cuerpos, vanos, siempre inconclusos, siempre deshabitados,
en el altar del viento, de los cantos rodados de las nubes.
Se avergüenza el azul, se desvanece, se borra en el cielo
justo donde trocaste la eternidad por una llamarada
y el éxtasis por hambre, por una endemoniada y acuciante jauría.
¿Y en nombre de qué ley nuestra casa es apenas un desván, una jaula, un farol,
o esa blanca pared que se prolonga sola en el intemperie,
mientras fundas tus casas sobre raíces negras,
sobre falsas alianzas y ligaduras rotas?
La respuesta es de astillas.
No alcanza ni siquiera para forjar mi asombro y tu ignorancia,
como no alcanza el verde sombrío, venenoso,
el mismo que fue jade y esmeralda en los follajes del mañana,
para resucitar ninguna primavera.
Apenas si algún rastro de lo que fue un fulgor violeta y es arena
me recuerda el adiós y aquel crepúsculo del alma ensimismada.
Lo demás es silencio y turbia confusión.
Nada más que residuos. Esplendores trizados.
Dichas y desvaríos, ceremonias y encuentros, fascinación y abrazos,
se deslizan en polvos de todos los colores
como en un arcoiris que anunciara el fin de la tempestad
y el fin del sortilegio.
Porque con esas crueles partículas radiantes se trazó el desenlace de la gran aventura.
No hubo eterno retorno del tiempo enamorado,
Salvo como castigo.

Con esta boca, con este mundo- Editorial Sudamericana

martes, 1 de diciembre de 2009

"A escribir he venido a este mundo"- Con la poeta Marosa Di Giorgio- Melisa Machado






