ROSARIO CASTELLANOS
México dio a
las letras de América una primera mujer llamada Juana de Asbaje, más conocida
como Juana Inés de la Cruz. Sor Juana vivió en el siglo diecisiete y su figura
es ya un mito en la historia de la literatura castellana. En el siglo veinte
fue otra mujer la que se convirtió en leyenda y su vida y su obra han sido
materia de incontables estudios. Esta mujer se llamó Rosario Castellanos. Luego
del accidente que le costó la vida cuando ejercía el cargo de Embajadora de su
país en Israel — se electrocutó al
enchufar una lámpara — fue,
"institucionalizada en lo setentas como una segunda Virgen de Guadalupe,
adulada, condecorada y reconocida por los grupos de poder, fue una figura bien
ajena a los que pretendían beatificarla. Fue, ante todo una mujer de letras,
vio claramente su vocación de escritora y ejerció siempre el oficio de
escribir. Amó esencialmente la literatura, la estudió, la divulgó. Fue un ser
concreto ante una tarea concreta: la escritura, y desde un principio se
comprometió con ella. Lo demás, puestos, homenajes, condecoraciones, vinieron
por añadidura, dice de ella Elena Poniatowska.
Si bien Rosario Castellanos nació en la
ciudad de México en 1925, fue llevada a los pocos meses a Comitán, Estado de
Chiapas, un pueblito cercano a la frontera de México, la tierra de sus mayores.
Allí realizó sus primeros estudios. Comitán es un pueblo de la frontera de
México con Guatemala, en el que predomina el elemento indígena maya, la rama
lingüística tzeltal. Esta lengua, llamada "lengua verdadera" por los
propios indígenas que la hablan, se escucha corrientemente en diez de los once
municipios en que el estado se divide. Su familia era criolla, y dueña de
extensos latifundios. Por parte de su padre recibe una tradición liberal, no
así por el lado de su madre, que era profundamente católica. Además de Comitán,
su infancia transcurre en una de las fincas de su padre llamada "El
Rosario" que, en su novela Balún-Canán,
se llama "Chactajal". Los acontecimientos más importantes de su niñez
fueron la muerte de su hermano menor, en circunstancias semejantes a las que se
narran en Balún-Canán y la reforma
agraria, que inició el gobierno de Lázaro Cárdenas. Su padre pertenece a la
estirpe de los que salen a visitar sus tierras y van sembrando hijos en sus
distintas haciendas. Además de hacendado, César era una autoridad política en
Comitán. Su hija lo ve lejano, incomprensible. De su madre, en cambio, no nos da más imágenes. En Comitán
las mujeres a las que pertenecía Adriana eran seres débiles, sujetos a la
voluntad del hombre. Rosario también vivió ese sometimiento y dentro de ese
ámbito transcurrió su infancia.
De niña Rosario se describe a sí misma como un
criatura solitaria y culpable sin más compañía que la de su nana chamula, quien
le enseña a comer, a hablar, a coser. Una sombra se cierne sobre ella luego de
la muerte de su hermano, a quien, confesó después, deseó secretamente la
muerte, por el trato preferencial que sus padres le daban por el hecho de ser
varón.
Si sus padres fueron amos, Rosario rehúsa las
pocas tierras que le quedan después de la reforma agraria. Comparte su herencia
con un medio hermano al que ella no le interesa en lo más mínimo.
Siempre se sintió chiapaneca a pesar de haber
nacido en el DF.
La reforma
agraria de Lázaro Cárdenas obligó a su
padre a desmembrar y repartir sus posesiones y a emigrar a la ciudad de México.
De aquella época, Rosario Castellanos dirá más tarde: "el hecho de que su
familia careciera de un heredero varón y la peculiar experiencia de mi madre respecto al matrimonio la inclinó a
educarme para otro destino que no es habitual a las mujeres latinoamericanas.
No se me preparó para ser esposa, madre, ama de de casa".
A los dieciséis años, pues, regresa a la
Capital y en 1950 obtiene el grado de Maestra en Filosofía en la Universidad
Autónoma de México. Estuvo en Madrid algunos años, en donde realizó cursos de
posgrado. De vuelta en México la absorben varias ocupaciones: Promotora de Cultura
en el Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas (1956-1957), redactora de textos
escolares en el Instituto nacional Indigenista de México (1961-1966). Ejerció
con gran éxito el magisterio, tanto en México (en la Facultad de Filosofía y
Letras de la UNAM: 1963-1971) como en el extranjero. En los Estados Unidos fue
invitada por las universidades de Wisconsin y Bloomington (1966-1967) y enseña
asimismo en la Universidad Hebrea de Jerusalén, desde su nombramiento como
Embajadora de México en Israel (1971) hasta su muerte).
