domingo, 8 de noviembre de 2009

La consagración de la casa. Marta Traba




Durante los días innumerables,
privados de signo y de memoria,
se abren sin cesar las puertas de la casa.
Lo que se reconocerá siempre
como una huella de paloma en la arena.
Se llevará en los ojos el dibujo que sobreviva
y que no es el más bello;
la altura de una puerta,
un mosaico,
una grieta del muro.
Lo que se ha olido
-tufo mezquino, inciensos,
humedades,
o raramente un soplo perfumado –
lamerá sin descanso el aire en torno
con su afilada lengua.
Las barandas
retomarán en todo tiempo el tacto;
no se hartarán las manos
de abrir pestillos fríos,
de liberar espejos de su polvo,
de empujar vidrios turbios de ventanas.
Lo que se ha amado.
Las cosas inanimadas
que han quemado su belleza exigua
para calentar el corazón solitario,
ésas presidirán la ceremonia.
La casa se desmantela
como un gran buque
muerto sobre la arena.
Pero yo quiero consagrarla
en la paz de la tarde
y escoger la mejor puerta
para ofrendarle aunque sea una corona
de hojas de álamos
o atarle cintas blancas;
no importa el rito,
si el amor lo preside en toda forma.
La ceremonia es solitaria siempre.
Tan sólo el que consagra, sacerdote, puede pasar las puertas
de su casa,
agregar naves, patios, escaleras,
convertir en colores la luz blanca,
tapiar ventanales imprecisos,
unir catedrales a las bohardillas,
hacer morir el patio de castillo
en una huerta de duros repollos.
El amor enumera los cuartos vacíos
y cada tarde, al reconstruir la casa,
le repara sus viejas averías,
va aclarando los techos, ampliando las paredes.
Se aceptarán palomas
y tapices con sombras espesas
en que mujeres de gas alimentan pajarillos bordados en rojo y oro.
Y llegará un día,
cuando toda memoria del dolor se desvanezca,
en que el amor consagrará sólo canteras de luz, sólo castillos.

Historia natural de la alegría- Editorial Losada


Marta Traba (1931-1983) Literatura
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Ensayista y crítica de arte argentina. Estudia filosofía y letras en la Universidad Nacional de Buenos Aires y se especializa en París. Participa en la creación del Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAM), y colabora con las revistas Mito; La Nueva Prensa; Semana; Lámpara; Estampas; El Tiempo; Arte en Colombia; Eco; y los diarios El Espectador, de Bogotá; El Universal, de Caracas; La revista del Instituto de Cultura Puertorriqueño, y la Revista Hispanoamérica, de Washington. En 1962 es la directora del MAM y, en 1965, de la Extensión Cultural de la Universidad Nacional de Colombia. Contrae matrimonio con Ángel Rama y se establece en Montevideo. Recibe el Premio de novela Casa de las Américas de 1966 por Las ceremonias del verano. Entre sus libros están Historia natural de la alegría (1951), El museo vacío (1958), Arte en Colombia (1960), Seis artistas contemporáneos colombianos (1963), Los cuatro monstruos cardinales (1965), Paso así (1968), Mirar en Caracas (1974), Mirar en Bogotá (1976), y En cualquier lugar (1984). Fallece con su esposo en un accidente de aviación.
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