CUANDO MAROSA DI GIORGIO se levanta reza, toma té, come un durazno, lee, relee, escucha informativos, un poco de música — “tangos y programas del Sodre “— y sobre todo “sueña “. Mientras hace todo eso prosigue con su “vagoroso trabajo del que saltan después los libros”. El teléfono suena bastante en su apartamento de la calle Uruguay y ella atiende las llamadas “con gusto” porque los que la requieren son amigos, colegas que le permiten “seguir en mi ámbito”. En el living conserva su último regalo de reyes: un jueguito de muebles de muñecas, pintado de plateado. Sobre la mesa hay una rosa azul, de tela. Diseminados sobre los muebles se ven huevos “perfectos, celestes” como los que aparecen en sus textos.
La poeta, que en su juventud fue actriz “vocacional “, oficinista municipal y cronista de sociales dice “cumplir con las imprescindibles diligencias cotidianas y dedicar mucho tiempo al recuerdo. Siempre me gustó rever, rememorar. Desde muy pequeña ya lo hacía, aunque no entiendo qué rememoraría entonces “.
Actualmente se la puede ver de tardecita, en el Sorocabana, con las uñas y los labios pintados de un color morado, casi negro. Ella sabe que su aspecto puede resaltar extravagante pero también que no se trata de “una cosa que elija, sino de un aura que, de a ratos, me causa desazón “.
Marosa tomando café en el Sorocabana es parte del paisaje de Montevideo. “Nunca tomo café en casa. Para mí café es "en el café". Es también una adicción. Tiene un sentido. Es un respaldo, una protección. Cuando tomo café quedo invulnerable. Como si me tocara un dios. Esta infusión tiene un hechizo. Ayuda al ensueño y a la distensión “.
Cuando no toma café bebe licores. Le gustan con sabor a frambuesa, menta, yema o violetas, O toma vino “oscuro morado, negro, grave, fuerte, color esmeralda, turmalina y ciruela”. Con sus amigos y colegas “repasamos el mundo. En el Sorocabana lo hacemos mientras tomamos café. Los viernes tomamos algunos whiskies, enfrente, en el Mincho. Los lunes, tomamos vino, en el Lobizón. Somos moderados, la discusión es cordial, con afecto y simpatía hacia todos. No podemos entender eso de las rivalidades, persecuciones, camarillas... Sabemos que ‘los días se van como hierba’ y que hay que encontrar la luz, permanecer en ella".
Los que la acompañan son Wilfredo Penco, Elías Uriarte, Teresa Porzecanski, Silvia Guerra, Leonardo Garet —un poeta salteño—, Miguel Angel Campodónico, Juan Introini, Amanda Berenguer, Luis Bravo, Juan Carlos Legido, Ramón Mérica, Ruben Loza Aguerrebere, Roberto Genta, Alfredo Fressia y Roberto Echavarren, entre otros.
SE ENCIENDE LA LUZ. Y entre infusión, bebidas espirituosas y charlas, escribe. Escribir es para ella “todo“. Asegura que “todo lo que percibo de algún modo lo escribo. No es cosa de querer dedicarse a escribir sino escribir porque se siente que a eso, a sólo eso, se ha venido al mundo".
Sus primeros “contactos literarios” fueron “por correo” aunque, a su lado, había poetas como Enrique Amorim, Julio Garet, Milans Martínez, Altamides Jardim, Walter Peralta, Gregorio Rivero Iturralde, Margarita Muñoa y Rondán Martínez, entre otros.
A pesar de que no le faltaba quien la aconsejara asegura que la primera persona que le dijo que escribía bien —y a la que siempre escucha— es a ella misma. “Siempre escuché a Marosa “, dijo, sonriendo. La confianza en sí misma la condujo a ser conocida no sólo en su país sino también en el exterior. A menudo recita en Buenos Aires, Rosario, Santa Fe, Bahía Blanca, donde tiene “un público adicto".
Los primeros textos suyos que consideró literatura fueron los que inician la antología Papeles salvajes (Arca, 1973) y que tituló “Poemas”. Para llegar a la perfección revisa, lee en voz alta, cuida que no se pierda el ritmo”. Pero escribir no le da trabajo pues “es mi vida, mi destino “. Cree que la experiencia de cómo se crea un poema — “algo que sucede de súbito como si se encendiera una luz “— no se puede transmitir porque se trata de “un acto solitario, íntimo, del cual sólo se puede compartir el resultado “. Donde se puede dar cierta “comunión" es en los talleres de poesía que cumplen la misión de orientar, informar, desbrozar. Pero sólo saldrá poeta el que nació como tal “.
Lo que sí tiene sentido para ella son los encuentros internacionales de poesía que “promueven la calidez, la difusión, la intercomunicación y la proximidad con el público “. Contó que en un encuentro que se realizó en Medellín, Colombia, “la gente nos seguía por la calle".
La recepción de los lectores le parece importante pero no dejaría de escribir si no tuviera éxito: “escribiría contra viento y marea “. Tener éxito como poeta puede no ser redituable económicamente. Marosa, que vive sola desde que murió su madre, cuenta para vivir con sus derechos de autor, con una columna semanal que publica en la revista Posdata y con una pensión graciable otorgada por el gobierno. “Es una pensión respaldada por nuestras leyes en la que se reconoce una trayectoria destacada, sea en las artes o en las ciencias. Me fue concedida hace unos años por el presidente Sanguinetti y todo el parlamento “.
Otro modo de sobrevivir que tienen los poetas son los premios internacionales de poesía. Importantes ya que “los artistas necesitamos respaldo. Alguna seguridad, alguna vez “. Sin presentarse voluntariamente, Marosa ganó en Francia, en 1983, el premio de la Sociedad Petrarca por su libro “La flor de Laura”.
Y cuando no escribe, recita. “Son cosas diversas y emparentadas. Recitar es también una creación y una recreación. La poesía es escrita para ser recibida y esto puede suceder a través de un recitado. Me interpreto a mí misma con mucho gusto “.
Muchos de sus colegas uruguayos suelen ir a sus recitales. Con ellos, y con la obra de cada uno, la poeta tiene “un lazo de simpatía “. Entre los desaparecidos, prefiere a Delmira Agustini, Julio Herrera y Reissig, Concepción Silva, Sara de Ibáñez y Felisberto Hernández, al que considera “un poeta en prosa “. Y si hay que elegir entre “los extranjeros “, se queda con “los poetas bíblicos, con los clásicos griegos y latinos, con los poetas celtas y los místicos como San Juan de la Cruz “.
También le gustan mucho Rainer Maria Rilke, Johann Christian Friedrich Hólderlin, Novalis, Arthur Rimbaud y Emmanuel Swedenborg.
En sus dos últimos libros publicados, Misales (Cal y Canto, 1993) y Camino de las Pedrerías (Planeta, 1997) “inscriptos y editados como relatos eróticos”, Marosa incursionó en la prosa poética. En sus trabajos hay, según ella, “una sexualidad salvaje y delicada, realizada y vivida en la escritura apasionadamente. Mi literatura es intensamente femenina: el signo sexual se perfila en toda obra sea del rubro que sea”.
Entre las creaciones de esta mujer —que no escribe a máquina ni con computadora, sino con sus manos que son “como mi alma ya que con ellas tracé mi historia”— no figuran los hijos. “Si los hubiera tenido los hubiera criado mamá. Porque yo estoy así; en vuelo
Tampoco se casó pero puede hacerlo en cualquier momento. “Puedo casarme hoy, mañana o pasado. Son cosas del destino. Tengo vocación de soledad. Pero estoy, como siempre, en la plenitud”. Aún se sigue enamorando “como siempre. Son amores platónicos: no me animo a cruzar el río “. Y por si alguien lo duda, confiesa que actualmente está enamorada.
Menos que el amor, le interesa la política, sobre la cual opina que “constituye un arte y una ciencia que no es para mí. Creo elemental conocerse y saber por dónde transitar”. La dictadura no afectó su creatividad porque escribe “en medio de la luna “.
A pesar de ser católica, Di Giorgio se considera pagana “en el sentido de lugar, de comarca. Toda la naturaleza es una gran comarca. Es como si hubiese un ángel, un santo, en cada sector: el ángel de las neblinas, la santa de las violetas, la virgen del rocío, el santón de las ciruelas... “. Además de escribir le gusta cocinar “productos de la tierra. Voy al mercado y elijo berenjenas, zapallos, tomates, ajíes y los hiervo “. Los vigila mientras hierve hasta “que se esponjan, se empluman, hacen como un gritito. Esto da un poco de pena, luego me los como “. Cocinar budines como los que aparecen en sus relatos, le hace recordar a “los de la antigua mesa, temblantes y dorados “.

