miércoles, 2 de diciembre de 2009

Relato en un vitral- Olga Orozco




Se rompió de una vez el afiebrado vitral de tu recuerdo.
En menudos fragmentos cayó como el granizo rebelde nuestra historia
desde un alto verano hasta la alcantarilla de los sueños.
Fue imposible rehacer este relato, disputarlo a la arena,
lograr que coincidieran las miradas, los colores, los tiempos.
Nada volvió a su siempre, a su errante sopor.
El sol es un agujero en todas partes
y los más bellos años no son más que una irreconocible polvareda
donde una sombra impía dibujó el laberinto del error, del engaño y del olvido.
Se perdió todo el oro junto con los pedazos del hechizo,
las brillantes escenas que un día encandilaron a las constelaciones del amor,
a los protagonistas ejemplares del mito.
Rojo avasallador, rojo implacable,
el torrente insensato de tu sangre enmascara mi rostro,
lo transforma en eclipse, en nebulosa.
El púrpura violento muere tras el telón de un granate enlutado;
mi cuerpo no soy yo; es un cuerpo sin nadie,
decapitado a ciegas por los tigres guardianes de las tentaciones
a cambio de otros cuerpos, vanos, siempre inconclusos, siempre deshabitados,
en el altar del viento, de los cantos rodados de las nubes.
Se avergüenza el azul, se desvanece, se borra en el cielo
justo donde trocaste la eternidad por una llamarada
y el éxtasis por hambre, por una endemoniada y acuciante jauría.
¿Y en nombre de qué ley nuestra casa es apenas un desván, una jaula, un farol,
o esa blanca pared que se prolonga sola en el intemperie,
mientras fundas tus casas sobre raíces negras,
sobre falsas alianzas y ligaduras rotas?
La respuesta es de astillas.
No alcanza ni siquiera para forjar mi asombro y tu ignorancia,
como no alcanza el verde sombrío, venenoso,
el mismo que fue jade y esmeralda en los follajes del mañana,
para resucitar ninguna primavera.
Apenas si algún rastro de lo que fue un fulgor violeta y es arena
me recuerda el adiós y aquel crepúsculo del alma ensimismada.
Lo demás es silencio y turbia confusión.
Nada más que residuos. Esplendores trizados.
Dichas y desvaríos, ceremonias y encuentros, fascinación y abrazos,
se deslizan en polvos de todos los colores
como en un arcoiris que anunciara el fin de la tempestad
y el fin del sortilegio.
Porque con esas crueles partículas radiantes se trazó el desenlace de la gran aventura.
No hubo eterno retorno del tiempo enamorado,
Salvo como castigo.

Con esta boca, con este mundo- Editorial Sudamericana

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