Fue también
periodista, colaboró con cuentos, ensayos, poemas, crítica literaria y
artículos de diversa índole en diarios y revistas especializados.
Rosario
Castellanos se dio a conocer al mundo de las letras primero como poeta con su libro
Trayectoria del polvo (1948), al que
siguieron varios libros de poemas, que más adelante reunió en Poesía no eres tú (1972). Como narradora
consciente de su nexo ancestral con la tierra, las fuerzas primitivas y la
herencia indígena, publicó la ya nombrada Balún-Canán
(1957), su primera novela, Ciudad
real (1960), su primer libro de cuentos y Oficio de tinieblas, novela que obtuvo el “Premio Sor Juana Inés de
la Cruz” en 1962. En su segundo libro de relatos, Los convidados de agosto (1964), profundiza en la psicología de la
"gente decente", aletargada, llena de prejuicios y de soberbia. Su
tercer libro de relatos, Álbum de familia
(1971), presenta a la mujer en el contexto urbano. Allí utiliza el humor como
medio eficaz para profundizar en esa realidad y ofrece otras alternativas: la
mujer frívola, la mujer abnegada, la que ha hecho carrera, la artista. A
Rosario le interesó, tanto en su poesía como en su prosa, la condición de los
desheredados, de los marginados y, entre ellos, la condición de la mujer. Se
puede seguir su propia trayectoria desde sus primeros poemas hasta sus últimos
libros: Mujer que sabe latín (1973) y
El mar y sus pescaditos, (1970)
ensayos en donde destaca el problema de la educación y el porvenir de la mujer
en México. Una de las grandes cualidades de esta escritora fue la de
enfrentarse a la realidad y, desde allí, hacer un llamado a todas las mujeres
para que aprendan a hacer lo mismo. Para Rosario la mujer "posee una
potencialidad de energía para el trabajo con la que cuentan ya los sociólogos
que saben lo que se traen entre manos y que planifican nuestro desarrollo. Y a
quienes, naturalmente, no podemos hacer quedar mal".
La trayectoria
de Rosario Castellanos no debe hacernos olvidar a la mujer que se encuentra
detrás de su prestigiosa figura. Si bien su vida estuvo consagrada a la
escritura, Rosario fue una mujer comprometida con lo social. "identifica
su vivencias personales con experiencias generales de la condición de mujer a través de la
historia y entiende que el papel sexual es significativo tanto política como
culturalmente.
Toda su obra
trata de desenmascarar los patrones de dominación-sumisión, especialmente entre
hombres y mujeres y blancos e indios.
El 14 de
febrero de 1971, Rosario pronuncia un
discurso en el Museo Nacional de Antropología e Historia. Allí habla de la
opresión de la mujer con respecto al hombre, declara que no es justo ni
equitativo que el hombre pueda educarse y la mujer no. Por primera vez, a nivel nacional, Rosario denuncia esta injusticia. De la mujer dice que no es justo sólo cumpla una labor
que no amerita remuneración, el trabajo doméstico; que uno sea dueño de su
cuerpo y disponga de él como se le da la real gana mientras que el otro reserva
ese cuerpo no para sus propios fines sino para que en él se cumplan procesos
ajenos a su voluntad. Este grito de Rosario - porque grito fue - tuvo una
amplia resonancia — dice Elena Poniatowska. Nadie hasta entonces, ninguna
señora diputada, ninguna senadora se había ocupado realmente de la condición
femenina...hasta 1971, las mujeres en el poder eran asimiladas a él, su voz no
se aislaba en unidad del coro por temor a perderla, las mujeres adaptaban el
patrón de los hombres y triunfaba "el hombre" que había en ellas.
Rosario, ya dentro del engranaje oficial, gritó y lo hizo airadamente".
Si bien Rosario utiliza elementos de su vida
para la realización de su obra, es en su poesía donde la vemos desnudar
enteramente su alma, con sus dolores y la lucidez de comprender que es doblemente marginada, como mujer y también
como escritora. "El mundo que para mí está cerrado contiene un
nombre: se llama cultura. Sus habitantes son todos del sexo masculino",
dice.