PARTE DE LA INFANCIA. Los budines son parte de su infancia, la que considera su sitio “en el inmenso universo. El punto único e irrepetible donde se originó mi vida y donde pude escribir”. Cuando era niña “leía y paseaba, de un modo casi obsesivo, pero también distraído, pero también atento, a lo largo de duraznos, ciruelas, almendros, rosales, morenas, vides, olivares. Iba y venía “. En su casa, sus padres veían su conducta “como algo natural". Marosa paseando entre los árboles. Así comenzaron los Papeles salvajes.
A la vuelta de las caminatas, en su casa, la esperaban revistas extranjeras. “Eran publicaciones finas algunas en italiano a las que mi abuelo Eugenio Médici estaba suscripto “. También había revistas españolas, muchos diccionarios, libros de poesía, “novelas y novelas modernas “. El camino de los gatos, de Hernán Suderman, era su novela preferida.
Actualmente lee “de todo. Eligiendo, claro “. Lee tanto que, a veces, se dice a sí misma que tiene que descansar. Aprendió a leer en su casa y en la escuela Nº 13, agraria, y la Nº 8, de Salto. En la escuela le enseñaron “labores” pero no le atraían mucho. “No tenía habilidad. Mamá me impulsó a bordar unos pañuelos pequeños de gasa casi transparentes. Había que usar hilos de colores: oro, verde-luz. Era un trabajo lento, exquisito, que se me fue de las manos. Cursó el bachillerato en el Instituto Politécnico Osimani y Llerena, de Salto. En el mismo instituto estudió arte escénico con la profesora Nydia Arenas que originó el movimiento teatral de esa ciudad. Luego del bachillerato se inscribió en la Facultad de Derecho donde cursó primer año. “No llegué a los exámenes. Vi que no era mi camino “. Actualmente, si tiene que elegir entre la educación académica y autodidacta, prefiere “una formación organizada y también aventurera”.
Extraña Salto y, a veces, vuelve “como quien vuelve al altar”. La vida en el interior le parece igual que la de Montevideo pero ésta tiene “horarios más estrictos “. Allá fue oficinista “durante mucho tiempo” y cronista de sociales y culturales en el diario Tribuna Salteña. “Anduve en eso durante cinco años. Siempre traté de hacer las cosas bien, que ese algo lunar que llevo conmigo no se interpusiere demasiado “. Lo que más recuerda de esa época es “el sol y las estrellas y los nidos de búhos y palomas”. Sobre todo elemento en que “cruzaba el puma, con su oscura tez, su boca de esmeralda: el minuto más intenso “. Al lado de Salto, Montevideo le parece “extraña y agazapada. Con alas grandes, veteadas, manchadas. A medio abrir”.
De la infancia, “ese lugar en el que estábamos casi todos vivos “, extraña sobre todo a su madre. Cuando “mamá desapareció, quedé sola con su lecho vacío al lado “. Para tenerla siempre presente escribió Diamelas a mi madre, su último libro que será editado en agosto, en Buenos Aires, bajo el sello Adriana Hidalgo Editora.
El poeta argentino Daniel Helder, integrante del Diario de Poesía rosarino, fue quien la relacionó con este nuevo sello. “Una de estas cálidas mañanas recibí un llamado de Daniel comunicándome que una dama argentina, una de las dueñas de las poderosas librerías Ateneo, iniciaba esta línea editorial y que mi suma poética Papeles salvajes había sido propuesta y aceptada para esas ediciones. Se iniciarán esmeradamente y con miras a una muy amplia difusión, dentro y fuera de Argentina
Marosa en Salto, entre las magnolias, Marosa en Montevideo, la del Sorocabana, o Marosa, la que edita libros en Buenos Aires, sigue siendo Marosa: una mujer solitaria, de pelo rojo, que escribe sus relatos a mano con una caligrafía casi “antigua”. La misma que toma café con palomitas de maíz, recuerda vívidamente a su madre y se enamora como si tuviera quince años.

