domingo, 15 de noviembre de 2009

Simone Weil (1909-1943)- Dominique Bosco





Censura, autocensura y represión social. Sin duda las mujeres han tenido que soportar esta triple opresión. Pero sería interesante ver cómo, en lo que concierne a las mujeres del mundo occidental, se puede distinguir y fechar el momento de su “ingreso a la escritura” de manera muy precisa. Se advierte entonces que las intelectuales europeas de preguerra casi nunca pudieron escapar de ello y que sus obras llevan las marcas. Se trata realmente de un corte entre las que escriben entre 1939-1945 y las que escriben y publican después de la guerra.
¿Cómo explicarlo? Y ¿se lo puede explicar? Virginia Woolf no dejó de sorprenderse de que as novelistas inglesas hubieran podido, en pleno siglo XIX, escribían “grandes novelas”, llenas de belleza. Por nuestra parte, podemos sorprendernos de la virulencia de Tres Guineas y preguntarnos cómo, en plena guerra, Virginia Woolf osó publicar ese panfleto a pesar de las censuras y las presiones sociales, políticas y, sobre todo patrióticas. ¿Fue beneficioso para ellas el ejemplo de sus mayores? ¿O acaso la Inglaterra de los sufragistas le permitía, a pesar de todo, una libertad y una toma de conciencia más grandes? En Francia no sucedió lo mismo.
Tomemos, sólo a título de ejemplo, y aunque nunca dos mujeres hayan sido tan diferentes, dos casos: el de Simone Weil y el de Simone de Beauvoir. Simone de Bebauvoir nació en 1908; Simone Weil en 1909. ¡Filósofas ambas y formadas en la famosa Escuela, con mayúsculas! (Escuela Superior, calle de Ulm) “Simone Weil era la única joven de su promoción. El año anterior sólo tres mujeres habían sido recibidas en la sección de Letras”. Se ve, por lo tanto, hasta qué punto las mujeres eran minoritarias en esas instituciones de “alto saber”, todavía cerradas, para su gran indignación, a una Virginia Woolf por ejemplo.
Pero Simone de Beauvoir, quien no publicará sino hasta 1949 El segundo sexo, habrá de convertirse, sobre todo para las norteamericanas, en la pionera del feminismo, de cierto feminismo, en todo caso. Simone Weil, por su parte, muere en 1943, a los treinta y tres años y deja tras de ella una obra dispersa, fragmentaria, pero cuya importancia, madurez y altura de miras no dejan de sorprender en una mujer tan joven. Esta obra, publicada después de su muerte, conoció un momento de celebridad antes de caer enun olvido completo durante más de dos década.
Para mí, por más de un motivo, Simone Weil constituye un caso ejemplar, tanto por su vida como por su obra. La biografía que le consagró Simone Pétrement permite seguirla en su existencia dolorosa, desgarrada. Nada más fascinante y dramático que esa vida dedicada a un combate por la verdad y la justicia.
En sus quince años de “vida adulta”, Simone Weil quiso leerlo todo, conocer, comprender, experimentar. Militante sindical, intentó hacer la experiencia de entrar como obrera en una fábrica para ver, desde adentro, la dureza de la vida de los trabajadores. Y eso durante unos meses. Algo que ningún novelista, realista y naturalista, que ningún teórico habían hecho antes que ella.
Como docente, tuvo el don de marcar a sus alumnos de Filosofía. Lúcidamente supo ver, muy temprano, los peligros de la política europea y del hitlerismo, cuyo análisis hizo en artículos de gran rigor intelectual que fueron a menudo premonitorios.
Durante la guerra de España se atrevió a estar en el frente. Permanentemente, sobre una cuerda tensa. Queriendo siempre pagar con su persona, tenía una visión del mundo que la obligaba siempre a hacer la elección más dolorosa para ella. Mística, dejó textos extremadamente bellos y fuertes. Tenía al mismo tiempo una necesidad deserrada de expresarse por la escritura, la poesía, el teatro. Pero allí, precisamente, su gusto exacerbado por la inteligencia la sostiene y sus textos, en el plano formal, son sorprendentemente clásicos y ajustados.
Siendo judía, durante la guerra logra salir de Francia y partir para los Estados Unidos con sus padres pero, apenas llega, hace todo lo que está al alcance de sus manos para regresar a Londres y participar en la lucha activa. En Londres hostiga a todos sus amigos de la Resistencia y de Francia Libre para que la bajen en paracaídas en Francia.
Muere de hambre en Londres, en 1943, después de haber elaborado L’Enracinement, una de sus obras más importantes.