Siguiendo a Elena Poniatowska,
quien la estudió en profundidad, poemos decir que "A ella debemos
agradecerle el haber acercardo a muchos a la literatura al hacerla más
familiar, más doméstica, más wash an wear. Facilitó su trato al burlarse de sí
misma en holocausto, presentó su conflicto para convertirlo en el de todos.
Provocó sentimientos de verdadero cariño al hablar de sí misma lúcida y
abiertamente y al lavar en público sus trapos sucios. La ropa sucia se lava en
casa. Rosario la lavó a la vista de miles de lectores e hizo que muchos se
identificaran con ella.
Se identificó con todas y cada una de las
situaciones de opresión de la mujer. Se quejó del pobre papel que se le
atribuía como mujer casada: "Se me atribuyen las responsabilidades y
tareas de una criada para todo. He de mantener la casa limpia, la ropa lista,
el ritmo de alimentación infalible. Pero no se me paga ningún sueldo, no se me
permite cambiar de amo".
En otro de sus poemas, Jornada de la soltera, analiza con perspicacia la condición social
en que es colocada la mujer que no pudo acceder al matrimonio: "Y el vacío
se puebla / de diálogos y nombres inventados./ Y la soltera aguarda, aguarda,
aguarda".
Para todos sus personajes la feminidad es
algo difícil de soportar. Lo expresa en Testamento de Hécuba: "Alguien
asiste a mi agonía. Me hace/ beber a sorbos una docilidad difícil".
Lo afirma también en Salomé: "...Mis
hermanas/tienen su propio infierno. / y fui educada para obedecer/ y sufrir en
silencio".
Su compromiso
con los desposeídos es también palpable en su novela Oficio de tinieblas. El
personaje principal de la novela es Catalina Díaz Puiljá, indígena chamula de
oficio tejedora y esposa de Pedro González Winiktón, juez de la comunidad. La
protagonista soporta una triple marginación, ya que a su condición de india se
suma la de mujer, y de mujer estéril. Esto último, en una sociedad que responde a las pautas patriarcales constituye
una maldición, a la vez que una transgresión inadmisible, que las mismas
mujeres sienten como amenaza. Pero escuchemos a la autora:
"Catalina Díaz Puiljá, apenas de veinte años pero ya
reseca y agostada, fue entregada por sus padres, desde la niñez, a Pedro. Los
primeros tiempos fueron felices. La falta de descendencia fue vista como un
hecho natural. Pero después, cuando las compañeras con las que hilaba Catalina,
con las que acarreaba el agua y la leña, empezaron a asentar el pie más
pesadamente sobre la tierra (porque pesaban por ellas y por el que había de
venir), cuando sus ojos se apaciguaron y su vientre se henchió como una troje
secreta, entonces Catalina palpó sus caderas baldías, maldijo la ligereza de su
paso y, volviéndose repentinamente para
mirar tras sí, encontró que su paso no había dejado huella y se angustió
pensando que así pasaría su nombre sobre la memoria de su pueblo y desde
entonces ya no pudo sosegar. "
Pero Catalina se rebela contra su destino
convierténdose en una ilol, en una
sacerdotisa y la que conduce a su pueblo a una rebelión contra el blanco que
acaba con la destrucción de los insurrectos.
Su
identificación con la mujer, ya sea campesina, burguesa, indígena, es total. Y
esto la lleva a buscar ese "Otro modo de ser", que expresa en aquella
ya legendaria Meditación en el umbral:
No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy
ni apurar el arsénico de Madame Bovariy
ni aguardar en los páramos de Ávila la vista
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.
Ni concluir las leyes geométricas, contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegaban las vistas,
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de la Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson,
debajo de una almohada de soltera.
Debe haber otro modo...
Otro modo de ser humano y libre
Otro modo de ser.
Tanto la
obra como la vida de Rosario Castellanos, siguen vigentes no sólo para la mujer
del siglo XXI, sino también para la literatura latinoamericana, de la cual es
una exponente que no podemos soslayar. Por su obra obtuvo los premios Xavier
Villaurrutia, Sor Juana Inés de la Cruz y Carlos Trouyet. A cuarenta años de su
muerte, ocurrida, como ya se dijo, en Tel Aviv cuando era embajadora de su país en Israel y al
enchufar una lámpara, no es posible olvidar aquellas palabras suyas que dan
cuenta de una marginalidad que no sólo
la afectó como mujer sino también como escritora, palabras que muchas de
nosotrasalguna vez podemos haber hecho nuestras: “Escribo porque yo, un día,
adolescente / me incliné ante un espejo y no había nadie”.