Triunfar en el exterior

LA PRIMERA edición de Papeles salvajes estuvo a cargo de Angel Rama. La segunda (Arca, 1991) fue ampliada por Alberto Oreggioni y Wilfredo Penco. La que se editará ahora en Buenos Aires incluye Poemas, Humo, Druida, Historial de las violetas, Magnolia, La guerra de los huertos, Está en llamas el jardín natal, Clavel y Tenebrario, La liebre de marzo, Mesa es esmeralda, La falena, Membrillo de Lusana y Diamelas a Clementina Médici.
La primen publicación de Marosa en el extranjero fue en Caracas, en la
colección Lírica Hispana. En Argentina, Ultimo Reino publicó varios poemas en una separata que reunía poetas uruguayos y el Diario de Poesía, editó un dossier. En México, participó en la antología Barrocos del Río de la Plata (Editorial Tucán de Virginia) y publicó Medusario (Editorial Cultural Económica). Ambas publicaciones fueron coordinadas por el poeta uruguayo Roberto Echavarren. En Francia, se publicó Misales (Editorial Arcane 17, 1994) en edición bilingüe, traducida por Gabriel Saad.
Algunas definiciones

UN HUEVO. “Es la pequeña gema, o lo que fuere, de donde se produjo el Big-bang, y otra cosa más recóndita, y cálida, como un capullo tibio, caliente. Algo ahí; en la entraña, un inicio, un pío, un latido, una perla, un huevo, una... molestia diabólica y celeste “.

Un hada. “Ví algunas. Mi abuela, mi madre, otras mujeres de mi familia. Y también llegaban las del país de las Hadas. De vestido lila, verde y lila, rosado. Sentadas cerca del piano, de la hornalla, de la ventana, al borde del jardín. Se las veía siempre de perfil; nos azorábamos. Cuando desaparecían quedaba algo sobre la mesa, papeles plateados, vaporosos, una piedra de cristal, un huevo. Siempre había una cosa que antes no estaba “.

Una gema. “Rubíes, tormalinas, amatistas, ágatas, esmeraldas, turquesas, perlas, brillantes; me gusta nombrarlas. Los nombres de las gemas son más gema. resplandor”

Una flor. “La rosa, que, de algún modo, incluye a todas: claveles, lilas, violetas de mamá, tulipanes, jazmines, narcisos, jacintos, bromelias, astromelias, lirios, azahares, pensamientos. Todas las flores, por siempre todas las flores”.

Dios. “No se veía pero era de la familia “.

Muerte. “A ratos me parece que no existe. Me le huiré volando, con un vestido largo, verde, por arriba de las arboledas”

Sexo. “Su astromelia encendida funciona ahí en los textos y en el centro de mí misma”

Ternura. “Por las vacas, caballos, pájaros, gatos, perros, arañas, moscas...

Madre. “Diamelas a Clementina Médici, mi madre. La envuelvo en diamelas profundas, perfumadas”

Padre. “Pedro Di Giorgio nos arrulló y cuidó hasta el último día. Era un italiano santo “.

Hermana. “Nidia creó una familia. Cuida de sus descendientes. Llegó a ser directora de los Museos Municipales. Publicó un libro: Los últimos geranios.

Cordura. “Hay una cordura azul que se traslada vertical delante de mí”.

La pasió por actuar

MAROSA Di Giorgio ha actuado en varios videos. En 1988, participó en Lobo, una producción de 15 minutos dirigida por Eduardo “Pincho” Casanova, en la cual recitaba el poema homónimo. Las escenas fueron filmadas en el balneario Las Brujas, en la granja de la familia Fernández, en Melilla, en la puerta del antiguo Sorocabana y en la vereda del Palacio Santos. El video fue financiado por CEMA (Centro Medios Audiovisuales).
Anteriormente había protagonizado un film en Francia, cuando estuvo becada en la Casa de los Escritores. “Cuando ocurrió esto no lo recuerdo. Es casi imposible separar, analizar fechar” dijo Di Giorgio.
El último de ellos fue Montevideo-Proust, el video dirigido por Hermes Millán, editado en 1997. “Allí volví a interpretarme. Hago de Marosa”, dijo la poeta, que en el film aparece también recitando. “Filmamos la escena en una mañana de fuego, como escenario teníamos el patio de una casona céntrica. Yo, a cada rato, le preguntaba a la señora de Millán si estaba bien mi maquillaje. Había flores rojas y un ave de muchos colores que no salió en la película. Creo que volveré a filmar con Millán. Es un hombre muy sensible, poeta “.
Cuando Marosa era chica le encantaba ir al cine. “Era un acontecimiento. Vivíamos lejos y todo cobraba una dimensión mayor o su verdadera dimensión. Ahora la técnica avanzó, llegó a un máximo y la calidad bajó. Así que actualmente acudo al cine de una manera errática, azarosa y salgo casi siempre desconforme. No me gusta contar películas ni que las cuenten: la imagen es intraducible”.
Admiradora de directores como Sergei Eisenstein, Ingmar Bergman, Akira Kurosawa, Federico Fellini y Michelangelo Antonioni, piensa que “el cine debió seguir en blanco y negro”. Sus actores y actrices preferidos son Greta Garbo, Clark Gable, Vivien Leigh, Laurence Olivier, Greer Garson, Humphrey Bogart, Bette Davis, Joan Crawford, Gary Cooper, Jean Gabin, Michele Morgan, Gerard Philipe, Ingrid Thulin y Toshiro Mifune, entre otros.