Quisiera hablar, en primer lugar, para su caso, de censura y represión social. Desde que era niña nunca aceptó su condición femenina, que consideraba humillante. En ese sentido muchas de sus cartas de niña llevan la firma de “Simón” . del mismo modo, uno de sus escasos textos publicados lleva el pseudónimo de Emile Novis (anagrama de Simone Weil)
Algunas fotos suyas de 1921 permiten suponer que podría haber sido una mujer encantadora. Sin embargo, decide afearse deliberadamente, vistiendo ropa que en lugar de disimular su belleza – tal como ella desea – la exponen al sarcasmo y a las pullas. De inmediato se le cataloga; “La Virgen Roja” y las autoridades comienzan a marginarla. Se le juzga por su sola apariencia como excéntrica y revolucionaria y las autoridades de Educación Pública le relegan lo más lejos posible, en el interior, cuando trata de lograr su primer puesto de educadora. Simone Weil repliega dócilmente a ello, así como aceptará luego ser eliminada del profesorado de la Universidad a causa de su origen judío, regocijándose irónicamente (Véase carta de Xavier Vallat) de su trabajo de vendimiadora que le permite conocer la condición campesina.
Pero el misterio de la vida de Simone Weil reside precisamente en esta suerte de autocensura que aplicó tan rigurosamente que no se puede, creo, designarla mediante ese término de autocensura SIMO más bien de renegación (en el sentido freudiano).
En ningún momento, a ningún precio – poco importan las circunstancias y Dios sabe hasta qué punto eran dramáticas en aquella época – pudo aceptar su condición de mujer y de judía, y menos aún de mujer judía. Siempre dispuesta a presentarse como voluntaria en todas las causas perdidas, a vociferar contra la opresión y la injusticia, perfectamente lúcida en lo que concierne a los problemas raciales y coloniales tanto en Indochina como en África, - y también en estos casos antes que todo el mundo – no tomará jamás partido por las mujeres ni contra los delirios y persecuciones del antisemitismo nazi.
No faltan los textos que muestran su absoluta indiferencia por la alienación de las mujeres, incluso de las obreras que trata con desprecio y condescendencia, o más bien en la que no logra ver su doble alienación.
En lo que concierne a la “cuestión judía”, ni una sola palabra favorable. Un trabajo de Paul Giniewski, titulado Simone Weil o el odio a sí mismo, quiere “explicar” esta actitud sólo en su relación desdichada de judía o a su antisemitismo, cuando no a causa de su ignorancia religiosa e histórica.
Se trata de comprender, más bien, por qué esta mujer, esta militante, encuentra allí su punto extremo de ceguera.
Como Edipo, elige no ver ni oír, no denunciar precisamente lo que revienta sus ojos. Tal vez sea significativo ver que las otras víctimas de esta doble discriminación han sido tan silenciosas como ella. Pienso en Gertrude Stein (1874-1946) y en Nathalie Sarraute (nacida en 1902), por ejemplo. La actitud sería una de las consecuencias de la triple maldición que parece haber golpeado a todas las mujeres en cierta época censura general, autocensura y represión social, sobre todo politica y policíaca.
¿Han desaparecido realmente esos fenómenos después de los años 60, 198,1970? Tal vea haya que interrogar con encarnizamiento el mundo que nos rodea a fin de efectuar esa “travesía de las apariencias” de la que habla la primera novela de Virginia Woolf o como Gertrude Stein que preguntaba en su lecho de muerte: “¿Cuál es la respuesta?” Y, al no recibir evidentemente ninguna insistía: “En ese caso ¿cuál es la pregunta?”.
Se trata sin duda de una búsqueda que debería ser común a todas las mujeres, reunida aquí en todas partes del mundo y que aceptan interrogarse sobre las luchas que hay que librar para conquistar una auténtica libertad, una verdadera igualdad.
Y, para ello hace falta una gran vigilancia, pues nada es más insidioso que las trampas de la represión, esa famosa represión que tanto se ha predicado alas mujeres y que permite que se ejerzan censura y represión social, arrastrando inevitablemente esta censura que durante tanto tiempo ha trabajado el ejercicio de la creatividad femenina. Quizás hay que aceptar, que confesárselo, que aún hoy en día es más fácil batirse por las causas justas de los demás que por las propias. Y por eso que he elegido evocar la fiura trágica de Simone Weil para ilustrar la primera mitad del siglo XX.

Tradujo Tununa Mercado

Dominique Bosco es Quebequense, reside en Montreal. Poeta, novelista y ensayista. Es directora de una editorial independiente en Quebec

Publicado en FEM, Vo. VI no. 21, México. Número dedicado al Congreso de Escritoras en México en 1982.

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