EL PAIS CULTURAL Nº 512
18 de junio de 1999

lunes, 30 de noviembre de 2009

Prehistoria del amor- Octavio Paz




Al comenzar estas reflexiones señalé las afinidades entre erotismo y poesía: el primero es una metáfora de la sexualidad, la segunda una erotización del lenguaje. La relación entre amor y poesía no es menos sino más íntima. Primero la poesía lírica y después la novela - que es poesía a su manera - han sido constantes vehículos del sentimiento amoroso. Lo que nos han dicho los poetas, los dramaturgos y los novelistas sobre el amor no es menos precioso y profundo que las meditaciones de los filósofos. Y con frecuencia es más cierto, más conforme a la realidad humana y psicológica. Los amantes platónicos, tal como los describe El Banquete, son escasos: no lo son las emociones que, en unas cuantas líneas, traza Safo al contemplar una persona amada:

Igual parece a los eternos dioses
Quien logra verse frente a ti sentado:
¡Feliz si goza tu palabra suave,
Suave tu risa!

A mí en el pecho el corazón se oprime
Sólo en mirarte: ni la voz acierta
De mi garganta a prorrumpir; y rota
Calla la lengua.

Fuego sutil dentro mi cuerpo todo
Presto discurre: los inciertos ojos
Vagan sin rumbo, los oídos hacen
Ronco zumbido.

Cúbrome toda de sudor helado:
Pálida quedo cual marchita hierba
Y ya sin fuerzas, sin aliento, inerte
Parezco muerta (1)

No es fácil encontrar en la poesía griega poemas que posean esta concentrada intensidad, pero abundan composiciones con asuntos semejantes, salvo que no son lésbicos. (En esto Safo también fue excepcional: el homosexualismo femenino, al contrario del masculino, apenas si aparece en la literatura griega.) Las fronteras entre erotismo y amor son movedizas: sin embargo no me parece arriesgado afirmar que la gran mayoría de los poemas griegos son más eróticos que amorosos. Esto también es aplicable a la Antología Palatina. Algunos de esos breves poemas son inolvidables: los de Meleagro, varios atribuidos a Platón, algunos de Filodemo y, ya en el período bizantino, los de Paulo el Silenciario. En todos ellos vemos - y sobre todo oímos - al amante en sus diversos estados de ánimo - el deseo, el goce, la decepción, los celos, la dicha efímera - pero nunca al otro o a la otra ni a sus sentimientos ni emociones. Tampoco hay diálogos de amor - en el sentido de Shakespeare o de Lope de Vega - en el teatro griego. Egisto y Clitemnestra están unidos por el crimen, no por el amor; son cómplices, no amantes; la pasión solitaria devora a Fedra y los celos a Medea. Para encontrar prefiguraciones y premoniciones de lo que sería el amor entre nosotros hay que ir a Alejandría y a Roma. El amor nace en la gran ciudad.
El primer gran poema de amor es obra de Teócrito: La hechicera (2). Fue escrito en el primer cuarto del siglo III a. C. y hoy, más de dos mil años después, leído en traducciones que por buenas que sean no dejan de ser traducciones, conserva intacta su carga pasional. El poema es un largo monólogo de Simetha, amante abandonada de Delfis. Comienza con una invocación a la luna en sus tres manifestaciones: Artemisa, Selene y Hécate, la Terrible. Sigue la entrecortada relación de Simetha, que da órdenes a su sirvienta para que ejecute ésta o aquella parte del rito negro a que ambas se entregan. Cada uno de esos sortilegios está marcado por un punzante estribillo: pájaro mágico, devuélveme a mi amante, tráelo a mi casa. (3) Mientras la criada esparce en el suelo un poco de harina quemada, Simetha dice: "Son los huesos de Delfis". Al quemar una rama de laurel, que chiporrotea y se disipa sin dejar apenas ceniza, condena al infiel: "que así se incendie su carne..." Después de ofrecer tres libaciones a Hécate, arroja al fuego una franja del manto que ha olvidado Delfis en su casa y prorrumpe: "¿por qué, Eros cruel, te has pegado a mi carne como una sanguijuela? ¿por qué chupas mi sangre negra?" Al terminar su conjuro, Simetha le pide a su acólita que esparza unas yerbas en el umbral de Delfis y escupe sobre ellas diciendo: "machaco sus huesos". Mientras Simetha recita unos sortilegios, se le escapan confesiones y quejas: está poseída por el deseo y el fuego que enciende para quemar a su amante es el fuego en que ella misma se quema. Rencor y amor, todo junto: Delfis la desfloró y la abandonó pero ella no puede vivir sin ese hombre deseado y aborrecido. Es la primera vez que en la literatura aparece - y descrito con tal violencia y energía- uno de los grandes misterios humanos: la mezcla inextricable de odio y amor, despecho y deseo.
El furor amoroso de Simetha parece inspirado por Pan, el dios sexual de pezuñas de macho cabrío, cuya carrera hace temblar al bosque y cuyo hálito sacude los follajes y provoca el delirio de las hembras. Sexualidad pura. Pero una vez cumplido el rito, Simetha se calma como, bajo la influencia de la luna, se calma el oleaje y se aquieta el viento en la arboleda. Entonces se confía a Selene como a una madre. Su historia es simple. Por su relato adivinamos que es una muchacha libre y de condición modesta (aunque no tanto: tiene una sirvienta); vive sola (habla de sus amigas y vecinas, no de su familia); tal vez para mantenerse, desempeña algún oficio. Es una persona del común, una mujer joven como hay miles y miles en todas las ciudades del mundo desde que en el mundo hay ciudades: Simetha hoy podría vivir en Nueva York, Buenos Aires o Praga. Un día unas vecinas la invitan a una procesión de Artemisa. Coqueta, se viste con su traje mejor y cubre sus espaldas con un chal de lino que le presta una amiga. Encuentra entre la multitud a dos jóvenes que vienen de la palestra, barbirrubios y de torsos soleados y relucientes. Coup de foudre: "Yo vi...", dice Simetha, pero no dice a quién. ¿Para qué? Vio a la realidad misma en un cuerpo y un nombre: Delfis. Turbada, regresa a su casa presa de una idea fija. Pasan días y días de fiebre e insomnio. Simetha consulta con magos y brujas, como ahora consultamos a los psiquiatras y, como nosotros, sin resultado alguno. Sufre

...la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura.

No sin dudas - es púdica y orgullosa - le envía a Delfis un mensaje. El joven atleta se presenta al punto en su casa y Simetha, al verlo, describe su emoción casi con las mismas expresiones de Safo: "Me cubrió un sudor todo de hielo... no podía decir una palabra, ni siquiera esos balbuceos con que los niños llaman a su madre en el sueño; y mi cuerpo, inerte, era el de una muñeca de cera". (4) Delfis se deshace en promesas y ese mismo día duerme en la cama de ella. A este encuentro se suceden otros y otros. De pronto, una ausencia de dos semanas y el inevitable chisme de una amiga: Delfis se ha enamorado de otra persona aunque, dice la indiscreta, no sé si es de un muchacho o de una muchacha. Simetha termina con un voto y una amenaza: ama a Delfis y lo buscará pero, si él la rechaza, tiene unos venenos que le darán la muerte. Y se despide de Selene (y de nosotros): "Adiós, diosa serena; yo soportaré como hasta ahora mi desdicha; adiós, diosa de rostro resplandeciente, adiós, estrellas que acompañan tu carro en su pausada carrera a través de la noche en calma". El amor de Simetha está hecho de deseo obstinado, desesperación, cólera, desamparo. Estamos muy lejos de Platón. Entre lo que deseamos y lo que estimamos hay una hendedura: amamos aquello que no estimamos y deseamos estar para siempre con una persona que nos hace infelices. En el amor aparece el mal: es una seducción malsana que nos atrae y nos vence. Pero ¿quién se atreve a condenar a Simetha?

El poema de Teócrito no habría podido escribirse en la Atenas de Platón. No sólo por la misoginia ateniense sino por la situación de la mujer en la Grecia clásica. En la época alejandrina que tiene más de un parecido con la nuestra, ocurre una revolución invisible: las mujeres, encerradas en el gineceo, salen al aire libre y aparecen en la superficie de la sociedad. Algunas fueron notables, no en la literatura y las artes, sino en la política como Olimpia, la madre de Alejandro y Arsinoe, la mujer de Ptolomeo, Filadelfo. El cambio no se limitó a la aristocracia sino que se extendió a esa inmensa y bulliciosa población de comerciantes, artesanos, pequeños propietarios, empleados menores y toda esa gente que, en las grandes ciudades, ha vivido y vive aún del cuento. Aparte de su valor poético, el poema de Teócrito arroja indirectamente cierta luz sobre la sociedad helenística. En cierto modo es un poema de costumbres: es significativo que nos muestre no la vida de los príncipes sino la de la clase media de la ciudad, con sus pequeñas y grandes pasiones, sus apuros, su sentido común y su locura. Por este poema y por otros suyos, así como por los "mimos" de Heronda, podemos hacernos una idea de la condición femenina y de la relativa libertad de movimientos de las mujeres.
Convertir una mujer joven y pobre como Simetha en el centro de un poema pasional que alternativamente nos conmueve, nos enternece y nos hace sonreír, fue una inmensa novedad literaria e histórica. Lo primero pertenece a Teócrito y a su genio; lo segundo a la sociedad en que vivió. La novedad histórica del poema fue el resultado de un cambio social que, a su vez, era el resultado de la gran creación del período helenísitico: la transformación de la ciudad antigua. La polis, encerrada en sí misma y celosa de su autonomía, se abrió al exterior. Las grandes ciudades se convirtieron en verdaderas cosmópolis por el intercambio de personas, ideas, costumbres y creencias. Entre los poetas del período helenístico que figuran en la Antología Palatina, varios eran extranjeros, como el sirio Meleagro. Esta gran creación civilizadora fue realizada en medio de las guerras y de las monarquías despóticas que caracterizan a esa época. Y el mayor logro fue, sin duda, la aparición en las nuevas ciudades de un tipo de mujer más libre. El "objeto erótico" comenzó a transformarse en sujeto. La prehistoria del amor en Occidente está, como ya dije, en dos grandes ciudades: Alejandría y Roma.
Las mujeres - más exactamente las patricias - ocupan un lugar destacado en la historia de Roma, lo mismo bajo la República que durante el Imperio. Madres, esposas, hermanas, hijas, amantes: no hay un episodio de la historia romana en que no participe alguna mujer al lado del orador, el guerrero, el político o el emperador. Unas fueron heroicas, otras infames. En los años finales de la República aparece otra categoría social: la cortesana. No tardó en convertirse en uno de los ejes de la vida mundana y en el objeto de la crónica escandalosa. Unas y otras, las patricias y las cortesanas, son mujeres libres en el diverso sentido de la palabra: por su nacimiento, por sus medios y por sus costumbres. Libres, sobre todo, porque en una medida desconocida hasta entonces tienen albedrío para aceptar o rechazar a sus amantes. Son dueñas de su cuerpo y de su alma. Las heroínas de los poemas eróticos y amorosos provienen de dos clases. A su vez, como en Alejandría, los poetas jóvenes forman grupos que conquistan la notoriedad tanto por sus obras como por sus opiniones, sus costumbres y sus amores. Catulo fue uno de ellos. Sus querellas literarias y sus sátiras no fueron menos sonadas que sus poemas de amor. Murió joven y sus mejores poemas son la confesión de su amor por Lesbia, nombre poético que ocultaba a una patricia célebre por su hermosura, su posición y su vida disoluta (Clodia). Una historia de amor alternativamente feliz y desdichada, ingenia y cínica. La unión de los opuestos - el deseo y el despecho, la sensualidad y el odio, el paraíso entrevisto y el infierno vivido - se resuelven en breves poemas de concentrada intensidad. Los modelos de Catulo fueron los poetas alejandrinos sobre todo Calímaco - famoso en la Antigüedad pero del que no sobreviven sino fragmentos - y Safo. La poesía de Catulo tiene un lugar único en la historia del amor por la concisa y punzante economía con que expresa lo más complejo: la presencia simultánea en la misma conciencia del odio y el amor, el deseo y el desprecio. Nuestros sentidos no pueden vivir sin aquello que nuestra razón y nuestra moral reprueban.
El conflicto de Catulo es semejante al de Simetha, aunque con variantes decisivas. La primera es del sexo: en los poemas de Catulo habla un hombre. Diferencia significativa: el hombre, no la mujer, es quien está en relación de dependencia. La segunda: el héroe no es una ficción y habla en nombre propio. Con esto no quiero decir que los poemas de Catulo sean simples confesiones o confidencias: en ellos, como en todas las obras poéticas, hay un elemento ficticio. El poeta que habla es y no es Catulo: es una persona, una máscara que deja ver el rostro real y que, al mismo tiempo, lo oculta. Sus penas son reales y también son figuras del lenguaje. Son imágenes y representaciones, El poeta convierte a su amor en una especie de novela en verso, aunque no por esto menos vivido y sufrido. Otra diferencia: ella y él, sobre todo ella, pertenecen a dos clases superiores. Como son dos seres libres y en cierto modo asociales - ella por su posición, él por ser poeta - se atreven a romper las convenciones y reglas que los atan. Su amor es un ejercicio de libertad, una transgresión y un desafío a la sociedad. Éste es un rasgo que figurará más y más en los anales de la pasión amorosa, de Tristán e Isolda a las novelas de nuestros días. Por último, Catulo es un poeta y su reino es el de la imaginación. A la inversa de Simetha, más simple y más rústica, no busca vengarse con filtros y venenos, su veneno asume una forma imaginaria: sus poemas.
En Catulo aparecen tres elementos del amor moderno: la elección, la libertad de los amantes; el desafío, el amor es una transgresión; finalmente, los celos. Catulo expresa en breves poemas, lúcidos y dolorosos, el poder de una pasión que se filtra poco a poco en nuestra conciencia hasta paralizar nuestra voluntad. Fue el primero que advirtió la naturaleza imaginaria de los celos y su poderosa realidad psicológica. Es imposible confundir estos celos con el sentimiento de la honra mancillada. En Otelo se mezclan los celos auténticos - ama a Desdémona - con la cólera del hombre ofendido. Pero es el amor, en la forma pervertida de los celos, la pasión que lo mueve: And I will kill thee, / And love you after. En cambio los personajes de los dramas españoles, especialmente los de Calderón, no son celosos: al vengarse limpian una mancha, casi siempre imaginaria, que empaña su honra. No están enamorados: son los guardianes de su reputación, los esclavos de la opinión pública. Como dice uno de ellos

El legislador tirano
ha puesto en ajena mano
mi opinión y no en la mía.

En todos estos ejemplos, sin excluir el más conmovedor: Otelo, el código social es determinante. No en Proust, el gran poeta moderno, no del amor sino de su secreción venenosa, su perla fatal: los celos. Swan se sabe víctima de un delirio. No lo liga a Odette ni la tiranía de la atracción sexual ni la del espíritu- Años después, al recordar su pasión, se confiesa: "y pensar que he perdido los mejores años de mi vida por una mujer que no era mi tipo". Su atracción hacia Odette es un sentimiento inexplicable, salvo en términos negativos: Odette lo fascina porque es inaccesible. No su cuerpo, su conciencia. Como la amada ideal de los poetas provenzales, es inalcanzable. Lo es, a pesar de la facilidad con que se entrega, por el mero hecho de existir. Odette es infiel y miente sin cesar pero, si fuese sincera y fiel, también sería inaccesible. Swan la puede tocar y poseer, la puede aislar y encerrar, puede convertirla en su esclava: una parte de ella se le escapará. Odette siempre será otra. ¿Odette existe realmente o es una ficción de su amante? El sufrimiento de Swan es real: ¿también es real la mujer que lo causa? Sí, es una presencia, un rostro, un cuerpo, un olor y un pasado que no serán nunca suyos. La presencia es real y es impenetrable: ¿qué hay detrás de esos ojos, esa boca, esos senos? Swan nunca lo sabrá. Tal vez ni la misma Odette lo sabe; no sólo miente a su amante: se miente a ella misma.
El misterio de Odette es el de Albertina y el de Gilberta: el otro siempre se nos escapa. Proust analiza interminablemente su desdicha, desmenuza las mentiras de Odette y los subterfugios de Albertina pero se niega a reconocer la libertad del otro. El amor es deseo de posesión y es desprendimiento; en Proust sólo es lo primero y por esto su visión del amor es negativa. Swan sufre, se sacrifica por Odette, termina por casarse con ella y le da su nombre: ¿la amó alguna vez? Lo dudo y él mismo lo dudó también. Catulo y Lesbia son asociales; Swan y Odette son amorales. Ella no lo ama: lo desprecia. No obstante, no puede separase de ella: sus celos lo atan. Está enamorado de su sufrimiento y su sufrimiento es vano. Vivimos con fantasmas y nosotros mismos somos fantasmas. Para salir de esta cárcel imaginaria no hay sino dos caminos. El primero es el del erotismo y ya vimos que termina en un muro. La pregunta del amante celoso, ¿en qué piensas, qué sientes?, no tiene la respuesta del sadomasoquismo; atormentar al otro o atormentarnos a nosotros mismos. En uno y en otro caso el otro es inaccesible e invulnerable. No somos transparentes ni para los demás ni para nosotros mismos. En esto consiste la falta original del hombre, la señal que nos condena desde el nacimiento. La otra salida es el amor: la entrega, aceptar la libertad de la persona amada. ¿Una locura, una quimera? Tal vez, pero es la única puerta de la cárcel de los celos. Hace muchos años escribí: el amor es un sacrifico sin virtud; hoy diría: el amor es una apuesta insensata, por la libertad. No la mía, la ajena.


Notas:
(1). Cito la admirable traducción de Marcelino Menéndez y Pelayo, hecha en la misma estrofa de Esteban Manuel de Villegas: cuatro versos blancos, los tres pirmeros sáficos y el cuarto adónico. Pablo Neruda empleó la misma forma en Angela Adónica, uno de los mejore poemas de Residencia en la tierra. Aunque menos perfecto en la versificación, el poema de Neruda merece ser comparado con la traducción de Menédez y Pelayo. Los dos poemas expresan dos momentos opuestos del erotismo: el del Safo, la concentrada ansiedad del deseo; el de Neruda, el reposo después del abrazo. El fuego y el agua.
(2) Las hechiceras. Según Marguerite Yourcenar la traducción literal es los filtros mágicos. (Pharmaceutria). Con buen sentido, otro traductor, Kack Lindsay, prefier usar como título el nombre de la heroína, Simetha.
(3) Pájaro mágico: un instrumento de hechicería compuesto por un disco de metal con dos perforaciones y que se hacía girar con una cuerda. Representaba el torcecuello, el pájaro en que fue transformada por Hera una ninfa, celestina de los amores adúltero de Xeus con Ío.
(4) Catulo también imitó, casi textualmente, el pasaje de Safo. Un ejemplo más de cómo la poesía más propia y personal está hecha de imitación y de invención.


La llama doble- Seix Barral